sábado, 23 de junio de 2007
40 años de un gran album de Los Beatles
Valgan este clip como homenaje:
She's leaving home (Ella se va de casa)
domingo, 17 de junio de 2007
Heidegger y el camino del pensamiento
El pensar y la educación
Marx y la transformación del mundo
Filosofía y práctica
religión y creencia
la cuestión por el ser y la condición humana
el conocimiento científico y el pensar
el olvido del ser y la ausencia de ideas
el ser de la técnica
el fin de la filosofía
el lenguaje y el pensamiento por venir
sábado, 9 de junio de 2007
Construir, habitar, pensar...
Seguía con ello una tradición no extraña en aquellos pensadores que van más allá de lo inmediato, o mejor aún, que ven en lo inmediato el reflejo de lo esencial.
Este es el caso del filósofo Martin Heidegger que, en 1951, escribió alrededor del problema de la vivienda en Alemania:
Las construcciones destinadas a servir de vivienda proporcionan ciertamente alojamiento. Hoy en día pueden incluso tener una buena distribución, facilitar la vida práctica, tener precios asequibles, estar abiertas al aire, la luz y el sol; pero: ¿albergan ya en sí la garantía de que acontezca un habitar ?
He colgado su artículo completo, “Contruir, Habitar, Pensar ”en la web del Centro
sábado, 2 de junio de 2007
Martin Heidegger y la cuestión del pensar
Fragmentos de estos fragmentos, tal como corresponde al gusto de nuestro tiempo, poco acostumbrado a pensar y mucho a opinar, hasta el punto de que pensar es equivalente a creer, opinar, repetir, reproducir, representar... al gusto de esta prisa por ratificar las propias opiniones, los fragmentos de los fragmentos pueden consultarse en el blog del Centro
Aquí prefiero destacar algunas reflexiones diseminadas en ese libro de Heidegger y que podrían servir de puntos de partidas para poner en cuestión tanto opinar y dejarnos en disposición de empezar a pensar.
“Solamente somos capaces de hacer aquello a que tendemos. Pero, a su vez, sólo tendemos de verdad a aquello que, por su parte, tiende en nosotros tal como somos en nuestra esencia, atribuyuéndose a nuestra esencia como lo que nos mantiene en la esencia. Mantener significa propiamente custodiar, apacentar, pastorear sobre los campos de pastoreo. Lo que nos mantiene en nuestra esencia lo hace solamente mientras nosotros mismos man-tenemos por nuestra parte lo que nos mantiene; y lo man-tenemos al no permitir que se nos vaya de la memoria. La memoria es la reunión del pensar”
“Lo gravísimo es que todavía no pensamos; ni aun ahora, a pesar de que el estado del mundo da cada vez más que pensar. Aparentemente este proceso exigiría más bien que el hombre comience a obrar sin demora, en vez de hablar en conferencias y congresos, moviéndose sólo en la línea de imaginar lo que debería ser y cómo habría que realizarlo. Según esto, lo que hace falta sería el obrar y en modo alguno el pensar. Pero, sin embargo, tal vez sea el caso que el hombre en lo que lleva de existencia, ya hace siglos, ha obrado de más y pensado de menos”
“Para el interés de hoy sólo vale lo interesante, que es aquello que permite ser indiferente un instante después de ser suploantado por otra cosa que nos toca tan poco de cerca como la anterior. Hoy en día se cree a menudo dar muestras de especial aprecio al juzgar una cosa interesante. La verdad es que con este juicio ya se ha desplazado lo interesante al campo de lo indiferente y, muy luego, aburrido”
“Mito significa: la palabra que pronuncia. Pronunciar es para el griego; manifestar, hacer aparecer, o sea, el aparecer y lo que es mediante su aparecer, su epifanía. Mito es lo que tiene que ser por medio de su pronunciación; lo que aparece en la revelación de su habla. El mito es el habla que toca antes que nada y en sus fundamentos a todo ser humano, es el que hace pensar en lo que aparece y en lo que es. Logos dice lo mismo. En manera alguna es verdad lo que opina la historia de la filosofía común y corriente, que mito y logos entran en oposición por culpa de la filosofía como tal; antes bien son precisamente los primeros pensadores de los griegos (Parménides, fraagm. 8) quienes usan mito y logos con un mismo significado. Mito y logos se separan y oponen recién allí donde ni el mito ni el logos pueden mantenerse en su ser primigenio... Lo religiosos nuynca es destruido por la lógica, cosa que sucede siempre y solamente por sustraerse el dios”
“El asunto del pensar no es nunca otra cosa sino esto: desconcertante cuanto más libres de prejuicios estemos al salir a su encuentro. Para esto se requiere la predisposición de escuchar, que nos permite saltar los cercos de las opiniones habituales para llegar al campo libre”
“Toda clase de polémica desencuentra desde un principio la actitud del pensar. El papel de un contrincante no es el papel del 0pensar, pues el pensar piensa solamente siguiendo el rastro de algo que habla a favor de una cosa. Todo hablar defensivo tiene aquí un solo sentido; el de proteger el objetivo”
“Enseñar es aun más difícil que aprender. Se sabe esto muy bien, mas pocas veces se lo tiene en cuenta. ¿Por qué es más difícil enseñar que aprender? No porque el maestro debe poseer un mayor caudal de conocimientos y tenerlos siempre a disposición. El enseñar el más difícil que aprender porque enseñar significa; dejar aprender. Más aún; el verdadero maestro no deja aprender nada más que “el aprender”. Por esto también su obrar produce a menudo la impresión de que propiamente no se parende nada de él, si por “aprender” se entiende nada más que la obtención de conocimiento útiles. El maestro posee respecto de los aprendices como único privilegio el que tiene que aprender todavía mucho más que ellos, a saber; el dejar-aprender. El maestro debe ser capaz de ser más dócil que los aprendices. El maestro está mucho menos seguro de lo que lleva entre manos que los aprendices. De ahí que, donde la relación entre maestro y aprendices sea la verdadera, nunca entra en juego la autoridad del sabihondo ni la influencia autoritaria de quien cumple una misión. De ahí que siga siendo algo sublime el llegar a ser maestro, cosa enteramente distinta de ser un docente afamado”
“Si estamos relacionados así con lo que se sustrae, nos hallamos en el reflujo hacia lo que se sustrae, hacia la enigmática y por esto mudable proximidad de la palabra que nos dirige. Donde un hombre se halla de propósito en este trance, está pensando, por lejos que esté de lo que se sustrae y cualquiera sea la manera en que se oculta la sustracción. Sócrates en toda su vida y hasta en su muerte no hizo otra cosa que ubicarse en la corriente de este reflujo y mantenerse allí. Por esto no es el más puro pensador de Occidente. Por esto no esc ribió nada. Porque quien partiendo del pensar comienza a escribir, se parece ineludiblemente a un hombre que se refugia, para resguardarse de una corriente demasiado fuerte. Por ahora sigue siendo el secreto de una historia todavía arcana el que todos los pensadores de Occidente después de Sócrates hubiesen de ser, sin desmedro de su grandeza, tales fugitivos. El pensar ingresó en la literatura.”
“La belleza es un destino de la esencia de la verdad, entendiéndose por verdad aquí; la revelación de lo que se está velando. Bello no es lo que agrada, sino lo que está comprendido por aquel destino de la verdad que se cumple cuando lo eternamente no-aparente, y por esto invisible, alcanza la más aparente epifanía. Nos corresponde dejr el verbo poético en su verdad que es la belleza. Esto no excluye, sino que incluye el que pensemos la palabra poética.”
“La esencia de la técnica no es algo humano. La esencia de la técnica está situada dentro de lo que desde siempre y ante todo da que pensar. Por esto sería aconsejable, por ahora, hablar y escribir menos sobre la técnica y pensar más sobre su esencia, a fin de que primero hallemos el camino que conduce hasta allí. La esencia de la técnica penetra nuestra existencia en una manera que apenas sospechamos”
“Ni el obrero industrial ni los ingenieros, ni tampoco los dueños de fábricas y mucho menos el Estado pueden saber dónde está situado el hombre de hoy, al hallarse relacionado de alguna manera con una máquina o las partes de una máquina. Todos nosotros ignoramos todavía qué oficio de mano debe ejercer el hombre moderno en el mundo técnico, el que debe ejercer también no siendo obrero en el sentido de un obrero que maneja una máquina. Tampoco Hegel y Marx pudieron en su hora saber ni inquirirlo pues, también el pensamiento de ellos tuvo que evolucionar todavía a la sombra de la esencia de la técnica, por lo cual no llegaron nunca al campo libre para meditar suficientemente sobre esta esencia. Por importantes que sean las cuestiones económico-sociales,, pòlíticas, morales y hasta religiosas que se discuten en relación al oficio manual técnico, ninguna de ellas toca en punto alguno el meollo del asunto. Este se oculta en la esencia, todavía no pensada, de la manera e índole de todo cuanto cae bajo el dominio de la esencia de la técnica en general. Que sobre esto no se haya pensado hasta ahora, se debe en efecto ante todo a que la voluntad de accionar, que es aquí la voluntad de hacer y obrar, arrolló el pensar”
“Se facilitarían notablemente el trabajo de escuchar con atención si, con el tiempo, se fuesen desacostumbrando de la costumbre que denominaríamos “el pensar por una sola vía”. A nadie se le escapa el dominio que ejerce hoy día esta forma de concepción. La denominación de “una sola vía” ha sido elegida a propósito. La vía se relaciona con los rieles, y éstos con la técnica. Tomaríamos el asunto demasiado a la ligera si adhiriéramos a la opinión de que el dominio del pensar por una sola vía se origina en la comodidad humana. El pensar por una sola vía que en las formas más diversas se va extendiendo más y más, es una de aquellas formas de dominio de la esencia de la técnica que no se sospechan y no llaman la atención, siendo empero necesarias a esta esencia que quiere la absoluta univocidad, y por ende la necesita”
“El desierto está creciendo. ESto quiere decir; la devastación se va extendiendo. Devastación es más que destrucción. Devastación es más inquietante que aniquilamiento. La destrucción elimina solamente lo crecido y construido hasta ahora; la devastación, empero, obstruye el futuro crecimiento e impide toda construcción. La devastación es más inquietante que el mero aniquilamiento, el cual también elimina, hasta la misma nada, mientras que la devastación cultiva precisamente y propaga lo obstructor y lo impedidor. El Sahara en el África es solamente una determinada especie de desierto. La devastación de la tierra es igualmente compatible con la consecución del más alto standard de vida de los hombres como con la organización de un uniforme esetado de felicidad de todos los hombres. La devastación puede identificarse con ambos cundiendo por doquier de la manera más inquietante, que es ocultándose. La devastación no es un mero enarenamiento. La devastación es la expulsión de la Mnemosine (Memoria) a alta velocidad. La palabra “el desierto está creciendo” proviene de otro lugar que los juicios corrientes de nuestro tiempo. “El desierto está creciendo” lo dijo Nietzsche hace ya muchos años; y añadió:“¡Desventurado el que alberga desiertos!””
¿Es necesario aclarar que Heidegger dio estas lecciones en 1952? Su pensamiento fue así pro-visional, en que tuvo a la vista lo que el futuro inexorablemente desplegaría no a partir de los "hechos" sino a partir de la esencia misma de la técnica, que no es sino el olvido del Ser
lunes, 28 de mayo de 2007
Heidegger: Humano, demasiado humano
Como el mismo Heidegger escribiría en “Qué significa pensar”:
Pero nunca será posible superar a un pensador refutándolo y amontonando en torno a él una literatura refutatoria. Lo pensado por un pensador solamente puede superarse reduciendo lo impensado de su pensamiento a una verdad esencial.
miércoles, 2 de mayo de 2007
Seyyed Hosein Nasr: El problema ecológico a la luz del sufismo

En el Islam, la clave necesaria para la solución de ambos problemas ha de buscarse en el sufismo. En el capítulo anterior, nuestra tarea consistía en aplicar las enseñanzas del sufismo al problema que le plantea al Islam la presencia de otras religiones. En el presente ensayo estas mismas enseñanzas han de ser aplicadas a la cuestión de la conquista de la naturaleza, que ha tomado un carácter muy urgente en occidente y también en el Japón, pero que, al menos por el momento, no ha conseguido atraer la atención de la mayor parte de la intelligentsia musulmana, aunque también para ella se convertirá pronto en una cuestión crucial (2). Para examinar este problema ha parecido oportuno tratar de las ciencias orientales en general más que únicamente de la ciencia islámica, dado que en la cuestión de la relación del hombre con la naturaleza hay una profunda armonía entre estas ciencias (3), y también porque la crisis provocada en este campo por la civilización moderna tiene repercusiones de una amplitud mundial.
