miércoles, 29 de agosto de 2007

Nietzsche: Humano, demasiado humano

Complementando el video de la BBC (en inglés) sobre Heidegger, añado ahora otro (también en inglés) acerca de Nietzsche, gran filósofo y crítico de la cultura


Desgraciadamente en YouTube y otras páginas los videos son muy impermanentes, ya que los eliminan muy pronto por problemas de derechos de autor. De modo que dejo aquí el enlace para poder ver (aún) el video anunciado, mientras esté disponible...

Para quien tenga deseos de profundizar en su pensamiento, he colgado completos su “Más allá del bien y del mal” y “El Anticristo”, así como fragmentos de su “El crepúsculo de los ídolos” y también algunos de sus textos de juventud.


Actualización: afortunadamente el video de la BBC sobre Nietzsche ya puede verse en castellano, por ejemplo picando aquí

sábado, 25 de agosto de 2007

La crítica de Nietzsche a la oposición “mundo verdadero/mundo aparente”

Continúo con las reflexiones psico-lógicas:
Movido por la lectura de las estimulantes obras de Wolfgang Giegerich, cuya devoción al “fenómeno del alma tal como se presenta” implica la renuncia a desconocerlo, negarlo, rechazarlo, “explicarlo” o reducirlo a un supuesto “estado mejor”, he retomado la lectura de Nietzsche, quien ha sido el más radical defensor de la existencia “tal como se presenta” y urge a ir más allá de la (pseudo) oposición: “mundo verdadero” (estado ideal, lo que debería ser, el fundamento de lo que hay, etc.) vs. “mundo aparente” (lo que no-debiera-ser, los síntomas, lo “imperfecto”, etc.). Giegerich retoma con pasión el adagio de Nietzsche: “buscar un sentido a la vida, es ya despreciarla. El sentido de la existencia está en ella”.
No es otra cosa a lo que apuntaba Hillman al recordar la cita de Wallace Stevens:
“El camino hacia el mundo
es más difícil que el camino más allá de él”

Así se expresa Nietzsche en el siguiente fragmento de “El Crepúsculo de los Ídolos”: Historia de un error

1. El mundo verdadero, asequible al sabio, al piadoso, al virtuoso, -él vive en ese mundo, es ese mundo.
(La forma más antigua de la Idea, relativamente inteligente, simple, convincente. Transcripción de la tesis “yo, Platón, soy la verdad”).

2. El mundo verdadero, inasequible por ahora, pero prometido al sabio, al piadoso, al virtuoso (“al pecador que hace penitencia”).
(Progreso de la Idea: ésta se vuelve más sutil, más capciosa, más inaprensible, -se convierte en una mujer, se hace cristiana...).

3. El mundo verdadero, inasequible, indemostrable, imprometible, pero ya en cuanto pensado, un consuelo, una obligación, un imperativo.
(En el fondo, el viejo sol, pero visto a través de la niebla y el escepticismo; la Idea, sublimizada, pálida, nórdica, königsburguense).

4. El mundo verdadero -¿inasequible? En todo caso, inalcanzado. Y en cuanto inalcanzado, también desconocido. Por consiguiente, tampoco consolador, redentor, obligante: ¿a qué podría obligarnos algo desconocido? .
(Mañana gris.Primer bostezo de la razón. Canto del gallo del positivismo).

5. El “mundo verdadero” -una Idea que ya no sirve para nada, que ya ni siquiera obliga, -una Idea que se ha vuelto inútil, superflua, por consiguiente una Idea refutada: ¡eliminémosla!
(Día claro; desayuno; retorno del bon sens y de la jovialidad; rubor avergonzado de Platón; ruido endiablado de todos los espíritus libres)

6. Hemos eliminado el mundo verdadero: ¿qué mundo ha quedado?, ¿Acaso el aparente?... ¡No!, ¡al eliminar el mundo verdadero hemos eliminado también el aparente!
(Mediodía; instante de la sombra más corta; final del error más largo; punto culminante de la humanidad; INCIPIT ZARATHUSTRA)

****
En esta “progresión” (el platonismo, el cristianismo, Kant y el romanticismo ulterior, el nihilismo reactivo que conduce al positivismo, el nihilismo activo y finalmente: el mundo “liberado”) anuncia Nietzsche el paso del “absolutismo” y “normativismo” de UNA verdad hacia el “perspectivismo” y “pluralismo” de una visión que no enjuicia ni excluye, sino que acepta la diversidad, la variedad, la diferencia, sin intentar someterla a una “norma”.

Y así Nietzsche reafirma su antigua tesis de la superioridad de la visión “politeísta” sobre la “monoteísta”, tema retomado audazmente por la psicología arquetipal

Para los espíritus más curiosos, he añadido un video de la BBC (en inglés) sobre Nietzsche, así como su "Más Allá del Bien y del Mal" (versión íntegra) y algunos fragmentos de “El crepúsculo de los ídolos” junto con algunos escritos de juventud

miércoles, 22 de agosto de 2007

Más reflexiones psico-lógicas: Nietzsche

Ya James Hillman notó que “Cuando se nos dice qué es saludable se nos está diciendo qué está bien pensar y sentir. Cuando se nos dice qué es mentalmente enfermo se nos está diciendo qué ideas, conductas y fantasías están mal.”

Lo que “está bien” y lo que “está mal” es patrimonio de “la moral” y, sin duda, la psicología actual -y ante todo, la psicología analítica- está ejercida por moralistas de incógnito (o no tanto…) Al proponer la “terapia” como un ejercicio moral (en nombre del “crecimiento”, “la integración”, “el autoconocimiento”, etc.) no sólo se está practicando una dudosa moral -y tanto más dudosa aún porque se encubre bajo la máscara de “la salud” y del uniforme del “especialista”, “el psicólogo” cuando no “el científico”- sino que se está estimulando el ejercicio heroico de fortalecimiento del ego que “ha de esforzarse” por “hacerlo bien”, dar la talla de lo que “debería ser”.

Ya hace tiempo que Nietzsche diagnóstico que ego (interés) y moral van inextricablemente unidos y que se caracterizan por una incapacidad de aceptación de lo que hay (la existencia), por una imposición, por la exigencia y por el “pasar juicio” -: por la perpetuación del ego y de esa misma moral que no son sino manifestaciones encubiertas de una forma de opresión.