Es interesante ver cómo la voz de unos cuantos hombres clarividentes de hace sólo una generación hoy se ha convertido en la voz de guerra de muchas personas que son lo suficientemente inteligentes para percibir los efectos catastróficos a que puede dar lugar para toda la humanidad la prosecución de los caminos seguidos por la civilización occidental en su tratamiento de la naturaleza durante los últimos cuatro o cinco siglos. Si durante los pasados años unas pocas voces solitarias advirtieron de los peligros a los que conducirían la expansión material indefinida y el llamado «desarrollo» o «progreso», hoy en día un gran número de personas se dan cuenta de que la meta de la «conquista de la naturaleza» que parecía el objetivo más obvio de la civilización moderna, no puede proseguirse por más tiempo. El éxito mismo del hombre moderno en la conquista de la naturaleza se ha convertido en un peligro importante. Todos los problemas causados por la actitud unilateral del hombre moderno desde la superpoblación y la polución en masa hasta el descenso de la calidad de la vida humana y la amenaza de su destrucción real, han hecho al menos que las personas capaces de reflexionar se detuvieran un momento y examinaran las premisas en las que se basan la ciencia moderna y sus aplicaciones. De una manera u otra, algo ha ido mal en la aplicación de una ciencia que representa ser un conocimiento objetivo de la naturaleza desligado de toda consideración espiritual y metafísica. La aplicación de tal ciencia parece contribuir a la destrucción de su propio objeto. La naturaleza parece clamar que el conocimiento derivado de ella mediante las técnicas de la moderna ciencia occidental y aplicado de nuevo a ella mediante la tecnología deja a un lado todo un aspecto de su realidad, sin el cual no podría sobrevivir como el todo armonioso y completo que de hecho es. Considerando la gravedad de la situación, debemos abordar ahora este problema crucial —el de las limitaciones de la ciencia occidental y sus aplicaciones sin fin que pretenden «conquistar la naturaleza»— aprovechando las enseñanzas sapienciales de las tradiciones de oriente o lo que en este ensayo podemos llamar la «ciencia oriental» (4).
Antes que cualquier otra cosa es esencial aclarar qué se entiende por ciencia oriental. Para nuestro propósito aquí significa las ciencias de las grandes tradiciones de Asia, especialmente la china, la japonesa, la india y la islámica. Por extensión, este término podría abarcar otras ciencias tradicionales, pero aquí es suficiente limitarnos a los casos anteriormente citados. Aunque están lejos de ser idénticas, dichas ciencias comparten un principio fundamental, que es considerar las ciencias de la naturaleza a la luz de los principios metafísicos o, desde otro punto de vista, estudiar la naturaleza como un ámbito que está «contenido y abrazado» por un mundo suprasensible que es inmensamente mayor que él. Debido a este principio básico y a muchos otros rasgos que están directa o indirectamente relacionados con él, se puede hablar claramente de la ciencia oriental como de un cuerpo de conocimientos que contiene una visión precisa de las cosas, en contraste con la ciencia occidental tal como se ha desarrollado desde el Renacimiento y tal como se ha extendido a otros continentes durante el siglo actual.
Además, en este ensayo emplearemos deliberadamente el término «ciencia» más bien que, digamos, el de «filosofía» o «religión», precisamente porque en el presente estudio se considera una ciencia de la naturaleza que es afín en su objeto, aunque no en su método y punto de vista, a la «ciencia» como comúnmente se la entiende en el habla occidental. Durante décadas se ha contrastado la espiritualidad oriental, en formas como el sufismo y el vedanta, con la ciencia occidental, y se ha descrito cómo cada una de ellas obtenía éxitos y daba frutos a su manera. Se ha dicho más de una vez, especialmente por parte de orientales modernos, que oriente debe aprender la ciencia de occidente y que occidente no necesita aprender geología o botánica de oriente pero, como han concedido incluso algunos occidentales, puede sacar provecho de un conocimiento de la religión y espiritualidad orientales.
Podemos ser los primeros en admitir que occidente necesita aprender metafísica y las doctrinas sapienciales tradicionales de oriente si quiere preservar y reavivar algo de su propio patrimonio espiritual. Ésta es una realidad evidentísima que cualquier estudio en profundidad de las religiones comparadas y del estado actual de la mentalidad occidental revelaría.
Muchos han viajado a tierras orientales, especialmente a las que han preservado hasta hoy su patrimonio espiritual, el Japón, la India y el mundo islámico, precisamente por esta razón.
Son menos, sin embargo, las personas que comprenden que incluso con respecto a las ciencias de la naturaleza, oriente tiene algo extremadamente precioso que ofrecer al mundo moderno. Por citar unos pocos ejemplos, la filosofía de la naturaleza y la física islámicas, la alquimia hindú, la medicina japonesa o china, o incluso, podríamos añadir, la geomancia —cuya práctica, conocida como Fung Shui, todavía tiene vigencia en China— tienen algo que decir sobre la situación que ha creado la aplicación de la ciencia moderna en la forma de la crisis ecológica que hoy tanto tememos.
Las ciencias orientales, que los escasos historiadores de la ciencia especializados en este campo, deberían hacer más accesibles y dar a conocer mejor, tuvieron siempre buenos resultados justamente por lo que a los modernos les parecen sus fracasos. Por otra parte, la ciencia moderna en cierto sentido se está abocando al fracaso, debido precisamente a su propio éxito —sobre todo por la alianza con la tecnología y el espíritu de conquista de la naturaleza—. Ante este grave dilema, el mundo moderno necesita no sólo la espiritualidad y la metafísica oriental, que evidentemente son la esencia y la base fundamental de todas las tradiciones orientales y contienen los principios de todas las ciencias tradicionales, sino también la influencia curativa de la concepción del mundo contenida en las ciencias de la naturaleza orientales.
Hasta ahora, el lector culto encontraba poco menos que imposible considerar seriamente la concepción del mundo implícita en las ciencias orientales, y éste es aún el caso en la mayoría de los círculos «intelectuales» de occidente. La ciencia occidental ha «avanzado», cualquiera que sea el sentido en que definamos este ambiguo término, negando todas las otras posibles ciencias de la naturaleza. Su carácter monolítico y monopolístico ha sido parte de la imagen que se ha formado de sí misma, aunque ninguna lógica podría negar la posibilidad de otras formas legítimas de ciencia. El orgullo que ha acompañado al particular tipo de actividad mental denominado «ciencia moderna» es tal que relega al campo de la «pseudo‑ciencia» todo lo que no sea conforme a su concepto de la verdadera ciencia. Esta es la razón por la que hoy en día tantas cosas excluidas de la visión científica oficial de occidente están emergiendo bajo la forma de ciencias ocultas, contra cuya aparición la ciencia moderna no tiene poder en absoluto. El carácter totalitario de la ciencia moderna ha engañado a la inmensa mayoría de los hombres que aceptan su punto de vista de una manera incondicional, haciéndoles negar la posibilidad de cualquier otra forma de conocimiento serio, con el resultado de que el interés en cualquier otra cosa que no sea la «ciencia oficial» normalmente se manifiesta con la forma de un ocultismo truncado y mutilado. Por citar las palabras de uno de los poquísimos occidentales que comprenden el significado real de las tradiciones orientales y sus ciencias: «Es el hombre quien se ha dejado engañar por los descubrimientos e inventos de una ciencia falsamente totalitaria, es decir, de una ciencia que no reconoce sus propios límites y por esta misma razón no puede abordar nada que esté fuera de sus límites» (5).
Los términos de «ciencia» y «pseudo‑ciencia» merecen un examen más detenido. Una ciencia tradicional de los metales y los minerales como la alquimia, o bien una ciencia tradicional de la geografía sagrada o la geomancia, es denominada pseudo‑ciencia en el habla moderna sin que nadie se moleste a examinar los principios que hay detrás de ella. Por ejemplo, es innegable que al aplicar lo que hoy en día se llama ciencia a la ejecución de diferentes proyectos de ingeniería o arquitectura, el hombre moderno produce a menudo monstruosidades de fealdad, mientras que aplicando las llamadas «pseudociencias» de la geografia sagrada y la geomancia, los chinos, los japoneses, los persas y los árabes han construido algunos de los más bellos edificios, jardines y paisajes urbanos imaginables. Lo mismo sería válido para las aplicaciones de la química y la alquimia respectivamente.
Ante los frutos de estos dos tipos de ciencia —uno de los cuales es honrado con el nombre de «ciencia verdadera» y el otro denigrado con el de «pseudo‑ciencia»— el hombre siente instintivamente que hay un aspecto de la naturaleza que la llamada pseudo‑ciencia, tal como ha existido en las civilizaciones tradicionales y no en las deformaciones que de ella aparecen hoy en occidente, toma en consideración y que la ciencia moderna oficial ha permitido que se descuidase. Es el elemento cualitativo y espiritual de la naturaleza que constituye la fuente de la belleza reflejada en los jardines persas o japoneses y en las obras de carácter similar basadas en las ciencias orientales; y es precisamente dicho elemento el que falta en las creaciones de la ciencia moderna. Por lo demás, este elemento cualitativo está presente en la misma naturaleza y con toda certeza está ausente en los frutos de la tecnología moderna. Podría, pues, concluirse que el elemento cualitativo, reflejado en la belleza y la armonía que se observa en la naturaleza, es un aspecto ontológico de ésta que ninguna ciencia de la naturaleza puede dejar a un lado salvo a su propio riesgo. Es también por la presencia de este factor de complejidad perteneciente a la cadena o comunidad de vida sobre esta tierra que es el origen de la fuerza y supervivencia de esta comunidad, incluso desde un punto de vista biológico. Por el contrario, debido a la falta de este elemento cualitativo y espiritual, la misma complejidad de la tecnología es de un orden bien distinto, y a resultas de esto se está convirtiendo cada vez más en una fuente de peligro y debilidad para la sociedad tecnológica.
Los que hablan de la fusión de las ciencias de oriente y de occidente deben saber que tal cosa ciertamente no ha ocurrido aún en nuestros días (6). Ni podrá ocurrir mientras la actitud de la ciencia moderna siga siendo la que es. Dicha fusión, de hecho, sólo podría ocurrir si la ciencia moderna se aviniese a dejar de lado su punto de vista monopolístico, de forma que se pudiese desarrollar una ciencia que abarcase los elementos cualitativos y espirituales de la naturaleza así como el aspecto cuantitativo de las cosas. Una ciencia tal debería basarse necesariamente en una doctrina metafísica y cosmológica que percibiera la relatividad de lo relativo, y comprendiera que todo el plano material de la realidad no es sino una mota de polvo ante los mundos suprasensibles y supraformales que lo envuelven. También debería combinarse necesariamente con una actitud de contemplación hacia la naturaleza más bien que con el deseo de dominación y conquista. Este deseo es sin duda un resultado directo del hecho de que, a pesar de toda su ciencia de la realidad que le rodea, el hombre sigue siendo totalmente ignorante de ciertos aspectos básicos de esta realidad.
La importancia de la ciencia oriental para los problemas contemporáneos originados por las aplicaciones de la ciencia occidental en campos muy diversos puede ilustrarse a través del problema de la unicidad y la interrelación entre las cosas. Este simple principio, que yace en el corazón de toda la doctrina sufí, arrojará luz sobre la naturaleza de la propia ciencia oriental, cuyo contenido ni siquiera podemos empezar a analizar aquí. Hasta ahora, la ciencia moderna ha triunfado en gran parte dando la espalda a la interrelación de las diversas partes de la naturaleza y aislando cada segmento de ella a fin de poder analizarlo y disecarlo por separado. Idealmente, según la física newtoniana, al estudiar un cuerpo que cae sólo podemos calcular las fuerzas gravitatorias que actúan sobre él conociendo la masa y la distancia de todas las partículas de materia del universo material. Pero, dado que es imposible, sólo consideramos ' la tierra como centro de atracción y nos olvidamos de las demás partes del universo material. Como resultado de ello podemos llegar a una cifra precisa aplicando las leyes de Newton al caso simplificado en cuestión. No hay duda de que algo se ha ganado con este método; pero también es verdad que algo muy fundamental se ha perdido y descuidado, a saber, la verdad básica de que la simple caída del cuerpo está relacionada con todas las partículas del universo a través de una fuerza que Platón llamaría eros y Ibn Siná ‘ishq (7).
En otro tiempo, la pérdida de este aspecto de la relación entre las cosas era considerado trivial comparado con los beneficios que aportaba la precisión matemática. Pero ahora que la aplicación de esta ciencia parcial de la naturaleza ha destruido tanto de la propia naturaleza y nos amenaza con calamidades mucho peores, y desde que, además, los ecólogos han descubierto que todo el entorno natural es un conjunto extraordinariamente complejo pero armonioso en el que nada funciona sino es en conexión con las demás partes, se ve claro cuán catastrófico es verdaderamente este tipo de omisión. Sólo ahora, después de todo el daño causado, comprendemos que para sobrevivir debemos poner un freno a la indiscriminada destrucción de nuestro medio ambiente natural y al despilfarro de los recursos que proveen a nuestras necesidades; debemos afrontar el hecho de que nuestras necesidades y las fuentes que pueden satisfacerlas están interrelacionadas con las otras partes de la naturaleza, animadas e inanimadas, de un modo que las actuales ciencias de la naturaleza no han podido captar plenamente debido a las limitaciones que se han autoimpuesto.
En occidente, un poeta como John Donne pudo escribir hace cuatro siglos en uno de sus poemas devocionales: «Ningún hombre es una isla entera en sí; todo hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra firme; si el mar arrebata un terrón, Europa se empequeñece.» Aunque aquí Donne se está refiriendo a la humanidad, su visión ciertamente no excluía a la creación entera de la que el hombre es una parte. En una época posterior, poetas románticos como Wordsworth podían describir la conciencia del espíritu infuso en todas las formas de la naturaleza y por el cual se integran estas formas, conciencia que conduce al hombre a un sentido de lo Infinito como muestran los versos siguientes:
... un sentido sublime de algo mucho más profundamente entrefundido, cuya morada es la luz de soles ponientes, y el océano redondo y el aire vivo, y el cielo azul, y en la mente del hombre; un movimiento y un espíritu que impele todas las cosas pensantes, todos los objetos de todo pensamiento, y se arremolina a través de todas las cosas
(Líneas compuestas unas pocas millas más arriba de la Abadía de Tintern)
Tales opiniones fueron consideradas por la ciencia occidental oficial como simples imágenes poéticas que no tenían nada que ver con la «ciencia», y lo mismo ocurría con las manifestaciones de otros poetas románticos como Shelley y Novalis, quienes escribieron sobre el aspecto espiritual de la naturaleza y la interrelación de sus partes; ¡sólo ahora comprenden los ecólogos cuán científicas eran esas declaraciones poéticas! Pero ni entonces ni hoy podía establecerse una firme base intelectual para las opiniones expresadas poéticamente por Donne, Wordsworth y otros (8), debido a la falta de un conocimiento metafísico apropiado por parte de los científicos modernos y la ausencia de una tradición sapiencial viva que pudiera dar un soporte intelectual a esa poesía. En consecuencia, a través de esos canales no puede descubrirse ningún medio para transformar la ciencia occidental de un modo lo bastante fundamental para permitirle considerar seriamente este sentido de la interrelación entre las cosas, el cual también significa necesariamente los diversos planos de la existencia.
Para descubrir una visión del mundo en la que el principio de la interrelación de las cosas desempeñe un papel central debemos volvernos hacia las ciencias orientales. Las ciencias tradicionales de la naturaleza existen con el propósito expreso de hacer conocer, más bien que velar, la unicidad de la naturaleza, que deriva directamente de la unidad del Principio divino, tal y como han declarado todos los maestros de la gnosis islámica (9). En el caso de las ciencias islámicas, el sentido de la unidad impregna todas las cosas y todas las formas de conocimiento, al ser la unidad (al‑tawhîd) el eje central alrededor del cual todo gira en la concepción islámica del mundo. También en el hinduismo, las diversas ciencias tradicionales contenidas en los darshânas, aunque exteriormente son independientes, se basan en la interrelación de todas las cosas y representan diversas etapas en el desarrollo del conocimiento. En cuanto a las tradiciones china y japonesa, también en ellas las «diez mil cosas» están relacionadas y pertenecen de hecho a un todo, de modo que toda ciencia de la naturaleza refleja de un modo u otro el cielo y la tierra y, a través de ellos, la unidad que transciende esta polaridad. Sêng‑Chao, un antiguo sabio chino, dijo en una ocasión: «El cielo, la tierra y yo tenemos la misma raíz., las diez mil cosas y yo somos de una misma substancia.» La intuición de la unidad de las raíces de las cosas, que refleja el principio metafísico de la «unidad transcendente del Ser», constituye la matriz de las ciencias orientales de la naturaleza.
En lo que concierne a las civilizaciones tradicionales y a sus ciencias, el Islam ocupa una posición especial por su papel de intermediario entre las tradiciones orientales y occidente. Del mismo modo que, geográficamente, el Islam cubre la zona media del mundo, intelectual y espiritualmente ocupa una posición a medio camino entre el clima mental de occidente y el clima intelectual de la India y del lejano oriente. La referencia que hace el Corán al pueblo islámico como «pueblo del centro» alude, entre otras cosas, a esta verdad.
Las ciencias islámicas, que fueron ávidamente cultivadas durante siete siglos, desde el siglo tres (nueve) al diez (dieciséis), e incluso más tarde, están profundamente relacionadas por una parte con la ciencia occidental en su fase medieval y renacentista y, por otra, con las ciencias de la India y la China. De hecho, la ciencia islámica ha estado relacionada históricamente con dichas ciencias tanto en su génesis como en su desarrollo posterior. El Islam creó una ciencia que debe ser considerada como ciencia, sea cual sea el sentido que demos a este término, una ciencia sin la cual la de occidente no hubiera podido desarrollarse, aunque la moderna ciencia occidental acabara adoptando un punto de vista completamente distinto. Al mismo tiempo, la ciencia islámica no dio origen a una ciencia secular independiente de una visión espiritual del universo. Guardó cuidadosamente las proporciones entre las cosas, dando a lo espiritual y a lo material lo que les correspondía y teniendo siempre presente en su espíritu la jerarquía del ser y del conocimiento, por lo cual se mantuvo la integración de las ciencias de la naturaleza en una sabiduría que transciende todo pensamiento discursivo. Además, muchos de los principales científicos musulmanes eran sufíes, gnósticos (‘ârifs), teósofos, y filósofos tradicionales (hâkims) que siempre desarrollaron las ciencias discursivas y analíticas en el seno de la visión contemplativa de la naturaleza (10). Desde Ibn Sînâ a Nasîr al‑Dîn Tûsî y Qutb al‑Dîn Shîrâzî, todos los cuales fueron grandes científicos y filósofos místicos, encontramos figuras sobresalientes de la historia de la ciencia que al mismo tiempo eran hombres de visión espiritual y que se hubiesen sentido perfectamente a gusto en presencia de los sabios contemplativos de China, Japón y la India.
El Islam desarrolló en su seno diferentes escuelas intelectuales, jerárquicamente ordenadas, las cuales cubren un amplio espacio intelectual que va desde el sufismo, semejante en sus doctrinas y métodos a las puras doctrinas sapienciales de las tradiciones india, china y japonesa, hasta la escuela peripatética, que está próxima a la principal tradición filosófica de la Europa medieval, de la que surgió —si bien debido a una comprensión errónea— la moderna filosofía racionalista. Asimismo, debido a la posición central que la doctrina de la unidad ocupa en el Islam, el principio de la unicidad de la naturaleza sobre el que reposan las ciencias orientales es subrayado con notable persistencia en la ciencia islámica, que lo presenta en un estilo tanto racional como intuitivo. Por lo tanto, quizá es más accesible, para las mentes educadas según esquemas de pensamiento occidentales, que las perspectivas puramente metafísicas y suprarracionales ofrecidas normalmente por las obras de los sabios de la India y el Lejano Oriente. Pero esto es sólo una cuestión de método expositivo y de medios de acceso a la verdad pura. Como ya hemos dicho, las ciencias orientales están esencialmente unificadas en su visión de la naturaleza y en los principios de la ciencia basados en esta visión.
Para volver a la necesidad de dirigirse a la ciencia oriental a fin de ayudar a resolver la crisis en que se ha sumido la ciencia occidental, debemos afirmar que la toma de conciencia, por parte de los ecologistas modernos, de que debe estudiarse todo el medio ambiente como una unidad compleja en la que todo está interrelacionado, sólo puede ser completa si también abarca los planos psicológico y espiritual de la realidad y, por tanto, en último término, la Fuente de todo cuanto existe. Por supuesto, está bien comprender que los objetos inanimados están relacionados con los animados y que todas la partes de este mundo corpóreo están interrelacionadas; pero el principio metafísico de la relación mutua entre los estados del ser, según el cual todo estado inferior del ser toma su realidad del estado que está por encima de él, del cual es inseparable, debe ser recordado a cada paso y nunca puede negarse o anularse. Si la esfera terrestre ha caído en el peligro del desorden y el caos, es debido precisamente a que durante varios siglos el hombre occidental ha intentado vivir como un ser puramente terrenal, y ha tratado de desgajar su mundo terreno de cualquier otra realidad que lo transcendiera., La profanación de la naturaleza con su pretendida conquista y el desarrollo de una ciencia de la naturaleza puramente secular no hubiera sido posible de otro modo.
Siendo esto así, no es posible corregir este desorden en el ámbito natural sin erradicar su causa, que no es otra que el intento de considerar el estado de existencia terrenal aisladamente de todo cuanto lo transciende. Las actuales consideraciones ecológicas pueden superar algunas de las barreras que han creado los estudios separativos y compartímentalizados sobre la naturaleza, pero no pueden resolver los problemas más profundos que involucran al hombre mismo, porque es precisamente el hombre el que ha perturbado el equilibrio ecológico mediante factores de carácter no biológico. La rebelión espiritual del hombre contra el cielo ha contaminado la tierra, y ninguna tentativa de rectificar la situación creada sobre la tierra puede tener pleno éxito sin que la rebelión contra el cielo llegue a su fin. Porque la luz del cielo proyectada sobre la tierra a través de la presencia de sabios y hombres contemplativos que viven dentro del marco de las auténticas tradiciones religiosas de la humanidad es lo único que preserva la armonía y la belleza de la naturaleza y de hecho mantiene el equilibrio cósmico. Hasta que no se comprenda esta verdad, todos los intentos de restablecer la paz con la naturaleza terminarán en el fracaso, aunque puedan tener algún éxito parcial impidiendo que una tragedia en particular se produzca aquí o allá.
Una vez más, sólo la ciencia oriental, basada en principios metafísicos, puede restablecer la armonía entre el hombre y la tierra, al establecer en primer lugar la armonía entre el hombre y el cielo y, de este modo, transformar la actitud ambiciosa y ávida del hombre hacia la naturaleza, que es la base de la explotación temeraria de los recursos naturales, en una actitud combinada y fundamentada en la contemplación y en la compasión. Sólo la tradición puede convertir al hombre, saqueador de la tierra, en «representante de Al-lâh en la tierra» (khalîfat Allâh fl'l‑ard), por usar la terminología islámica (11).