Nietzsche tuvo el coraje de denunciar que “buscar un sentido a la vida, es ya despreciarla. El sentido de la existencia está en ella” (El Anticristo) y por ello afirmó: “consideremos, por último, cuánta candidez hay en decir: el hombre debería ser de esta manera. La realidad nos muestra una maravillosa riqueza de tipos, una verdadera exuberancia en la variedad y en la profusión de las formas. Pero viene cualquier moralista de plazuela y dice: "No, el hombre debería ser de otra manera". ¿Sabe siquiera cómo debería ser él mismo, ese santurrón, que se retrata en la pared y dice: Ecce homo? (Más allá del bien y del mal)

He aquí algunos pasajes de la obra nietzscheana que Heidegger consideró su obra cumbre: “La Voluntad de Poder”:

Esta es la antinomia: En tanto creemos en la moralidad pasamos juicio sobre la existencia.

Los juicios morales de valor son maneras de pasar juicio, negaciones; la moralidad es un modo de dar la espalda a la voluntad de existir.

El nihilismo como un estado psicológico tendrá que alcanzarse en primer lugar, cuando hemos buscado un “significado” en todos los acontecimientos, que no está allí: de modo que el buscador eventualmente se desanima. El nihilismo, por tanto, es el reconocimiento del gran desperdicio de energía, la agonía del “en vano”, la inseguridad, la falta de toda oportunidad de recuperarse y de volver a obtener la compostura -avergonzarse ante uno mismo, como si uno se hubiera engañado a sí mismo demasiado tiempo. Este significado podría haber sido: el “cumplimiento” de algún canon ético elevado en todos los acontecimientos, el orden moral mundial; o el crecimiento del amor y la armonía en la comunicación de los seres; o la aproximación gradual a un estado universal de felicidad; o incluso el desarrollo hacia un estado de aniquilación universal -cualquier meta constituye al menos algún significado. Lo que todas estas nociones tienen en común es que algo ha de lograrse a través del proceso -y ahora se advierte que el proceso no apunta a nada y no logra nada -Así, el desencanto respecto a una pretendida meta de desarrollo como una causa del nihilismo; ya sea respecto a una meta especifíca o, universalizada, a la conciencia de que todas las hipótesis previas respecto a metas que conciernen a toda "evolución" son inadecuadas (el hombre no es ya el colaborador, ni mucho menos el centro, del proceso)

Dadas estas dos advertencia, que el proceso no tiene objetivo y que por debajo de todo proceso no hay una gran unidad en la que el individuo pudiera sumergirse completamente como en un elemento de supremo valor, queda una huida: pasar juicio sobre todo este mundo del devenir como un engaño e inventarse un mundo más allá, un verdadero mundo. Pero en cuanto el hombre descubre cómo tal mundo se ha fabricado sólo a partir de necesidades psicológicas, y cómo no tiene en absoluto ningún derecho a ello, aparece la última forma de nihilismo: la que incluye el descrédito respecto a todo mundo metafísico y se prohibe cualquier creencia en un mundo verdadero. Habiendo llegado a este punto, uno garantiza la realidad del devenir como la única realidad, se prohibe a sí mismo todo tipo de acceso clandestino a ultramundos y falsas divinidades -pero no puede soportar este mundo aunque uno no quiere negarlo.
¿Qué ha sucedido en el fondo? El sentimiento de carencia de valor se alcanzó con la conciencia de que el carácter general de la existencia no puede interpretarse por medio del concepto de “meta”, el concepto de “unidad” o el concepto de “verdad”. La existencia no tiene meta ni fin; falta cualquier unidad comprehensiva en la pluralidad de los acontecimientos: el carácter de la existencia no es “verdadero”, es falso. Uno sencillamente carece de cualquier razón para convencerse de que hay un mundo verdadero. En breve: las categorías “meta”, “unidad”, “ser” que usamos para proyectar algún valor en el mundo- las retiramos nuevamente; de modo que el mundo parece sin valor.

La fe en las categorías de la razón es la causa del nihilismo. Hemos medido el valor del mundo de acuerdo a categorías que se refieren a un mundo puramente ficticio. Conclusión final: Todos los valores por medio de los cuales hemos intentado hasta ahora volver apreciable el mundo para nosotros y que han resultado inaplicables y por tanto han devaluado el mundo -todo estos valores son, considerados psicológicamente, los resultados de ciertas perspectivas de utilidad, diseñadas para mantener y aumentar las construcciones humanas de dominio -y ha sido falsamente proyectados en la esencia de las cosas. Lo que aquí encontramos es aún la ingenuidad hiperbólica del hombre: se pone a sí mismo como el significado y la medida del valor de las cosas.

La forma más extrema de nihilismo sería la visión de que toda creencia, todo considerar-algo-verdadero, es necesariamente falso porque sencillamente no hay un mundo verdadero. Así: una apariencia perspectivista cuyo origen yace en nosotros (en tanto continuamente necesitamos un mundo más estrecho, abreviado, simplificado).
Quye es la medida de fortaleza a qué punto podemos admitir ante nosotros, sin perecer, el carácter meramente aparente, la necesidad de las mentiras.
En este límite el nihilismo, en tanto que negación de un mundo verdadero, de ser, podría ser un modo divino de pensar.

Nuestro pesimismo: el mundo no tiene el valor que creíamos que tenía. Nuestra fe misma aumentó tanto nuestro deseo de conocimiento que hoy tenemos que decir esto. Resultado inicial: parece menos valioso, así se lo experimenta inicialmente. Es sólo en este sentido que somos pesimistas; es decir, en nuestra determinación a admitir esta re-evaluación para nosotros mismos sin reserva alguna, y dejar de decirnos cuentos -mentiras- al modo antiguo.
Es así precisamente como encontramos el pathos que nos impele a buscar nuevos valores. En suma: el mundo podría ser mucho más valioso de lo que acostumbrábamos a creer; debemos ver a través de la ingenuidad de nuestros ideales, y si bien creímos que le otorgábamos la interpretación más elevada, podríamos no haber dado siquiera a nuestra existencia humana un valor moderadamente adecuado.

El nihilista filosófico está convencido de que todo lo ocurre es sin sentido y en vano; y de que no debiera haber nada sin sentido y en vano. ¿Pero de dónde procede este “No debiera haber”? ¿De dónde obtiene uno este “significado”, este standard? -En el fondo, el nihilista piensa que la vista de tal existencia yerma, inútil, hace que el filósofo se sienta insatisfecho, vacío, desesperado. Tal visión va contra nuestra sensibilidad más fina en tanto que filósofos. Se reduce a la valoración absurda; para tener cualquier derecho a ser, el carácter de la existencia tendría que dar satisfacción al filósofo.

El mundo repudiado versus uno artificialmente construido como “verdadero, valioso”. -Finalmente: uno descubre de qué material ha construido el “mundo verdadero”; y ahora todo lo que le queda es el mundo repudiado, y uno añade este supremo desencanto a las razones por las que merece ser repudiado. En este punto se alcanza el nihilismo; todo lo que a uno le queda son los valores que pasan juicio -nada más.

Las pretendidas curas, psicológicas y morales, no cambian el curso de la decadencia, no la detienen, son fisiológicamente nulas;
Penetración en la gran nulidad de estas “reacciones” presuntuosas; son formas de narcotización contra ciertas terribles consecuencias; no eliminan el elemento morboso; con frecuencia son los intentos heroicos de anular al hombre de la decadencia de reconocer lo mínimo de su nocividad.

Una interpretación se ha derrumbado; pero como era considerada la interpretación, ahora parece comno si no hubiera ningún sentido en absoluto en la existencia, como si todo fuera en vano. Que este “en vano” constituya el carácter del nihilismo actual aún ha de mostrarse. La desconfianza de nuestras valoraciones previas crece hasta que deviene la cuestión: “¿No son todos los “valores” señuelos que empujan la comedia sin acercarla a una solución?” Duración “en vano”, sin meta u objetivo, es la idea más paralizante, particularmente cuando se comprende que uno está siendo engañado y sin embargo carece del poder para no ser engañado.

Pensemos esta idea en su forma más terrible: la existencia tal como es, sin significado ni objetivo, y sin embargo recurriendo inevitablemente sin ningún final de anulación: “el eterno retorno”
(He traducido estos pasajes de: Friedrich Nietzsche, The Will to Power, translated by Walter Kaufmann & R. H. Hollingdale, ed. by W. Kaufmann, Vintage Books, NY:1968)


La insistencia en “pasar juicio” sobre lo que hay (moralizar, censurar, descartar en nombre de algún “deber ser”) es antitético e incompatible con un enfoque fenomenológico (dejar ser, a fin de que se revele y se exprese) tal como la ha practicado Heidegger y, en psicología, más recientemente Hillman. En cierto sentido su enorme crítica al pensamiento “junguiano” clásico parte de la denuncia de su moral encubierta, del rechazo a interpretar los fenómenos anímicos como proceso (con metas y objetivos, un llegar a) y de desestimar lo que aparece en nombre de una supuesta “normalidad” o “salud”.

En mi opinión, el enfoque psicológico que lleva las ideas de Nietzsche (y de Hegel) hasta su extremo se encuentra representado por el pensamiento de Wolfgang Giegerich, como puede comprobarse en su entrevista con Marcus Quintaes.

De cualquier modo, pensamientos como los de Hillman y Giegerich dejan atrás la estricta visión moralista de la escuela junguiana, la práctica de una psicología “del desarrollo” reducida a un enfoque antropocéntrico, así como el imperativo egoico (moral) característico de la psicología analítica menos crítica y más convencional y, por ello, más próxima a la New Age.

domingo, 19 de agosto de 2007

Henri Michaux: Los miles de dioses

Lo increíble, lo deseado desesperadamente, desde la infancia, lo aparentemente excluido que pensé que nunca volvería a ver, lo inaudito, lo inaccesible, lo demasiado bello, lo sublime prohibido para mí, ha llegado. HE VISTO A LOS MILES DE DIOSES. He recibido el regalo portentoso. Se me han aparecido a mí, que no tengo fe (sin conocer la fe que tal vez pueda tener). Estaban ahí, presentes, más presentes que cualquier cosa que yo haya mirado jamás. Y era imposible y yo lo sabía, y sin embargo. Sin embargo, estaban ahí, colocados por centenares, unos junto a otros (pero les seguían mil más, apenas perceptibles y muchos más de mil, una infinidad). Esas personas tranquilas, nobles, suspendidas en el aire por una levitación que parecía natural, estaban ahí, ligerísimamente móviles, o más bien animándose sobre la marcha. Ellas, esas personas divinas y yo, solos en presencia. En algo así como el reconocimiento, yo les pertenecía. Pero, bueno -me objetarán- que se creía usted? Respondo: ¿Qué iba a creer SI ESTABAN AHÍ? ¿Por qué me iba a poner a discutir si me encontraba satisfecho? No estaban a una gran altura, pero era suficiente para, dejándose ver, guardar las distancias, para ser respetados por el testigo de su gloria que reconoce su superioridad incomparable. Eran naturales, como es natural el sol en el cielo. Yo no me movía. No tenía que inclinarme. Estaban colocados suficientemente por encima de mí. Era real y era como cosa convenida entre nosotros, en virtud de una alianza previa. Yo estaba colmado por ellos. Había dejado de estar mal colmado. Todo era perfecto. Ya no había ni que reflexionar, ni que sopesar, ni que criticar Ya no había nada que comparar. Mi horizontal era ahora una vertical. Yo existía en altura. No había vivido en vano. La diferencia con todos los acontecimientos anteriores era mi total y feliz consentimiento. No prestaba atención a otra cosa. Me entregaba con la misma intensidad con la que veía. En ese don estaba mi alegría...

Leer más poesías de Michaux...

sábado, 11 de agosto de 2007

El habla, el mundo y los dioses

Cuando la capacidad de hablar del hombre está presente y se ejercita, no está ahí sin más el acontecimiento esencial del habla: el diálogo. ¿Desde cuándo somos un diálogo? Donde debe haber un diálogo es preciso que la palabra esencial quede relacionada con el uno y el mismo. Sin esta relación es también justamente imposible disputar. Pero el uno y el mismo sólo pueden ser patentes a la luz de algo permanente y constante. Sin embargo, la constancia y la permanencia sólo aparecen cuando lucen la persistencia y la actualidad. Pero esto sucede en el momento en que se abre el tiempo en su extensión. Hasta que el hombre se sitúa en la actualidad de una permanencia, puede por primera vez exponerse a lo mudable, a lo que viene y a lo que va; porque sólo lo persistente es mudable. Hasta que por primera vez “el tiempo que se desgarra” irrumpe en presente, pasado y futuro, hay la posibilidad de unificarse en algo permanente. Somos un diálogo desde el tiempo en que “el tiempo es”. Desde que el tiempo surgió y se hizo estable, somos históricos. Ser un diálogo y ser histórico son ambos igualmente antiguos, se pertenecen uno al otro y son lo mismo.

Desde que somos un diálogo, el hombre ha experimentado mucho, y nombrado muchos dioses. Hasta que el habla aconteció propiamente como diálogo, vinieron los dioses a la palabra y apareció un mundo. Pero, una vez más, importa ver que la actualidad de los dioses y la aparición del mundo no son una consecuencia del acontecimiento del habla, sino que son contemporáneos. Y tanto más cuanto que el diálogo, que somos nosotros mismos, consiste en el nombrar los dioses y llegar a ser el mundo en la palabra.