Si se preguntase qué hay que hacer a nivel práctico en el contexto actual podría responderse que, en el plano del conocimiento, debe buscarse una ciencia superior de la naturaleza en la que puedan integrarse las ciencias de la naturaleza cuantitativas. Esto, a su vez, sólo puede conseguirse mediante el conocimiento de los principios metafísicos indispensables sobre los que están basadas en último término estas ciencias. En el plano de la acción, ello significaría ante todo actuar siempre según la verdad, de acuerdo con el principio religioso, cualquiera que sea la situación en la que uno se halle. La pregunta, planteada a menudo con desesperación, de si la actividad tiene todavía algún sentido, no podría tener mejor respuesta que las palabras de F. Schuon: “A esto hay que responder que una afirmación de la verdad, o cualquier esfuerzo en pro de la verdad, nunca es en vano, incluso si no podemos medir de antemano el valor o el resultado de dicha actividad. Además, no tenemos otra elección. Una vez que conocemos la verdad, necesariamente debemos vivir en ella y luchar por ella, pero lo que debemos evitar a toda costa es complacernos en ilusiones. Aun si en este momento el horizonte parece lo más obscuro posible, no debemos olvidar que en un futuro quizás inevitablemente lejano la victoria será nuestra y no puede ser sino nuestra. La verdad, por su misma naturaleza, vence todos los obstáculos: Vincit omnia Veritas” (12).
En lo que respecta a la naturaleza, aquellos que comprenden el sufismo, o de modo más general, la metafísica y las ciencias orientales de la naturaleza, tienen como deber y misión en relación con la verdad continuar exponiendo su conocimiento, amar la naturaleza y contemplar sus formas sin fin como teofanías de la Omniposibilidad divina. Esta actitud sería la mayor caridad para con el mundo, porque evidenciaría de una forma concreta ante el hombre moderno la posibilidad de otra actitud ante la naturaleza, actitud que necesita desesperadamente para poder sobrevivir aún físicamente. Los hombres de culturas como la islámica, en la que los poetas sufíes, especialmente los de lengua persa, han cantado durante siglos las bellezas de la naturaleza como reflejos de las bellezas del paraíso en el que el ser del hombre se refresca y se renueva, tienen una vocación especial en los tiempos actuales. Lo mismo puede decirse de los japoneses, cuyos notables dones artísticos, combinados con la más profunda comprensión de la naturaleza, han creado lo que se podría describir como ecos del mundo angélico en medio de las formas de la naturaleza terrenal; los artistas japoneses casi lograron llevar literalmente el paraíso a la tierra. Todos aquellos a los que les ha sido concedida esta comprensión deben permanecer fieles a sí mismos y preservar las ciencias tradicionales de la naturaleza y los principios metafísicos que tan preciosos son para el futuro de sus propias culturas. También deben dar a conocer bien estas enseñanzas a todo el mundo, para que otros que las están buscando puedan sacar provecho de ellas. En esta cuestión vital, como en tantas otras, las culturas tradicionales de oriente pueden rendir el mayor servicio al mundo permaneciendo ante todo fieles, más que nunca, a sus propios principios. Y en esta tarea tienen la garantía del éxito final, pues se basan en la verdad, y como el Corán ha dicho; «La verdad ha llegado y la falsedad se ha desvanecido. La falsedad siempre está condenada a desaparecer» (XVII, 8 l).
Notas
(1). «La naturaleza totalmente intacta tiene en sí misma el carácter de un santuario, y así la consideran la mayoría de los pueblos nómadas y seminómadas, particularmente los indios pieles rojas... Para los hindúes, el bosque es la morada natural de los sabios y hallamos una valoración similar del aspecto sagrado de la naturaleza en todas las tradiciones que tienen, aun indirectamente, un carácter primordial y mitológico.» F. Schuon, Spiritual Perspeclives and Human Facis, p. 46.
(2). Por desgracia, una de las peores características de esta época es que la gente espera a caer en la trampa para tratar de salir de ella. Cuando se habla de la urgencia del problema ecológico y de la necesidad de una mayor previsión en la planificación industrial y económica a los musulmanes más modernizados, especialmente a los responsables de llevar a cabo esos programas, la respuesta estereotipada es que debemos esperar hasta que alcancemos el nivel económico de occidente y entonces pensaremos sobre estos problemas. A esto se puede contestar simplemente que entonces será demasiado tarde para hacer nada eficaz.
(3). Hemos tratado más extensamente sobre este problema en The Encounter of Man and Nature: the Spiritual Crisis of Modern Man. Sobre la concepción sufí de la naturaleza, véase S.H. Nasr, Science and Civilization in Islam, capitulo 13; Nasr, Islamic Studies, capitulo 13; y T. Burckhardt, Clé spirituelle de l’astrologie musulmane, Paris 1950.
(4). Aunque, por supuesto, hay muchas escuelas científicas diferentes en cada una de las tradiciones orientales, sus enseñanzas sobre la significación espiritual de la naturaleza y la relación del hombre con ella son lo bastante próximas como para permitirnos utilizar este término; no se trata de pasar por alto la diversidad dentro de las propias tradiciones orientales.
(5). F. Schuon, «No Activity without Truth», Studies in Comparative Religion, 1969, p. 196.
(6). Véase AK Coomaraswamy «Gradation. Evolution, and Reincarnation, en The Bugbear of Literacy, Londres 1949, p. 122‑30.
(7). Sobre la atracción entre partículas materiales que es conocida como amor o 'ishq. véase lbn Sînâ (Avicena), Risâlah fil’l’ishq, trad. por E.L. Fackenheim, Medieval Studies. vol. 7, 1945, p. 208‑28; y Nasr, An Introduction to Islamic Cosmological Doctrines, p. 261‑2
(8). En cambio, versos sufíes como la famosa frase de Sa’di: «Estoy enamorado de todo el universo porque viene de Él», están apoyados por principios metafísicos rigurosos que hacen de estos poemas no solo bellas expresiones poéticas, sino también explicaciones de la Verdad revestidas de imágenes poéticas.
(9). Véase S.H. Nasr. An Introduction to Islamic Cosmological Doctrines, p. 4 ss.
(10). Hemos tratado por extenso de este problema en nuestro Science and Civilization in Islam.
(11). Véase S,H. Nasr, «Who is Man: the Perennial Answer of Islam», en Man and his World, Toronto 1968. p. 61‑8, también en Studies in Comparative Religion, 1968. p. 45‑56.
(12). F. Schuon. «No Activity without Truth», p. 203.
martes, 17 de abril de 2007
Siguiendo al "daimon"
He aquí un ejemplo: Steve Jobb fue el creador de los Macintosh, que revolucionaron el mundo con la idea del "ordenador personal". Y este fue su discurso para la inauguración de curso en la Universidad de Stanford
sábado, 31 de marzo de 2007
La tierra es nuestra madre...

El Gran Jefe Blanco de Washington nos envió un mensaje diciendo que quiere comprar nuestras tierras. El gran jefe nos envió también palabras de amistad y de buena voluntad. Esto es muy amable por su parte, pues sabemos que él no necesita nuestra amistad. Sin embargo nosotros meditaremos su oferta, pues sabemos que si no vendemos vendrán seguramente hombres blancos armados y nos quitarán nuestras tierras.
Pero, ¿cómo es posible comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Nosotros no comprendemos esta idea. Si no somos dueños de la frescura del aire, ni del reflejo del agua, ¿cómo podréis comprarlos?
Nosotros tomaremos una decisión. El Gran Jefe de Washington podrá confiar en lo que diga el jefe Seattle, con tanta seguridad como en el transcurrir de las estaciones del año. Mis palabras son como las estrellas, que nunca tienen ocaso.
Cada partícula de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada brillante aguja de pino, cada grano de arena de las playas, cada gota de rocío de los sombríos bosques, cada calvero, el zumbido de cada insecto... son sagrados en memoria y experiencia de mi pueblo. La savia que asciende por los árboles lleva consigo el recuerdo de los pieles rojas.
Los muertos de los hombres blancos olvidan la tierra donde nacieron cuando parten para vagar entre las estrellas. En cambio, nuestros muertos no olvidan jamás esta tierra maravillosa, pues ella es nuestra madre. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas, el venado, el caballo, el gran águila, son nuestros hermanos.. Las cumbres rocosas, los prados húmedos, el calor del cuerpo de los potros y de los hombres, todos somos de la misma familia.
Por todo ello, cuando el Gran Jefe de Washington nos comunica que piensa comprar nuestras tierra exige mucho de nosotros. Dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir agradablemente y que él será nuestro padre y nosotros nos convertiremos en sus hijos.
Pero, ¿es eso posible? Dios ama a vuestro pueblo y ha abandonado a sus hijos rojos. El envía máquinas para ayudar al hombre blanco en su trabajo y construye para él grandes poblados. Hace más fuerte a vuestro pueblo de día en día. Pronto inundaréis el país como ríos que se despeñan por precipicios tras una tormenta inesperada. Mi pueblo es como una época en regresión pero sin retorno. Somos raza distintas. Nuestros niños no juegan juntos y nuestros ancianos cuentas historias diferentes. Dios os es favorable y nosotros, en cambio, somos huérfanos.
Nosotros gozamos de alegría al sentir estos bosques. El agua cristalina que discurre por los ríos y los arroyos no es solamente agua, sino también la sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos nuestras tierras debéis saber que son sagradas y enseñad a vuestros hijos que son sagradas y que cada reflejo fugaz del agua clara de las lagunas narra vivencias y sucesos de mi pueblo. El murmullo del agua es la voz de mis antepasados.
Los ríos son nuestros hermanos que sacian nuestra sed. Ellos llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si os vendemos nuestras tierras debéis recordar esto y enseñad a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y que, por tanto, hay que tratarlos con dulzura, como se trata a un hermano.
El piel roja retrocedió siempre ante el hombre blanco invasor, como la niebla temprana se repliega en las montañas ante el sol de la mañana. Pero las cenizas de nuestros padres son sagradas, sus tumbas son suelo sagrado, y por ello estas colinas, estos árboles, esta parte del mundo es sagrada para nosotros. Sabemos que el hombre blanco no nos comprende. El no sabe distinguir una parte del país de otra, ya que es un extraño que llega en la noche y despoja a la tierra de lo que desea. La tierra no es su hermana sino su enemiga y cuando la ha dominado sigue avanzando. Deja atrás las tumbas de sus padres sin preocuparse. Olvida tanto las tumbas de sus padres como los derechos de sus hijos. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el aire, como cosas para comprar y devastar, para venderlas como si fueran ovejas o cuentas de colores. Su voracidad acabará por devorar la tierra, no dejando atrás más que un desierto.
Yo no sé, pero nuestra forma de ser es diferente a la vuestra. La sola visión de vuestras ciudades tortura los ojos del piel roja. Quizá sea porque somos unos salvajes y no comprendemos. No hay silencio en las ciudades de los blancos. No hay ningún lugar donde escuchar cómo se abren las hojas de los arboles en primavera o el zumbido de los insectos. Quizá sea sólo porque soy un salvaje y no entiendo, pero el ruido de las ciudades únicamente ofende a nuestros oídos. ¿De qué sirve la vida si no podemos escuchar el grito solitario del halcón nocturno, ni las querellas nocturnas de las ranas al borde de la charca? Soy un piel roja y nada entiendo, pero nosotros amamos el rumor suave del viento, que acaricia la superficie del arroyo, y el olor de la brisa, purificada por la lluvia del medio día o densa por el aroma de los pinos.
El aire es precioso para el piel roja, pues todos los seres comparten el mismo aliento: el animal, el árbol, el hombre..., todos respiramos el mismo aire. El hombre parece no notar el aire que respira. Como un moribundo que agoniza desde hace muchos días, es insensible a la pestilencia.
Pero si nosotros os vendemos nuestras tierras no debéis olvidar que el aire es precioso, que el aire comparte su espíritu con toda la vida que mantiene. El aire dio a nuestros padres su primer aliento y recibió su última expiación. Y el aire también debe dar a nuestros hijos el espíritu de la vida. Y si nosotros os vendemos nuestras tierras, debéis apreciarlas como algo excepcional y sagrado, como el lugar donde también el hombre blanco sienta que el viento tiene el dulce aroma de las flores de las praderas.
Meditaremos la idea de vender nuestras tierras, y si decidimos aceptar, será sólo con una condición: el hombre blanco deberá tratar a los animales del país como a sus hermanos. Yo soy un salvaje y no lo entiendo de otra forma. Yo he visto miles de bisontes pudriéndose, abandonados por el hombre blanco tras matarlos a tiros desde un tren que pasaba. Yo soy un salvaje y no puedo comprender que una máquina humeante sea más importante que los bisontes, a los que nosotros cazamos tan sólo para seguir viviendo.
¿Qué sería del hombre sin los animales? Si los animales desaparecieran el hombre también moriría de gran soledad espiritual. Porque lo que le suceda a los animales, también pronto le ocurrirá al hombre. Todas las cosas están relacionadas entre sí. Lo que afecte a la tierra, afectará también a los hijos de la tierra.
Enseñad a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a nuestros hijos: la tierra es nuestra madre. Lo que afecte a la tierra, afectará también a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen a la tierra, se escupen a si mismos. Porque nosotros sabemos esto: la tierra no pertenece al hombre, sino el hombre a la tierra. Todo está relacionado como la sangre que une a una familia. El hombre no creó el tejido de la vida, sino que simplemente es una fibra de él. Lo que hagáis a ese tejido, os lo hacéis a vosotros mismos.
El día y la noche no pueden convivir. Nuestros muertos viven en los dulces ríos de la tierra, regresan con el paso silencioso de la primavera y su espíritu perdura en el viento que riza la superficie del lago.
Meditaremos la idea del hombre blanco de comprar nuestras tierras. Pero, ¿puede acaso un hombre ser dueño de su madre? Mi pueblo pregunta: ¿qué quiere el hombre blanco? ¿Se puede comprar el aire o el calor de la tierra, o la agilidad del venado? ¿Cómo podemos nosotros venderos esas cosas, y vosotros cómo podríais comprarlas? ¿Podéis acaso hacer con la tierra lo que os plazca, simplemente porque un piel roja firme un pedazo de papel y se lo entregue a un hombre blanco? Si nosotros no poseemos la frescura del aire, ni el reflejo del agua, ¿cómo podréis comprarlos? ¿Acaso podréis volver a comprar los bisontes, cuando hayáis matado hasta el último?
Cuando todos los bisontes hayan sido sacrificados, los caballos salvajes domados, los misteriosos rincones del bosque profanados por el aliento agobiante de muchos hombres y se atiborren de cables parlantes la espléndida visión de las colinas... ¿dónde estará el bosque? Habrá sido destruido. ¿Dónde estará el águila? Habrá desaparecido. Y esto significará el fin de la vida y el comienzo de la lucha por la supervivencia.
Pero vosotros caminaréis hacia el desastre brillando gloriosamente, iluminados con la fuerza del dios que os trajo a este país y os destinó para dominar esta tierra y al piel roja. Dios os dio poder sobre los animales, los bosques y los pieles rojas por algún motivo especial. Ese motivo es para nosotros un enigma. Quizás lo comprendiéramos si supiésemos con qué sueña el hombre blanco, qué esperanza trasmite a sus hijos en la largas noches de invierno y qué ilusiones bullen en su imaginación que les haga anhelar el mañana.
Pero nosotros somos salvajes y los sueños del hombre blanco nos permanecen ocultos. Y por ello seguiremos distintos caminos, porque por encima de todo valoramos el derecho de cada hombre a vivir como quiera, por muy diferente que sea de sus hermanos.
No es mucho realmente lo que nos une. El día y la noche no pueden convivir y nosotros meditaremos vuestra oferta de comprar nuestro país y enviarnos a una reserva. Allí viviremos aparte y en paz. No tiene importancia dónde pasemos el resto de nuestros días. Nuestros hijos vieron a sus padres denigrados y vencidos. Nuestros guerreros han sido humillados y tras la derrota pasan sus días hastiados, envenenando sus cuerpos con comidas dulces y fuertes bebidas. Carecen de importancia dónde pasemos el resto de nuestros días. Ya no serán muchos, Pocas horas más quizás un par de inviernos, y ningún hijo de las grandes tribus que antaño vivían en este país y que ahora vagan en pequeños grupos por los bosques, sobrevivirán para lamentarse ante la tumba de un pueblo, que era tan fuerte y tan lleno de esperanzas como el nuestro.
Pero cuando el último piel roja haya desaparecido de esta tierra y sus recuerdos sólo sean como la sombra de una nube sobre la pradera, todavía estará vivo el espíritu de mis antepasados en estas riberas y en estos bosques. Porque ellos amaban esta tierra como el recién nacido ama el latir del corazón de su madre.
Pero ¿por qué he de lamentarme por el ocaso de mi pueblo? Los pueblos están formados por hombres, no por otra cosa. Y los hombres nacen y mueren como las olas del mar. Incluso el hombre blanco, cuyo dios camina y habla con él de amigo a amigo, no puede eludir ese destino común. Quizás seamos realmente hermanos. Una cosa si sabemos, que quizás el hombre blanco descubra algún día que nuestro Dios y el vuestro, son el mismo Dios. Vosotros quizás pensáis que le poseéis, al igual que pretendéis poseer nuestro país, pero eso no podéis lograrlo. Él es el Dios de todos lo hombres, tanto de los pieles rojas como de los blancos. Esta tierra le es preciosa, y dañar la tierra significa despreciar a su Creador
También los blancos desapareceréis, quizás antes que las demás razas. Continuad ensuciando vuestro lecho y una noche moriréis asfixiados por vuestros propios excrementos.
Nosotros meditaremos vuestra oferta de comprar nuestra tierra, pues sabemos que si no aceptamos vendrá seguramente el hombre blanco con armas y nos expulsará. Porque el hombre blanco, que detenta momentáneamente el poder, cree que ya es Dios, a quien pertenece el mundo.
Si os cedemos nuestra tierra amadla tanto como nosotros la amábamos, cuidadla tanto como nosotros la cuidamos, y conservad el recuerdo de tal como es cuando vosotros la toméis.
Y con todas vuestras fuerzas, vuestro espíritu y vuestro corazón, conservarla para vuestros hijos y amadla como Dios nos ama a todos.
Pues aunque somos salvajes sabemos una cosa: nuestro Dios es vuestro Dios. Esta tierra es sagrada. Incluso el hombre blanco no puede eludir el destino común. Quizás incluso seamos hermanos. ¡Quién sabe!
Se ha argumentado que el discurso es invención de un guionista de Hollywood, Ted Perry, a partir de las notas que el Dr. Henry Smith tomó en diciembre de 1854, cuando el Jefe Seattle (que sí existió) dio un discurso -pero no ante el presidente de Estados Unidos, sino ante el Gobernador Territorial Isaac Stevens. Henry Smith escribió 33 años más tarde su versión del discurso a partir de esas notas, y las envió al Seattle Sunday Star. Ted Perry conoció ese artículo en 1970, casi 90 años después, cuando preparaba un film sobre el entorno. De todos modos, por su belleza y su mensaje, durante años y años se ha divulgado este texto como si fuera original del Jefe Seattle.
lunes, 26 de marzo de 2007
El oscurecimiento global
Este documental, producido para la BBC en el 2006, fue transmitido también por Documentos TV y ahora puede verse en la web, aunque no sé por cuánto tiempo...
*** video retirado de internet****
Aclaración posterior:
Pues, como me temía, el video ha sido inmediatamente retirado... Afortunadamente aún puede verse, en baja calidad y con mala sincronización entre voz e imagen, picando este enlace
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La versión en inglés y sin subtítulos en castellano, que puedes ver a continuación, fue presentada en el programa "Horizon" de esta manera:
Esta es una película que exige acción. Revela que hemos subestimado enormemente la velocidad con la que está cambiando nuestro clima. EN esencia es un nuevo fenómeno letal. Uno que hasta hace poco los científicos rehusaban creer que pudiera existir. Pero ya puede haber causado la inanición de millones. Hoy el programa "Horizons" revela por primera vez el poder de lo que los científicos llaman "el oscurecimiento global"
domingo, 25 de marzo de 2007
Imaginación y teorías de la conspiración
Sartre dijo: "Quien comienza con hechos nunca llegará a las esencias". Eso es. Es llegar a la esencia de las situaciones. Los hechos no nos llevan a las esencias. Reunimos los hechos. Tenemos comisiones para reunir hechos en cualquier acontecimiento. ¿Pero imaginamos?
Y entonces la imaginación continúa subrepticiamente como teorías de conspiración. El asesinato de Kennedy fue tratado como investigación de hechos en el Informe Warren. Cada condenada posibilidad de cómo entraron y salieron las balas y pasaron por otra cabeza y así sucesivamente, se contabilizó y se registró. Tenemos todos los hechos. Pero ello no afecta a la imaginación, que continúa y continúa y continúa en teorías de conspiración.
De modo que mi alegato es por la imaginación. Ahora ¿cómo imaginamos? ¿Y qué es imaginar? No es simple el modo en que lo entiendo: es entrar en el corazón del Otro. Es una actividad en el misticismo islámico. Es una actividad del corazón. El corazón imagina. Eso no es simplemente "sentir" al Otro, tal como aprendemos en psicoterapia: empatía y simpatía y así sucesivamente, o kibbutz. Es incluso otra cosa que la compasión, porque no tiene tanto que ver con el sentimiento como tiene que ver con imaginar al Otro.
Bien puede considerarse que el video sobre la caída de la Torres Gemelas que puse en este blog entra dentro de las teorías de la conspiración. También es el caso de este otro video, Loose Change, de Dylan Avery, un joven de un poco más de veinte años que hace tres años empezó a recolectar y estudiar la gran cantidad de material existente en la red, realizando junto con su amigo Korey Rowe - veterano de las guerras en Afganistán e Irak - un trabajo que ya ha sido visto en Google Video por más de dos millones de personas. Y finalmente puede ser visto con subtítulos en castellano
viernes, 23 de marzo de 2007
Neil Postman: ¿Orwell (1984) o Huxley (Un mundo feliz)?
En “1984” la opresión era impuesta externamente, mientras que en el mundo feliz de Huxley, para privar a la gente de su autonomía, madurez e historia no hacía falta ningún Gran Hermano. Según Huxley, la gente llegaría a amar su opresión, a adorar las tecnologías que anulan su capacidad para pensar. Orwell temía que se prohibiesen los libros. Huxley temía que no fuese necesario prohibirlos porque nadie estaría ya interesado en leerlos. A Orwell le preocupaba que nos privasen de la información. Huxley, por el contrario, temía que nos diesen tanta que quedáramos reducidos a la pasividad. Orwell recelaba de que se nos escondiese la verdad. Huxley creía que la verdad se vería inundada por un mar de irrelevancia. Orwell temía que nos convirtiésemos en una cultura prisionera. Huxley, por su parte, temía que nos acabásemos convirtiendo en una cultura superficial, ocupada en experimentar sensaciones o en ñoñerías.
Años después de la publicación de ambas novelas, Huxley escribió “Retorno a un mundo feliz”. En este ensayo afirmaba que en “1984” se controla a la gente provocándole dolor, mientras que en “Un Mundo Feliz” se le controla provocando placer. Orwell creía que lo que odiamos, nos destruiría. Huxley pensaba que lo que nos destruiría sería precisamente... lo que amamos.
“La gente se ríe y no piensa, y lo peor de todo es que no sabe por qué se ríe, ni por qué dejó de pensar”.
Por Neil PostmanOtro recomendable artículo de Postman: Cinco cosas que necesitamos saber sobre el cambio tecnológico
martes, 20 de marzo de 2007
Una verdad incómoda
La película puede verse picando aquí
sábado, 17 de marzo de 2007
Verdades e ilusiones: la historia oficial
Realmente, la anestesia (inconsciencia) es tan grande que el mejor antídoto está en el siguiente lema:
Haga preguntas. Piense por sí mismo. Despierte y podrá lograr un cambio
Pensar por sí mismo. Pero ésto es algo muy difícil, cuando lo que hoy pasa por "pensar" es repetir información manipulada, slogans subliminalmente aceptados, y el recurso a una pobreza maginativa totalmente conformada por la publicidad y los medios.