Pero los dioses sólo pueden venir a la palabra cuando ellos mismos nos invocan, y estamos bajo su invocación. La palabra que nombra a los dioses es siempre una respuesta a tal invocación. Esta respuesta brota, cada vez, de la responsabilidad de un destino. Cuando los dioses traen al habla nuestra existencia, entramos al dominio donde se decide si nos prometemos a los dioses o nos negamos a ellos.

Con esto podemos estimar plenamente lo que significa: “Desde que somos un diálogo...” Desde que los dioses nos llevan al diálogo, desde que el tiempo es tiempo, el fundamento de nuestra existencia es un diálogo. La proposición de que el habla es el acontecimiento más alto de la existencia humana ha obtenido así su explicación y fundamentación.

Pero inmediatamente surge la cuestión: ¿cómo empieza este diálogo que nosotros somos? ¿Quién realiza aquel nombrar de los dioses? ¿Quién capta en el tiempo que se desgarra algo permanente y lo detiene en una palabra?

Estas son reflexiones del discurso de M. Heidegger en Hölderlin y la esencia de la poesía

También vale la pena consultar la reflexión de Heidegger, extraída de “Carta sobre el humanismo” titulada También aquí hay dioses

sábado, 28 de julio de 2007

Reflexiones psico-lógicas: El complejo materno

Qué lejos están Hillman y Giegerich de frases como “El ser humano está movido por un afán de unidad. Vivimos arrastrados a los polos contrarios, y por tanto ese anhelo de fusión , que en la vida solo experimentan los no-natos, los místicos y levemente los enamorados.... nos lleva al deseo de la autorealización en unidad. Ese camino en psicología analítica se llama el camino de individuación y el lugar de unidad, que frecuentemente se llama Dios, en psicología profunda se llama el Si-mismo”

Tanto que insisten Hillman y Giegerich que lo que se individúa es el alma, y no “yo” (el ego, siempre presente bajo muchos disfraces: la autorrealización, el autocrecimiento, la autoconsciencia, la autoestima...auto, auto, auto, “yo-me-mi-conmigo”). Es esa implicación "yoica" que lo vuelve todo "moral" (de moralina) y con tufillo religioso, y autoexigente: culpabilizador y heroico. Uno tiene que “realizarse”, uno tiene que ponerse en contacto consigmo mismo (¡¿Dios?!), uno “se esfuerza” y, previsiblemente, uno “fracasa”. Uno tiene que ser “uno y centrado” y no “varios” (¿adónde entra el politeísmo -el pluralismo no sometido al poder “centralizador” del uno -en esta visión rígidamente mono-teísta?) No es difícil advertir una moral protestante que pretende pasar por psicología y no es más que lo mismo de siempre: demanda heroica, culpabilidad y autoexigencia. Y por supuesto: total indiferencia por lo que no es "auto".. un modo en que el ego perpetúa su propia importancia. De ésta manera el héroe permanece siempre embrollado en los brazos de la madre (como mater, es decir: materia -physis-, inconsciencia, naturaleza, “realidad exterior”, biología, sociología, física y así sucesivamente)

Es en este sentido (y otros) que Giegerich habla de lo "ilusorio" en una psicología personalista! En realidad su expresión es "falso" (phoney= inauténtico) y que preferí traducir como "ilusorio". El personalismo, el subjetivismo, el "misticismo" de andar por casa (encuentro “consigo mismo”, “anhelo de fusión”... anhelo ¿de quién?), la profundización (?!) en los sentimientos y efusiones personales.. y, cómo no podía faltar, “el complejo materno”.

Lo sorprendente es que si uno lee los textos psicológicamente, resultan una inadvertida confesión de quien los escribe, y desde dónde están escritos. Como ya hizo notar Hillman en su The Great Mother, Her Son, Her Hero, and the Puer (La Gran Madre, su Hijo, su Héroe y el Puer, originalmente publicado en Berry ed.: Fathers and Mothers y reeditado en James Hillman Uniform Edition vol. 3, Senex & Puer, Spring 2005, pg. 135):

“Una psicología que ve a la madre en todas partes es un enunciado acerca de la psique del psicólogo y no sólo un enunciado basado en la prueba experimental”.

E inmediatamente añade:

“Para que la psique avance a través de su complejo materno inconsciente, la misma psicología tiene que avanzar en su autorreflexión a fin de que su tema, el alma, ya no esté dominada por el naturalismo y el materialismo, y las metas para esa alma ya no se formulen por medio del arquetipo materno como “crecimiento”, “adaptación social”, “relaciones humanas”, “plenitud natural”, etc. ” (ib. pg 135)

Para concluir que:

“La magnificación del complejo materno es un signo cierto de que que estamos escogiendo el rol heroico, cuyo propósito es menos el espíritu y menos la psique que el ego tradicional, su fortalecimiento y su desarrollo”. (ib. pg. 147)

¿Quién -o qué- es “sí mismo” (self)? Es importante hacer más y más reflexiones sobre “el proceso de individuación” y “si-mismo (Self)” que no tiene nada que ver con el ego, con “mi” individuación, con la "auto"-realización, con “mi” llegar a ser lo que sea: completo, centrado, realizado, auténtico, impecable, etc. etc. Todas esas son inquietudes egoicas y egoístas (subjetivas), que dejan el mundo (lo objetivo psíquico) de lado. Y para Jung el mundo es el self, como cuando escribe en Sobre los Arquetipos de lo Inconsciente Colectivo (Obra Completa en ed. Trotta, vol. 9/1, § 46):

“Lo insconsciente colectivo es todo menos un sistema aislado y personal, es objetividad, ancha como el mundo y abierta al mundo. Yo soy el objeto de todos los sujetos, en perfecta inversión de mi consciencia habitual, donde soy siempre sujeto que tiene objetos. Allí estoy en la más inmediata e íntima unión con el mundo, unido hasta tal punto que olvido demasiado fácilmente quién soy en realidad. “Perdido en sí mismo” es una frase adecuada para designar ese estado. Pero ese "mismo" es el mundo”

En la versión en inglés de sus Obras Completas, de la que me fío aún más que de la traducción al castellano, esta última frase es “This self, however, is the world”
O sea: “Este self (sí mismo o uno mismo), sin embargo, es el mundo”

Me pregunto qué tiene que ver esta psique objetiva (o Alma, según Hillman) con frases como:
“los conflictos que vivimos en nuestro interior (la "turbación y pasiones") se amalgaman en forma de conflictos con los próximos ("disensiones, riñas y pleitos"), que facilitan en su expansión los conflictos colectivos hasta desembocar en las guerras. Conviene pues saber lidiar con estos conflictos, atenderlos, entenderlos, diferenciarlos, resolverlos si podemos”

Ese supuesto “interior” (mío, subjetivo, egoico), y este sujeto que quiere "lidiar", "resolver" conflictos: el héroe nuevamente bajo una imagen disociada de la psique objetiva. Pero bueno, si todo esto ya lo ha dicho Hillman una y otra vez... Claro que Hillman, cuando se trata de estas latitudes, también es una voz en el desierto.
La idea de proyección como si fuéramos nosotros que "proyectamos algunas de nuestras figuras internas en los demás" parte del supuesto de un mundo "psicológicamente vacío", sólo "creado" a partir de "nuestras" proyecciones. ¿Nuestras? ¿De quién?