Para ver la película subtitulada en castellano, picar aquí
Y aquí puede verse el documental en versión original subtitulada en francés:
jueves, 1 de marzo de 2007
El orden (criminal) del mundo
James Hillman
Los que están dispuestos a renunciar a la libertad por seguridad, no son merecedores ni de libertad ni de seguridad
Benjamin Franklin
martes, 27 de febrero de 2007
El alma del mundo y sus síntomas (III)

Rosa Montero
En estos últimos meses estamos asistiendo a la creación de una nueva conciencia universal. Mejor dicho, a la asunción oficial de una verdad que hasta ahora permanecía bullendo en los márgenes de la vida institucional. Me refiero a la clara certidumbre de que nos estamos cargando el mundo tal cual lo conocemos, y de que es necesario afrontar cambios radicales. Es curioso, porque hace tan sólo unos diez meses, cuando entrevisté para este suplemento dominical a James Lovelock, el científico británico que creó la teoría de Gaia (esto es, de la Tierra como un todo que se autorregula), el tema todavía no se había convertido en un asunto de tan obvia, indiscutible y urgente relevancia dentro de la política internacional.
Lovelock, un nonagenario genial y vitalista que hasta entonces siempre había sido la antítesis del catastrofismo, acababa de sacar a la sazón en Inglaterra su último libro, titulado The revenge of Gaia (La venganza de Gaia). Y en esa obra y en la entrevista decía que para el año 2050 se habrían derretido los casquetes polares, y que para antes de 2100 todas las zonas costeras habrían desaparecido bajo las aguas. Países enteros como Bangla Desh serían borrados del mapa. Millones de personas intentarían buscar nuevas tierras donde vivir, y habría matanzas y guerras terribles. Entre las carnicerías, las inundaciones y la desertización provocada por el calentamiento global, Lovelock sostenía que, para finales de siglo, tal vez sólo sobrevivieran unos cuantos cientos de millones de humanos en la zona ártica. Unas predicciones de lo más sombrías que fueron agriamente contestadas por algunos lectores del suplemento, que mandaron cartas incendiarias. Desde mi punto de vista, esa furia era un poco como la de quien mata al mensajero.
Sí, por supuesto, las predicciones de Lovelock no son más que el resultado de una teoría científica que puede estar errada en todo o en parte. Por ejemplo, en los plazos temporales. Pero ese exceso de ira que provocaba en algunos, ¿no escondía el miedo inconsciente ante lo ingobernable, lo inasumible? Desde luego resulta muy difícil creer en catastrofismos: todas y cada una de nuestras células se rebelan ante la idea del final. Orgánicamente somos unos supervivientes natos, y tan optimistas que hasta nos cuesta trabajo creer en nuestra propia muerte individual, por más que sea algo fuera de toda duda. De manera que aceptar el riesgo de un cataclismo se nos hace muy duro.
Pero en los últimos meses hemos tenido que enfrentarnos a ello. Los datos son tan incuestionablemente graves y tan abundantes que una repentina y tardía conciencia oficial de la cercana catástrofe está tomando forma. Por no hablar del tórrido invierno del Hemisferio Norte, de la falta de nieve y del tiempo loco, que también ha contribuido a asustar a la gente.
Y así, a primeros de febrero se presentó el informe del cambio climático realizado por 2.500 científicos para la ONU: prevé un futuro espeluznante y advierte que el nivel del mar seguirá aumentando durante más de mil años aunque consigamos reducir el efecto invernadero. Y la conferencia medioambiental de París, celebrada en esas mismas fechas, cerró con estas palabras: “Hoy sabemos que la Humanidad está destruyendo, a una velocidad aterradora, los recursos y equilibrios que han permitido su desarrollo y que determinan su futuro (?). La supervivencia misma de toda la Humanidad está en peligro (?). Hemos llegado al límite de lo irreversible, de lo irreparable”. Todo esto lo dijo el presidente francés, Jacques Chirac, un señor que no es que sea precisamente un guerrillero radical ecologista. Qué datos tan espantosos tendrán los mandamases para haberse concienciado tan de repente.
De manera que estamos en el principio del final. De golpe nos ha estallado la situación entre las manos, y corremos desorientados en todas direcciones, como hormigas de un hormiguero que alguien ha destruido con un palo. Tantos años mitificando el desarrollo (más coches, más carreteras, más industrias, más consumo energético) y resulta que toda esa catarata de luces nos conduce a la más completa oscuridad. ¿Qué les contaremos a nuestros hijos cuando hereden las ruinas? Dentro de tres siglos, si la civilización perdura, los historiadores dirán que fue a finales de 2006 y comienzos de 2007 cuando los estamentos oficiales internacionales empezaron a asumir claramente el peligro. Ojalá no sea demasiado tarde.
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de EL PAIS SEMANAL 07-05-2006
por Rosa Montero:
JAMES LOVELOCK. El retorno del creador de Gaia
Creó la controvertida teoría de Gaia, según la cual la Tierra es un todo que se autorregula Ahora vuelve, con 86 años, tan polémico. En España acaba de publicar su autobiografía, ‘Homenaje a Gaia’ (ed. Laetoli), y en el Reino Unido saca un libro anunciando una inminente catástrofe ambiental.
Ha sido uno de los científicos más polémicos y originales de la segunda mitad del siglo XX y aún ahora sigue haciendo de las suyas, pero James Lovelock posee un aspecto de abuelito amable y divertido, ese abuelo que todos los niños del mundo quisieran tener. Ríe con sonoras y abundantes carcajadas, practica un sentido del humor de cuya agudeza no se salva ni él mismo y, con su rostro risueño nimbado de abundantes pelos blancos, da toda la impresión de ser un hombre en paz consigo mismo y capaz de disfrutar cada uno de los instantes de su vida. Tiene 86 años, pero no los representa. Desde luego no es un anciano, sino un ser que parece estar fuera del tiempo, un personaje salido de algún cuento, un gnomo de los bosques, enjuto, pequeñito, vibrante de energía. Como los gnomos, vive en mitad del campo, en el suroeste de Inglaterra, en una pequeña granja rodeada de 14 hectáreas de tierra. En el exterior, el mundo bucólico, y en el interior, una atmósfera de incesante trabajo: dos salas llenas de ordenadores, de papeles, de libros y cachivaches. Allí, ayudado por Sandy, su segunda mujer, una treintena de años más joven que él e igual de acogedora, Lovelock prosigue con su actividad científica. Hace 40 años, este hombre ideó la teoría de Gaia, según la cual nuestro planeta sería un todo capaz de autorregularse. Nunca dijo que Gaia, la Tierra, fuera un ser pensante, ni que tuviera conciencia ni propósito, pero, pese a ello, sus ideas fueron perseguidas y ridiculizadas ferozmente por los científicos durante mucho tiempo, hasta que, a partir de los años noventa, empezaron a ser aceptadas de manera mayoritaria.
Este viejo científico inglés que es un poco gnomo y quizá un poco niño adora construir sus instrumentos con sus propias manos (habla de eso como si fuera un juego), y es además un prolífico inventor. Hace también 40 años creó el detector de captura de electrones (ECD), una máquina pequeña y barata que revolucionó el mundo. El ECD es tan sensible que, si derramamos una botella de perfume en Japón sobre una manta, a las dos semanas el detector podría percibir partículas de ese perfume en el aire de Londres. Con ese invento sencillo y milagroso, los ecologistas descubrieron residuos de pesticidas en todo el planeta. Y fue el propio Lovelock quien, usando su máquina, advirtió en mediciones sobre el océano la existencia de los CFC, los famosos clorofluorocarbonatos que están alterando de manera radical el equilibrio atmosférico. Todo esto dio lugar al Protocolo de Montreal y a cuanto ha venido después en el tema de la política medioambiental. Se puede decir que Lovelock cambió el mundo, y desde luego fue el padre de la ecología moderna, aunque, en general, él no se lleva demasiado bien con los verdes: considera que la mayoría de los ecologistas “no sólo desconocen la ciencia, sino que además la odian”.
Ahora, este abuelo vitalista y alegre regresa convertido en un mensajero de la oscuridad. Su último libro, The revenge of Gaia (La venganza de Gaia), recién publicado en el Reino Unido, viene a decirnos que estamos inevitablemente abocados a una catástrofe natural casi inmediata. Desde luego, resulta difícil creer que el mundo tal y como lo conocemos se haya acabado para dentro de 60 u 80 años. Pero, a fin de cuentas, también nos resulta difícil creer en nuestra propia muerte.
-Su último libro ha sido un verdadero bombazo, y muy polémico. Usted presenta en él un futuro muy negro para la humanidad.
-Me temo que sí, es una historia muy triste, aunque no totalmente desesperada. Va a ser un golpe muy grande para los humanos, pero habrá supervivientes y tendremos la oportunidad de empezar de nuevo. Porque en esta ocasión lo hemos hecho fatal. En cierto modo me siento mal por ser el portador de unas noticias tan terribles, pero por otro lado miras alrededor y ves que las cosas empeoran y empeoran por momento en el mundo, y alguien tiene que intentar detener ese desastre.
-Dice usted que para 2050 se habrán deshelado los polos y que Londres, entre muchos otros lugares de la Tierra, estará sepultado bajo las aguas.
-En efecto, los polos se habrán deshelado totalmente, y puede que antes de esa fecha. En cuanto a las inundaciones, no estoy seguro de si ocurrirán tan pronto. Lo que provocará las inundaciones masivas será el deshielo de los glaciares, y puede que eso tarde un poco más.
-Pero en cualquier caso sería lo suficientemente pronto, antes de que se acabe este siglo.
-Oh, sí, eso desde luego. Definitivamente, antes de que se acabe este siglo, Londres estará inundado. Y todas las zonas costeras. Imagínese Bangladesh, por ejemplo; el país entero desaparecerá bajo las aguas. Y sus 140 millones de habitantes intentarán desplazarse a otros países… Donde no serán bien recibidos. En todo el mundo habrá muchas guerras y mucha sangre.
-Mire, lo que más me inquieta de sus predicciones es que usted nunca ha sido un hombre apocalíptico.
-Nunca, nada. Siempre he sido justamente todo lo contrario.
-Que usted salga ahora con un libro tan pesimista debe de haber supuesto un choque en la comunidad científica.
-Bueno, tengo bastantes amigos en el campo de la ciencia, y especialmente dentro de los científicos del clima, que manejan los mismos datos que estoy manejando yo. Lo que pasa es que, al estar empleados, no pueden hablar claramente de estas teorías, porque si lo hicieran perderían sus trabajos. Pero han hablado conmigo y me han dicho que en cierto sentido, yo soy su portavoz. Están muy preocupados. Y su actitud respecto al libro que acabo de publicar es que, en todo caso, se queda corto. La situación es verdaderamente muy mala.
-Tan mala que usted sostiene que hay que recurrir a la energía nuclear, porque no hay tiempo para descubrir otra energía alternativa lo suficientemente eficiente.
-Así es. No es que yo esté en contra de otras energías alternativas, sobre todo en algunas zonas como, por ejemplo, los países desérticos, en donde resulta de lo más razonable usar la energía eólica para desalinizar el agua. Pero en países muy urbanos y densamente habitados, como Inglaterra o Alemania, es absurdo intentar sacar la energía de los molinos de viento.
-Su apoyo actual a la energía nuclear le ha puesto otra vez en el ojo del huracán. Seguir siendo así de polémico con 86 años tiene su mérito y su gracia.
-Bueno, supongo que sí, en tanto en cuanto consigas evitar los misiles que te disparan desde todas partes.
-Además de científico es usted inventor y ha creado unas sesenta patentes.
-Pues sí, pero no poseo ninguna de ellas. La gente no suele saber que, si quieres patentar algo, todo el proceso legal hasta llegar a la patente te cuesta 100.000 libras (140.000 euros), y a ver cuánta gente tiene dinero para poder permitírselo. Porque, además, sólo un invento de cada cinco termina siendo rentable. Por otra parte, no soy un hombre de negocios y nunca quise serlo, así es que lo que hice fue buscar alguna empresa buena, amable y honrada, como Hewlett-Packard, por ejemplo; es una de las compañías con las que trabajo. Y entonces llegas a un acuerdo muy simple según el cual les cedes tus inventos dentro de un campo determinado, y a cambio ellos te pagan un dinero. Hewlett-Packard me ha pagado 32.000 dólares al año, y me basta.