Por supuesto, ya Jung vio claro que lo que llamamos en esta era (siglo XX) "proyecciones" no son sino y en el mejor de los casos "introyecciones", y así escribió:

“Fue necesario que el simbolismo sufriera un enorme empobrecimiento para que los dioses fuesen redescubiertos como factores psíquicos, como arquetipos de lo inconsciente… Desde que cayeron del cielo las estrellas y empalidecieron nuestros más altos símbolos, reina misteriosa vida en lo inconsciente. Por eso tenemos hoy una psicología, y por eso hablamos de lo inconsciente. Todo eso sería, y lo es en efecto, totalmente superfluo en una época y una forma de cultura que tiene símbolos” (Sobre los Arquetipos del Inconsciente Colectivo § 50. Obra Completa vol. 9/1, ed. Trotta)

Giegerich, desde una óptica en cierto modo “nietzscheana” se preguntará si esta misteriosa vida en lo inconsciente no será un desesperado intento por parte de Jung de preservar las estrellas caídas del cielo (de contrarrestar el Dios ha muerto de Nietzsche) manifestando así la resistencia a admitir que el lugar del misterio ya no reside en nuestros más altos símbolos y que la expectativa egoica de conexión y pertenencia (otra forma del complejo materno) ya no permite aprehender la dinámica del alma que ahora, desvestida de sacralidad y de moralidad palpita como la incesante vida lógica que preside la continua evolución de la consciencia.

jueves, 26 de julio de 2007

Giegerich: Bomba nuclear y psicología

Con el amable permiso de su autor, he traducido y publicado en la web el artículo de Giegerich: “El significado de nuestro predicamento nuclear para la psicología analítica y de la psicología analítica para nuestro predicamento nuclear”, tomado de su obra: La tecnología y el alma (Collected English Papers, vol. 2, Spring Journal,2007)

Entre otras cosas, Giegerich provocadoramente escribe:

“Nuestra situación es muy diferente de la del hombre antiguo. Este sólo tenía que vivir con el conocimiento de su muerte personal. Nuestra bomba, por contraste, mantiene la promesa de la aniquilación de todo el mundo habitable. Como tal es un símbolo, no del declive de este o aquel contenido de consciencia o de este o aquel portador de consciencia, sino el símbolo de la decadencia del "mundo" entero, es decir, del nivel o constitución imperante de la consciencia como un todo. En cuanto tal, la bomba es nuestra única oportunidad real de un futuro verdadero.

Un futuro verdadero implica una apertura hacia un nivel enteramente nuevo de consciencia. Sin el declive de la consciencia presente ontológicamente estaríamos viviendo en el pasado. Por supuesto, pueden hacerse todo tipo de cambios y adiciones dentro de la antigua casa de la consciencia, pero de todos modos permaneceríamos encerrados en la antigua estructura para morir este otro tipo estéril de muerte que fue descrito por Nietzsche como la vida del último de los hombres:
“La tierra se ha vuelto pequeña, y sobre ella salta el último hombre, que lo empequeñece todo. Su raza es inextirpable como las moscas; el último de los hombres es el que vive más. “Hemos inventado la felicidad”, dicen los últimos hombres, y guiñan los ojos...”

La psicología junguiana no está libre de la presencia del último de los hombres. Sólo tenemos que mirar a la inundación de publicaciones psicológicas que han aparecido en los últimos años para paladear abrumadoramente la vergonzosa autocomplacencia del último hombre. Todos estos libros parecen decir "Hemos inventado la felicidad, conocemos las respuestas", y también guiñan los ojos. Vuelven todo pequeño y barato, incluso lo más sagrado, al inflarlo: Dioses, significado, símbolos, sueños, creatividad, individuación, arquetipos. Quisieran enjaularnos en el sentimentalismo y nostalgia de una disponibilidad consumista de los tesoros espirituales del pasado como si fueran drogas para crear algún tipo de "subidón" psicológico. Es penoso ver cuánto de la psicología es engañoso. Pero en este engaño, que es la felicidad del último de los hombres, la bomba golpea como un rayo. ¿Qué otra cosa sino la temible bomba puede atravesar toda la caparazón en la que el último de los hombres se ha asentado, y traerle a casa el hecho de que lo que cree que es su felicidad es de hecho una muerte lenta, su momificación de por vida?
La bomba es nuestra (¿única?) avenida hacia un futuro y a lo abierto precisamente porque su inminente amenaza nos dice constantemente, traducido al lenguaje: "no hay salida, no hay futuro". Nos encierra ontológicamente en el presente, en la situación concreta y así le devuelve su aguijón a la vida al devolver la muerte a la vida. El momento actual recibe de nuevo su filo sensible, si ya no hay más huida hacia un más allá, no hay más esperanza de un futuro mejor. No hay alternativa a esta vida actual aquí y ahora. "¡Es esto!" La bomba ya ha cerrado todas las rutas lógicas y metafísicas de huida del presente concreto, reduciendo al absurdo cualquier esperanza en esa dirección. Y así puede traer, como un don a la psicología, la misma actualidad que Jung buscaba mediante el proceso de individuación.
En la mayoría de las ciudades occidentales se han creado calles peatonales en los últimos diez o veinte años. Esto es ejemplar. ¿Cuál es la fantasía inconsciente o el deseo que se expresa en la necesidad de este cambio? En las zonas peatonales, la diferencia entre la acera y la calle ha sido nivelada y se ha prohibido el tráfico de coches y camiones. Los peatones quieren estar entre ellos, sin que les moleste el flujo de la vida autónoma, objetiva, de nuestra civilización tecnológica. Tal como el mundo de-uno-mismo-subjetivo-autocontenido de los egos humanos. Como lo viera Jung, las máquinas tecnológicas, los coches, los aviones, etc., son el equivalente psicológico moderno de los monstruos, dragones y otros animales del alma de la mitología antigua. Ahora el hombre quiere aislarse de los humos venenosos de nuestros dragones, el ruido y el hedor del tráfico. Psicológicamente se retira a la inocencia e inofensividad de una isla humana-demasiado-humana de los bienaventurados, de la cual la zona peatonal es un símbolo externo. Esto es más que una mera alegoría. Revela la fantasía dominante hoy, la fantasía dominante probablemente también detrás de gran parte de la psicología con su interés autista por la introspección, la auto-realización, el autodesarrollo, grupos de encuentros, experiencias pico, etc. En contra de este humanismo autocomplaciente, la bomba es el Portador de lo Inconsciente, en el sentido de Jung. Es una idea aduladora que lo inconsciente se manifieste primariamente en nosotros como nuestros deseos instintivos, sexuales, nuestras fantasías y síntomas. El verdadero inconsciente, como siempre, está afuera a nuestro alrededor. Hoy está en nuestra tecnología y en la condición económica del mundo.
Aun cuando Jung dijo que el proceso de individuación tal como lo concibió no excluye, sino que incluye al mundo, la psicología hoy todavía tiene el mundo fuera de sí. La psicología es ciega y sorda respecto a las grandes situaciones de nuestra era. No tiene nada que decir del dinero, la banca, la economía; de los nuevos descubrimientos en las ciencias; de la industrialización, del desempleo y la distribución del trabajo. Todo ello permanece fuera de las premisas confortables de la psicología. Si "el hombre moderno está en busca de un alma", entonces alma aquí significa el interior privatizado del individuo, separado del flujo principal de los acontecimientos.