-Pero podría haberse hecho usted multimillonario con alguno de sus hallazgos… Sobre todo con el ECD. Y, de hecho, usted patentó ese invento. Pero luego se lo robaron.
-Lo que sucedió es que yo fui a la universidad norteamericana de Yale a trabajar durante unos meses en el departamento de medicina. Ya llevaba el ECD en la cabeza desde mucho antes, pero lo construí allí. Los de Yale dijeron: “Bueno, vamos a patentarlo; un tercio para Yale, otro para una agencia de patentes y otro tercio para ti”. “Bueno”, dije, “acepto”. No soy avaricioso y no me importaba compartir la patente. Pero en cuanto registramos el ECD recibí una carta muy ruda del Gobierno americano diciendo que ellos se quedaban con la patente. Me quedé atónito, pero entonces recibí una carta mucho más amable del decano de medicina de Yale, en la que me pedía por favor que renunciara a mis derechos, porque estaban amenazando con cortarles la mitad del presupuesto al departamento. Así es que renuncié. Podría haber acudido a abogados y demás, pero todo eso cuesta dinero y yo no sabía si iba a poder recuperarlo. A decir verdad, por entonces yo no pensaba que el ECD fuera a ser una patente muy valiosa.
-Y luego se convirtió en uno de los inventos fundamentales de la segunda mitad del siglo XX.
-Sí, pero… Por favor, no me gustaría que diera la imagen de que me siento frustrado o amargado por eso, por haber perdido la patente. No es algo que me haya preocupado. Mire, esto es el ECD (coge un objeto de su escritorio y me lo enseña: es un humilde objeto del tamaño de una cajetilla de cigarrillos, unos cuantos hierros viejos clavados a una base de madera).
-¿Y esto tan pequeño cambió el mundo?
-Bueno, no tiene por qué ser grande. Y lo que me encanta es que lo fabriqué yo mismo. Fue muy divertido.
-Sí, y para conseguir la fuente radiactiva que necesitaba raspó la pintura fluorescente del cuadro de mandos de un viejo avión militar.
-Cierto. Y fíjese, hoy ya no podría hacer eso, porque las nuevas regulaciones verdes respecto al manejo de la radiactividad me lo impedirían. Es increíble, pero si los verdes hubieran sido verdaderamente poderosos en los años cincuenta, nunca hubiera podido inventar este aparato.
-Luego colaboró con la NASA. Entre otras cosas, inventó un instrumento que luego formó parte de la ‘Viking’.
-Sí, la pieza que aterrizó en Marte con la Viking era como ésta. (Vuelve a tomar algo de su escritorio y me lo enseña: es una birria metálica, una especie de muelle de lo más anodino, no más grande que una caja de cerillas). No resulta nada espectacular, pero le aseguro que los instrumentos que analizaban la atmósfera no hubieran funcionado sin ello.
-Estando en la NASA se hizo amigo de otros científicos y ahí apareció Gaia, de golpe, como un relámpago, en el año 1965.
-Sí, trabé conocimiento con los biólogos y un día me dijeron: “¿Por qué no vienes a una conferencia que tenemos sobre la detección de vida en Marte?”. Me pareció estupendo y acudí. Y resulta que los biólogos estaban desarrollando equipos de detección para la superficie de Marte como si fueran a buscar vida en el desierto de Nevada. Y yo no hacía más que decirles: “¿Pero cómo podéis pensar que la vida de Marte, si es que hay vida, va a crecer en el medio que le habéis preparado? La vida allí puede ser completamente distinta”. Entonces me dijeron: “¿Tú qué harías?”. “Bueno, yo intentaría buscar una reducción de la entropía”. Esto les hizo tragar saliva, porque dentro de la fraternidad biológica nadie parece tener una idea clara de lo que es la entropía. Eso me forzó a desarrollar un análisis atmosférico que marcara qué condiciones pueden llevar a la vida, y de ahí surgió Gaia.
-Lo que usted les dijo es que el equilibrio químico de la atmósfera posee un índice muy alto de entropía, o lo que es lo mismo, de desorden. Y que cuando se encuentra una atmósfera con una entropía baja, en la que hay demasiado metano, o demasiado oxígeno, o cualquier otro ordenamiento químico anómalo, eso indica la presencia de vida. Porque es la vida la que altera el equilibrio químico y lo ordena. Esa idea de la vida como generadora de orden es muy bella.
-Gracias. Verá, es que el jefe de allí se enfadó conmigo porque yo había llevado la contraria y exasperado a los biólogos, y me dijo: “Mira, hoy es miércoles. Ven el viernes a mi despacho con un sistema práctico de detección de vida a través de la atmósfera o atente a las consecuencias”. Aquello sonaba a una amenaza de despido, y la verdad es que cuando te someten a una presión tan grande es increíble lo deprisa que puedes pensar e inventar.
-Y del miércoles al viernes nació Gaia.
-Lo que pensé es que esos gases de la atmósfera reaccionan los unos con los otros muy rápidamente. Sin embargo, la atmósfera de la Tierra había permanecido estable durante mucho tiempo. Y me dije: “¿Qué es lo que hace que se mantenga esta estabilidad?”. Y lo único que podía mantener ese equilibrio era la vida.
-Luego, con el tiempo, la teoría fue desarrollándose. Gaia no sólo mantendría la atmósfera estable, sino también la salinidad de los mares, el clima… El nombre de Gaia, que es el de la diosa griega de la Tierra, se lo dio su amigo el escritor y premio Nobel William Golding. Pero la comunidad científica parece haber odiado esa denominación desde el primer momento.
-Bueno, no todos. A los científicos del clima les gustó el nombre y la idea desde el principio. El problema siempre ha sido con los biólogos. De alguna manera, los biólogos creen que la vida es su propiedad.
-El rechazo, de todas maneras, fue tan clamoroso e insistente que han rebautizado la teoría… Ahora se llama Ciencia del Sistema de la Tierra.
-Sí, es que todo era tan difícil en los años ochenta, y los biólogos eran tan ruidosamente anti-Gaia, que ni siquiera conseguías publicar un artículo en una revista científica si llevaba la palabra Gaia por algún lado. Y por fin un buen número de científicos sensatos de Estados Unidos solventaron el problema utilizando lo de Ciencia del Sistema de la Tierra, que es un término que nadie puede rechazar, pero que no tiene el impacto que Gaia tiene para el público. De hecho, el término Gaia está regresando.
-Dice que era imposible publicar artículos que trataran de Gaia. Sé que pasó usted unos años durísimos. Durante mucho tiempo estuvo prácticamente solo, aparte de unos pocos apoyos, como el de la eminente bióloga Lynn Margulis. Pero no consiguió ni una sola subvención para sus trabajos y los científicos le dedicaron los insultos más feroces: decían que era usted un “completo imbécil”, un “místico chiflado”…
-La década de los ochenta fue terrible en muchos sentidos, sí… Hubo también algunas cosas buenas, pero fue una época de mucho dolor y sufrimiento; también en el sentido literalmente físico. Con todo lo que me pasó por entonces, no sé cómo no caí en una depresión, la verdad. Pero es que deprimirme no es mi estilo.
-También me admira que no se convirtiera en un amargado. Sabe, suele suceder que, cuando alguien cree estar en lo cierto y todo el mundo le contradice y desprecia durante años, esa persona se llena de frustración y de odio. En usted no veo nada de eso.
-Bueno, eso creo que tiene que ver un poco con nuestra idiosincrasia de ingleses locos. Yo fui educado un poco para reprimir toda emoción, ya sabe, esa cosa inglesa tan típica. De manera que creo que para mí hubiera sido simplemente de mal gusto comportarme como si me importara el rechazo de los demás. Claro que las cosas han cambiado y las nuevas generaciones de ingleses ya no son así; ahora son mucho más parecidas al resto de Europa, pero en mis tiempos había un poco de eso, esa educación que hacía que te comportaras con una especie de distancia olímpica. Esto tiene sus cosas malas, pero también buenas, porque cuando te llega una época negativa estás mucho mejor equipado.
-Mientras le discutían su teoría de Gaia, estaba usted inmerso en lo que llama “la guerra del ozono”, que fue toda la polémica que hubo en los años setenta entre los verdes y los químicos industriales.
-Ay, sí. Ésa fue una batalla adyacente y también estuve en el sector equivocado. Se ve que es mi sino esto de estar en el sector erróneo.
-Usted estuvo alineado con la industria. Pero dice en su autobiografía que se descubrió ahí, que no es que eligiera partido.
-Pues sí, es que simplemente las cosas sucedieron así. Con el ECD, la gente empezó a descubrir restos de pesticidas por todas partes del mundo y empezaron a ponerse locos con eso. Pero es que el ECD es un aparato tan ultrasensible que yo le aseguro que si ahora cojo una muestra de su sangre o de la mía, podría sacar la huella de todos los pesticidas que se han usado en el planeta, porque están almacenados en nuestro cuerpo. Ahora bien, los niveles de estas sustancias son tan extraordinariamente pequeños que son totalmente inofensivos. Y lo que sucede es que los verdes no son nada sensatos y no saben distinguir entre la presencia de un pesticida y que esa sustancia alcance un nivel dañino. El médico medieval Paracelsus ya dijo que el veneno es la dosis, y tiene razón, pero los verdes no podían entender eso. Y el caso es que cuando descubrí los CFC en el océano, me dije: “Oh, Dios mío, ahora los verdes van a decir que nos estamos envenenando con este producto químico”, que provoca cáncer y todo eso, cuando en realidad se trataba de cantidades ínfimas. Y entonces en aquella guerra sostuve que el CFC no era dañino; y eso me colocó en el sector de los malos desde el principio.
-Luego se descubrió que, en efecto, el daño que hacían los CFC era de otro tipo.
-Claro, tiempo después se descubrió que el daño que hacían los CFC era en la estratosfera y a la capa de ozono, pero no en el aire y como riesgo biológico para la gente. En fin, fue una batalla muy áspera y amarga. Además de inútil. El verdadero problema es que la gente no se ha hecho cargo de la situación medioambiental, y entonces Gaia está haciéndose cargo de ella, por así decirlo. El deterioro ha ido demasiado lejos y ahora el sistema está moviéndose rápidamente hacia uno de esos momentos críticos. Vamos a vernos reducidos a quizá 500 millones de humanos, tan poco como eso, 500 millones de humanos viviendo allá arriba, en el Ártico. Y tendremos que empezar de nuevo.
- si nos esforzamos en tomar medidas y abandonar todas esas prácticas que están alterando el ozono y provocando el cambio climático…
-No serviría de nada. Hace 100 o 50 años hubiera sido posible hacer algo, pero a estas alturas ya no hay manera de detener el proceso. Yo creo que dentro de la ciencia del clima todo el mundo sabe que ya es demasiado tarde. Es como ir dentro de un bote y estar demasiado cerca de una catatara. Por mucho que remes, no podrás evitar la caída. Y ahora lo mismo: no se pueden parar las fuerzas naturales que mueven el planeta. A veces pienso que estamos igual que en 1939, cuando todo el mundo sabía que iba a empezar una guerra mundial, pero nadie se daba por enterado.
-Si todo da igual, ¿qué importa usar energía nuclear o no?
-Sí importa, y mucho, porque lo fundamental es conservar nuestra civilización, de la misma manera que la civilización romana se conservó en los monasterios durante la época oscura. Sin duda, vendrá una nueva época oscura, y los supervivientes necesitan una fuente de energía. Y, por ahora, la única fuente suficiente que puede proporcionar electricidad y alimentos y calor a los supervivientes en su retiro ártico es la energía nuclear, es lo único sensato.