Aquí también la bomba irrumpe y nos obliga a atender a lo que está afuera. Cuestiona radicalmente la significación de nuestro trabajo en la sala de consulta. Ante la vista de la bomba, ¿podemos honestamente decir que la psicoterapia es más que o bien un tipo de trabajo de reparación o un hobby para los ricos, acaso algo así como los movimientos del siglo XVIII para la liberación de los esclavos americanos entre la nobleza de Francia antes de la Revolución Francesa? La bomba hace explotar la prisión de la psicología del interior y abre nuestros ojos a lo que hay ahí afuera de nosotros como el Otro real, el inconsciente real, el mundo real. Revela que la tarea de introspección -en un tiempo de acontecimientos increíblemente revolucionarios en la ciencia, un tiempo de millones de hambrientos y refugiados- es una loca auto-indulgencia, una retirada hacia la forma post-natural del jardín epicúreo: un centro comercial de imágenes, símbolos, mitos, significados”

viernes, 20 de julio de 2007

Reflexiones sobre el alma

En un tiempo en que libros como “El alma está en el cerebro”, del inevitable Punset, son records de ventas, en un tiempo en que no sólo lo anímico, sino todo lo invisible sólo vale por su confirmación “visible”, positiva, empírica, en un tiempo de psicología sin alma, los síntomas asedian “desde dentro”: bulimia, anorexia, histeria, psicosis, depresión, adicciones, compulsiones, psicopatías... y “desde fuera” con fenómenos de destrucción colectiva como la globalización (el imperialismo), la deslocalización (explotación laboral), el aumento de la pobreza y el hambre, por no mencionar la amenaza inminente de la desaparición de la vida planetaria tal como la conocemos debido al cambio climático… en un tiempo tan inhóspito en se que cumplen las predicciones de un Heidegger sobre el dominio de la técnica, parece imprescindible un ejercicio de re-memoración, de retorno (epistrophé), que no es lo mismo que repetición; el olvido del Ser, el olvido de lo primario y primordial (arkhé) coincide con el olvido del alma como presencia no sólo en el individuo o en la colectividad, sino en el mundo mismo.

De ahí la propuesta de una serie de “Reflexiones sobre el Alma” un diálogo con la historia de Occidente desde que Platón lanzó a correr la intuición de un Alma del Mundo, pasando por los neoplatónicos y la teurgia, retomando los hilos del gnosticismo y del hermetismo, repasando la lucha en el Medioevo por la “dimensión angélica” y el Anima Mundi, revisando la emergencia renacentista de lo anímico y la Memoria con Ficino y Giordano Bruno, retomando el regreso de la psique de la mano de la psicología profunda (Freud, Adler y Jung) hasta el encuentro con la psicología arquetipal (James Hillman) y “la vida lógica del alma” de Wolfgang Giegerich...

Este proyecto comenzará a tomar cuerpo a partir de Octubre, en un Seminario que tendrá lugar los miércoles a las 20:30 hs. en la Librería Sto. Domingo, c/Sto. Domingo del Call nº4, Barcelona. Opcionalmente podría seguirse on-line. Para más información poner un mail al Centro Enrique Eskenazi

jueves, 12 de julio de 2007

Una lección de astrología esotérica

Conferencia que di el 8 de enero de 2007,en la Librería Sto. Domingo, a propósito de “La Astrología como Ciencia Oculta” de Oskar Adler.
La lección habla sobre la diferencia entre cosmogonía y cosmología, el esoterismo, astrología esotérica y astrología “exotérica”, la “revelación de lo oculto”, la importancia de los números en astrología, la visión neoplatónica de los diversos “planos de realidad”, el Uno en Plotino y el neoplatonismo, la ley triadica de moné, proodos y epistrophé, el proceso triádico y otros tópicos afines

Para escuchar la clase, picar aquí

sábado, 7 de julio de 2007

Un camino con “corazón”


…Qué fácil es hablar del corazón, y qué difícil, en cambio, es hablar con él y desde él, eh?

He aquí algunas frases de Hillman que vale la pena meditar SERIAMENTE:





El alma puede volverse nuevamente una realidad sólo cuando cada uno de nosotros tenga el coraje de tomarla como la primera realidad en nuestras propias vidas, de tomar partido por ella y no tan sólo de “creer” en ella.

Creo que somos desgraciados en parte porque tenemos un solo dios, y es la economía.

La economía es nuestra teología contemporánea, no importa cómo pasemos los Domingos.

Es importante que te preguntes: ¿cómo soy útil a los demás? ¿qué quiere la gente de mí? Eso muy bien podría revelar para qué estás aquí.

El único modo en que nosotros los humanos podemos dejar de ser tan humano-céntricos es permanecer vinculado a algo distinto de los humanos.

Duelo significa perder lo que fue. Queremos cambiar pero no queremos perder. Sin tiempo para el duelo, no tenemos tiempo para el alma.

Forjamos vidas libres de riesgo, en las que no ocurre nada.

Uno no sabe en lo que se meterá cuando uno persigue su felicidad.

Cuando vas a crear un castillo, la psique sólo puede entrar como un invasor.

Tenemos que reconsiderar nuestra vida, prestando atención a algunos de los accidentes y curiosidades y rarezas y problemas y enfermedades, y comenzar a ver más en estas cosas. Eso plantea preguntas, de modo que cuando ocurren pequeños accidentes peculiares uno se pregunta si hay algo más operando en su vida.

En cualquier sistema, sea una corporación, una familia o los convenios internos de la psique humana, un “no” vigoroso puede servir al bien del todo y aumentar su poder aún más que un complaciente “sí”.

Tenemos que trabajar en el mundo para que no sea tan opresivo.

El mundo entero está enfermo... y no se puede arreglar teniendo un buen diálogo terapéutico o hallando significados más profundos. Ya no se trata del significado, se trata de sobrevivir.

“Bueno, ¿qué puedo hacer respecto al mundo? Esto es más grande que yo”. Ese es el arquetipo del niño hablando. “Todo lo que puedo hacer es meterme en mí mismo, trabajar en mi crecimiento, mi desarrollo, encontrar buena crianza, grupos de apoyo”. Esto es un desastre para nuestro mundo político, para nuestra democracia. La democracia depende de ciudadanos intensamente activos, no de niños.

El mundo, a causa de su quiebra, está ingresando en un nuevo momento de conciencia: al llamar la atención sobre sí mismo mediante sus síntomas, está volviéndose conciente de sí mismo como realidad psíquica.

Plantar un pie firmemente sobre la tierra- este es el logro último, y un estado mucho más evolucionado de crecimiento que cualquier cosa comenzada en tu cabeza.

Si la terapia se imagina que su tarea es ayudar a la gente a soportar (y no protestar), a adaptarse (y no rebelarse), a normalizar su rareza y aceptarse a sí mismo “y trabajar dentro de su situación; hacer que funcione para uno” (en lugar de rechazar lo inaceptable), entonces la terapia está colaborando con lo que quiere el estado: gentes dóciles. Soportar es sencillamente lo mismo que la complicidad.

En tiempos de Freud nos sentíamos oprimidos en la familia, en situaciones sexuales, en nuestro locos síntomas histéricos de conversión, y donde nos sentíamos oprimidos, allí estaba lo reprimido. ¿Dónde sentimos hoy esa espesa clase de opresión? En instituciones -hospitales, universidades, empresas; en los edificios públicos, llenando formularios, en el tráfico...

Un terrorista es el producto de nuestra educación que dice que la fantasía no es real, que dice que la estética es sólo para los artistas, que dice que el alma es sólo para los sacerdotes, la imaginación es trivial o peligrosa y sólo para locos, y que la realidad a la que debemos adaptarnos es el mundo externo, un mundo que está muerto. Un terrorista es el resultado de todo este largo proceso de descartar la psique.

No podemos cambiar nada hasta que tengamos ideas frescas, hasta que comencemos a ver las cosas diferentemente. Mi objetivo es crear una terapia de las ideas, tratar de aportar nuevas ideas, de modo que podamos ver de modo diferente los mismos viejos problemas.

Aunque sea difícil de creer, las hipocondrías nos cuidan, las depresiones nos hacen aminorar la marcha, las obsesiones son modos de limpiar la imagen, las sospechas paranoicas son modos de intentar ver a través -todos estos movimientos de lo patológico son modos en que somos amados, con ese peculiar modo en que opera la psique.

Cuando se nos dice qué es saludable se nos está diciendo qué está bien pensar y sentir. Cuando se nos dice qué es mentalmente enfermo se nos está diciendo qué ideas, conductas y fantasías están mal.

Cuando tu hijo deviene la razón para tu vida, has abandonado la razón invisible por la que estás aquí.

Amar en seguridad es la parte más pequeña del amor.

El control, pese a toda su posición auto-asegurada de mando, se funda en una visión defensiva, y los rasgos enumerados -lealtad forzada, exactitud, sospechas contra lo oculto, vigilancia- son rasgos paranoides

Nuestra vida es psicológica, y el sentido de la vida es hacer psique de ella, encontrar conexiones entre vida y alma.

En estos días el horizonte de la psique se reduce a lo personal, y la nueva psicología del humanismo nutre a ese hombrecillo pagado de sí mismo al borde del gran mar, volviéndose sobre sí mismo para preguntarse cómo se siente hoy, llenando su cuestionario, contando su inventario personal. Ha abandonado el Intelecto y ha interpretado su imaginación a fin de ponerse de acuerdo con sus “experiencias viscerales” y “problemas emocionales”; ha igualado su alma a éstos. Su fantasía de redención se ha encogido a “modos de hacerse cargo”; su porfiada patología, esa vía regia a las profundidades del alma es conjurada en gritos Janovianos como el cerdo ante las margaritas, analizada en una cerrada Gestalt de intimidad personal, o arrojada a un abismo de regresiones durante la escalada de picos Maslovianos.

El reflejo en el espejo del alma deja ver la locura del propio impulso espiritual y la importancia de esta locura

Cura los síntomas y pierde al Dios. Si Jacob no hubiera luchado con el Daimon seguramente no hubiera resultado herido, ni tampoco habría sido Jacob.

Tan sólo detente por un minuto y te darás cuenta de que eres feliz sólo siendo. Creo que es la búsqueda lo que estropea la felicidad. Si abandonamos la búsqueda, está aquí mismo.

El desierto no está en Egipto; está dondequiera que desertemos del corazón

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domingo, 1 de julio de 2007

Una clase de astrología como ciencia oculta

Una clase de finales de febrero, que insiste en el tema que todos tratamos, inadvertidamente, de olvidar. Basta con picar en el enlace...

sábado, 23 de junio de 2007

40 años de un gran album de Los Beatles

En Junio se han cumplido 40 años de la publicación de "Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band", el mítico LP de los Beatles.
Valgan este clip como homenaje:
She's leaving home (Ella se va de casa)

domingo, 17 de junio de 2007

Heidegger y el camino del pensamiento

Acabo de subir una selección de un documental (en alemán con subtítulos en francés) en el que el gran pensador habla acerca de:
El pensar y la educación
Marx y la transformación del mundo
Filosofía y práctica
religión y creencia
la cuestión por el ser y la condición humana
el conocimiento científico y el pensar
el olvido del ser y la ausencia de ideas
el ser de la técnica
el fin de la filosofía
el lenguaje y el pensamiento por venir

sábado, 9 de junio de 2007

Construir, habitar, pensar...