-Volvamos a su biografía. Tantos años luchando contra la incomprensión y, de repente, en la década de los noventa todo parece que se arregla. Empiezan a darle doctorados ‘honoris causa’ y premios importantísimos como el Amsterdam, en 1991, y su teoría de un planeta que se autorregula es hoy prácticamente aceptada por todo el mundo, con o sin el polémico nombre de Gaia. Usted cita en su autobiografía una frase del psicólogo William James sobre el lento proceso de aceptación de una idea nueva: “Primero la gente dice: ‘Es algo absurdo’. Luego dicen: ‘A lo mejor tiene razón’. Y por último dicen: ‘Eso ya lo sabíamos todos desde hace mucho tiempo”.
-Sí, sí, ha sido exactamente así. Es alucinante pasar por todo ese proceso dentro de una vida, de tu propia vida.
-una vida, además, que le ha sido muy difícil en muchos sentidos. Su primera mujer tenía esclerosis múltiple, enfermedad degenerativa de la que murió. Su cuarto hijo, John, nació con un problema cerebral; todavía vive con usted aquí, en la granja. En 1972 tuvo usted una primera angina de pecho y se pasó 10 años tan enfermo del corazón que para caminar cien metros tenía que tomarse trinitoglicerina. Y en 1982, por fin le operaron a corazón abierto y le hicieron un ‘bypass’, pero en el transcurso de esa intervención le dañaron la uretra, y a partir de entonces ha tenido que ser operado otras 40 veces. Hubo temporadas en las que pasaba por quirófano cada semana.
-Sí, sí. Y todavía sigo con ese problema. Aunque ahora no es tan crítico.
-Todo eso unido al rechazo de sus teorías y cuando ya estaba cerca de los setenta años. Es como para rendirse.
-Pero yo tenía la sensación interna de que todavía iba a vivir bastante. Todos sabemos que vamos a morir en algún momento, pero creo que de alguna manera sabes dentro de ti si esa muerte está próxima o no… Yo ahora mismo sé que es muy improbable que me muera mañana, incluso con la edad que tengo. Y yo tenía esa sensación de vida incluso entonces, en el momento de mayor negrura. Y si tienes esa vitalidad, simplemente sigues adelante.
-En 1988, con 69 años y en el momento de mayor negrura, como usted dice, se enamoró como un adolescente de Sandy. Desde luego, hace falta mucha vitalidad para enamorarse así.
-Bueno, llevaba mucho tiempo carente de amor, digámoslo así. Porque yo estaba comprometido con mi primera mujer por su enfermedad, naturalmente no podía abandonarla así. Pero hacía tiempo que estaba carente.
-Luego, junto con Sandy, llegaron casualmente todos los premios y los reconocimientos. Ha declarado usted que éstos son los años más dichosos de su vida. Es una especie de final feliz.
-Pues sí, es verdad, exceptuando que ahora en el siglo XXI va a haber un enorme desastre ambiental.
-Hablando de finales, me conmueve cómo termina ‘Homenaje a Gaia’, su preciosa autobiografía. Explica usted que es un hombre de ciencia, que es agnóstico y que no tiene fe. Y añade: “Es consolador pensar que formo parte de Gaia y saber que mi destino es fundirme con la química de nuestro planeta vivo”.
-Creo que es buena manera de contemplar el final. A veces me pregunto por qué dejamos de adorar la Tierra, porque dependemos de ella en todos los sentidos. Creo que fue un gran error que el ser humano dejara de adorar la Tierra y empezara a adorar dioses remotos.
-Además, como dice en su libro, Gaia es también una vieja dama. Ha vivido 4.000 millones de años y le quedan como mucho, dice usted, 1.000 millones más. De manera que, en términos humanos, Gaia viene a tener unos ochenta años, como usted.
- ¿No le parece hermosa esa idea de una diosa que también es mortal, que ha envejecido con nosotros y que, al igual que nosotros, acabará algún día?
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(agradezo a Jesús Gabriel por haberme pasado estos artículos)
¿QUÉ HACER?
Ante estos abrumadores síntomas mucha gente se pregunta: "¿qué hacer?", "¿qué puedo hacer yo?"
Hay muchas posibilidades, pero hay algo que nadie puede hacer por uno: reflexionar acerca de cuáles son los valores fundamentales. Sólo a partir de este cuestionamiento básico pueden encontrarse avenidas de acción que no son sino el espontáneo resultado de esa reflexión, de ese "aclaramiento" consigo mismo y ante su responsabilidad por el planeta.
En cuanto a una acción "colectiva", es bueno hacer notar que hay muchas organizaciones no gubernamentales que eluden el apoyo de empresas al servicio del capital, y que necesitan de la colaboración de gente que se pregunta "¿qué puedo hacer yo?". He aquí una pequeña lista, sólo para empezar, una pequeña muestra: haciendo búsquedas por Internet podrás averiguar sobre muchas otras organizaciones; a través de estos grupos cada persona puede ejercer una influencia notable que, aisladamente, sería mínima o pasaría inadvertida.
EARTH ACTION
5 Church Street, Wye, Kent, TN25 5BN, Reino Unido
Creada en 1992 en la Cumbre de la Tierra, en Río de Janeiro. Su objetivo es impulsar a un gran número de personas de todo el mundo a exigir a sus gobiernos (o a veces corporaciones) medidas efectivas para solucionar los problemas mundiales: degradación ecológica, pobreza, guerra y el abuso de los derechos humanos. Socios: 1900 grupos ciudadanos en 161 países. Aproximadamente 1.000 de estos grupos están localizados en el hemisferio Sur.
CENTRO INTERNACIONAL DE ENLACE AMBIENTAL (ELCI)
Casilla 72461, Nairobi, Kenia
Fundado en 1975 en Nairobi como Centro de Enlace Ambiental. En 1987 el nombre se cambió por el actual. El ELCI es una red global de organizaciones no gubernamentales (ONGs), y grupos de base comunitaria. Sus objetivos se orientan a promover la voz de las bases a través del estímulo de la comunicación y del intercambio de información y experiencias entre los grupos de trabajo; desarrollar mecanismos para una mayor y más efectiva comunicación entre, por un lado, las ONGs y el sector de trabajo de base, y, por otro lado, los sectores gubernamental e intergubernamental. El ELCI mantiene un estrecho contacto con el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Miembros: 850 organizaciones en 103 países.
AMIGOS DE LA TIERRA (AT)
26-28 Underwood Street, N1 7JQ, Londres, Reino Unido
Originalmente una organización holandesa, AT es una red internacional que coordina 68 organizaciones ecologistas en el mundo. Su fin es respaldar y desarrollar políticas y medidas de acción en defensa del ambiente, y persuadir a los gobiernos, empresas u organismos internacionales de modificar sus programas, proyectos y actividades, en pos de este objetivo.
GREENPEACE INTERNACIONAL
Keizersgracht 176, 1016 DW Amsterdam, Holanda.
Fundada en 1971. Sus objetivos son identificar las actividades humanas que pueden afectar el equilibrio ecológico y llevar adelante campañas en defensa del ambiente. Defensora acérrima de la Antártida, GI propuso el establecimiento de un "parque internacional" en el continente. Opera en 40 países, donde se complementa con organizaciones autónomas locales.
FEDERACION INTERNACIONAL DE PERIODISTAS AMBIENTALES (FIPA)
Grande Rue, Pierre d'Angle, F-26400 Beaufort sur Gervanne, Francia
Fundada en octubre de 1993 en Dresden, Alemania. FIPA tiene miembros (miembros individuales u organizaciones nacionales de periodistas) en 90 países. El objetivo de la federación es la difusión, a través de todas las vías, de informaciones veraces, libres de cualquier presión, sobre ecología, manejo ambiental, conservación de la naturaleza y desarrollo sustentable.
PANEL INTERGUBERNAMENTAL SOBRE CAMBIO CLIMÁTICO (PICC)
Organización Meteorológica Mundial, 7bis Avenue de la Paix, CP 2300, CH-211 Ginebra 2, Suiza
Establecido en 1988. Se encuentra abierto a todos los miembros del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y la Organización Mundial de la Meteorología (OMM). A partir del reconocimiento del problema del potencial cambio climático global, el papel del PICC es evaluar la información científica, técnica y socioeconómica relevante para entender el riesgo del cambio climático inducido por el hombre. El panel no se ocupa de investigar o monitorear datos relacionados con el clima, ni tampoco de medir otros parámetros relevantes, sino que basa su evaluación principalmente en el estudio de bibliografía científica y técnica ya publicada y reseñada. Alrededor de una vez al año el panel se reúne en sesiones plenarias. Su segundo Informe de Evaluación sobre Cambio Climático, elaborado en 1995, otorgó un aporte clave a las negociaciones que derivaron en la adopción del Protocolo de Kioto en 1997.
PROGRAMA DE LAS NACIONES UNIDAS PARA EL MEDIO AMBIENTE (PNUMA)
Av. Naciones Unidas, Gigiri, Casilla 30552, Nairobi, Kenia
Su misión es dirigir y alentar la participación en el cuidado del medio ambiente, inspirando, informando y dando a las naciones y los pueblos los medios para mejorar la calidad de vida sin poner en peligro la de futuras generaciones. En cuanto a esto, el PNUMA se esfuerza particularmente en promover las relaciones de asociación con otros órganos de las Naciones Unidas que poseen capacidad de ejecución y aptitudes complementarias, y fortalecen la participación de la sociedad civil -el sector privado, la comunidad científica, las organizaciones no gubernamentales, la juventud, las mujeres y las organizaciones deportivas- en el logro de un desarrollo sostenible.
MOVIMIENTO MUNDIAL POR LOS BOSQUES TROPICALES
Secretaría Internacional, Maldonado 1858, CP11200; Montevideo, Uruguay
Fundado en 1986, el Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales (WRM por su sigla en inglés) es una red internacional de grupos ciudadanos del Sur y del Norte involucrados en esfuerzos por defender de su destrucción a los bosques del mundo. Trabaja para asegurar la tenencia de la tierra y los medios de supervivencia de los pueblos que habitan los bosques, y apoya sus esfuerzos para defender los bosques de la tala comercial, las represas, la minería, las plantaciones, las granjas camaroneras, la colonización, los asentamientos y otros proyectos que los ponen en peligro.
ECOLOGISTAS EN ACCIÓN
Organización española que tiene como propósito realizar actividades de concientización sobre el medio ambiente. Ofrece una sección sobre cambio climático y su relación con el aprovechamiento sustentable de la energía.
FONDO MUNDIAL PARA LA NATURALEZA (WWF)
Avenue du Mont-Blanc, CH-1196 Gland, Suiza
El Fondo Mundial de la Vida Silvestre (World Wildlife Fund) fue fundado en 1961. En 1989 cambió su nombre a Fondo Mundial Para la Naturaleza (Worldwide Fund for Nature). Originalmente comprometido con la preservación de la vida silvestre y el hábitat natural, en la actualidad el WWF aspira conservar la diversidad biológica del mundo, garantizar que el uso de recursos naturales renovables sea sustentable y promover la reducción de la contaminación y el consumo descontrolado. Coordina 26 organizaciones nacionales, 5 organizaciones asociadas y 22 oficinas de programa.
AMBIENTE ECOLÓGICO
Sitio español que ofrece información general sobre cambio climático. Es auspiciado por la Asociación Ecologista de Defensa de la Naturaleza (AEDENAT), la Coordinadora de Organizaciones de Defensa Ambiental (CODA), la Confederación Sindical de Comisiones Obreras (C.S. de CC.OO.) y la Unión General de Trabajadores (U.G.T.).
CLIMATE ACTION NETWORK INTERNATIONAL
Red global de cerca de 287 organizaciones no gubernamentales que trabajan para promover acciones de los gobiernos y los individuos en materia de cambio climático, que sean sustentables.
THE ONLINE ENVIRONMENTAL COMMUNITY
EnviroLink es una organización sin fines de lucro que congrega a diversas organizaciones y voluntarios en el mundo, con el fin de proveer información detallada sobre el medio ambiente y noticias relacionadas.
WOLRD WILDLIFE FOUNDATION España
Sitio español de una de las mayores organizaciones dedicadas a la conservación de la naturaleza que fue creada en 1961. Su misión consiste en detener y, finalmente, invertir la degradación del entorno natural del planeta. En la actualidad, esta organización opera en más de 90 países.
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