Cuando James Hillman fue invitado a hablar durante la inauguración de un Natatorio Municipal en Dallas, su discurso giró alrededor de la necesidad del agua de la imaginación, la necesidad de espacios para el alma y del agua como imagen primordial de plasticidad y de imaginación.
Seguía con ello una tradición no extraña en aquellos pensadores que van más allá de lo inmediato, o mejor aún, que ven en lo inmediato el reflejo de lo esencial.

Este es el caso del filósofo Martin Heidegger que, en 1951, escribió alrededor del problema de la vivienda en Alemania:

Las construcciones destinadas a servir de vivienda proporcionan ciertamente alojamiento. Hoy en día pueden incluso tener una buena distribución, facilitar la vida práctica, tener precios asequibles, estar abiertas al aire, la luz y el sol; pero: ¿albergan ya en sí la garantía de que acontezca un habitar ?

He colgado su artículo completo, “Contruir, Habitar, Pensar ”en la web del Centro

sábado, 2 de junio de 2007

Martin Heidegger y la cuestión del pensar

En el último tiempo he subido a la web fragmentos de la obra de Heidegger “Qué significa pensar”
Fragmentos de estos fragmentos, tal como corresponde al gusto de nuestro tiempo, poco acostumbrado a pensar y mucho a opinar, hasta el punto de que pensar es equivalente a creer, opinar, repetir, reproducir, representar... al gusto de esta prisa por ratificar las propias opiniones, los fragmentos de los fragmentos pueden consultarse en el blog del Centro

Aquí prefiero destacar algunas reflexiones diseminadas en ese libro de Heidegger y que podrían servir de puntos de partidas para poner en cuestión tanto opinar y dejarnos en disposición de empezar a pensar.

“Solamente somos capaces de hacer aquello a que tendemos. Pero, a su vez, sólo tendemos de verdad a aquello que, por su parte, tiende en nosotros tal como somos en nuestra esencia, atribuyuéndose a nuestra esencia como lo que nos mantiene en la esencia. Mantener significa propiamente custodiar, apacentar, pastorear sobre los campos de pastoreo. Lo que nos mantiene en nuestra esencia lo hace solamente mientras nosotros mismos man-tenemos por nuestra parte lo que nos mantiene; y lo man-tenemos al no permitir que se nos vaya de la memoria. La memoria es la reunión del pensar”

“Lo gravísimo es que todavía no pensamos; ni aun ahora, a pesar de que el estado del mundo da cada vez más que pensar. Aparentemente este proceso exigiría más bien que el hombre comience a obrar sin demora, en vez de hablar en conferencias y congresos, moviéndose sólo en la línea de imaginar lo que debería ser y cómo habría que realizarlo. Según esto, lo que hace falta sería el obrar y en modo alguno el pensar. Pero, sin embargo, tal vez sea el caso que el hombre en lo que lleva de existencia, ya hace siglos, ha obrado de más y pensado de menos”

“Para el interés de hoy sólo vale lo interesante, que es aquello que permite ser indiferente un instante después de ser suploantado por otra cosa que nos toca tan poco de cerca como la anterior. Hoy en día se cree a menudo dar muestras de especial aprecio al juzgar una cosa interesante. La verdad es que con este juicio ya se ha desplazado lo interesante al campo de lo indiferente y, muy luego, aburrido”

“Mito significa: la palabra que pronuncia. Pronunciar es para el griego; manifestar, hacer aparecer, o sea, el aparecer y lo que es mediante su aparecer, su epifanía. Mito es lo que tiene que ser por medio de su pronunciación; lo que aparece en la revelación de su habla. El mito es el habla que toca antes que nada y en sus fundamentos a todo ser humano, es el que hace pensar en lo que aparece y en lo que es. Logos dice lo mismo. En manera alguna es verdad lo que opina la historia de la filosofía común y corriente, que mito y logos entran en oposición por culpa de la filosofía como tal; antes bien son precisamente los primeros pensadores de los griegos (Parménides, fraagm. 8) quienes usan mito y logos con un mismo significado. Mito y logos se separan y oponen recién allí donde ni el mito ni el logos pueden mantenerse en su ser primigenio... Lo religiosos nuynca es destruido por la lógica, cosa que sucede siempre y solamente por sustraerse el dios”

“El asunto del pensar no es nunca otra cosa sino esto: desconcertante cuanto más libres de prejuicios estemos al salir a su encuentro. Para esto se requiere la predisposición de escuchar, que nos permite saltar los cercos de las opiniones habituales para llegar al campo libre”

“Toda clase de polémica desencuentra desde un principio la actitud del pensar. El papel de un contrincante no es el papel del 0pensar, pues el pensar piensa solamente siguiendo el rastro de algo que habla a favor de una cosa. Todo hablar defensivo tiene aquí un solo sentido; el de proteger el objetivo”

“Enseñar es aun más difícil que aprender. Se sabe esto muy bien, mas pocas veces se lo tiene en cuenta. ¿Por qué es más difícil enseñar que aprender? No porque el maestro debe poseer un mayor caudal de conocimientos y tenerlos siempre a disposición. El enseñar el más difícil que aprender porque enseñar significa; dejar aprender. Más aún; el verdadero maestro no deja aprender nada más que “el aprender”. Por esto también su obrar produce a menudo la impresión de que propiamente no se parende nada de él, si por “aprender” se entiende nada más que la obtención de conocimiento útiles. El maestro posee respecto de los aprendices como único privilegio el que tiene que aprender todavía mucho más que ellos, a saber; el dejar-aprender. El maestro debe ser capaz de ser más dócil que los aprendices. El maestro está mucho menos seguro de lo que lleva entre manos que los aprendices. De ahí que, donde la relación entre maestro y aprendices sea la verdadera, nunca entra en juego la autoridad del sabihondo ni la influencia autoritaria de quien cumple una misión. De ahí que siga siendo algo sublime el llegar a ser maestro, cosa enteramente distinta de ser un docente afamado”

“Si estamos relacionados así con lo que se sustrae, nos hallamos en el reflujo hacia lo que se sustrae, hacia la enigmática y por esto mudable proximidad de la palabra que nos dirige. Donde un hombre se halla de propósito en este trance, está pensando, por lejos que esté de lo que se sustrae y cualquiera sea la manera en que se oculta la sustracción. Sócrates en toda su vida y hasta en su muerte no hizo otra cosa que ubicarse en la corriente de este reflujo y mantenerse allí. Por esto no es el más puro pensador de Occidente. Por esto no esc ribió nada. Porque quien partiendo del pensar comienza a escribir, se parece ineludiblemente a un hombre que se refugia, para resguardarse de una corriente demasiado fuerte. Por ahora sigue siendo el secreto de una historia todavía arcana el que todos los pensadores de Occidente después de Sócrates hubiesen de ser, sin desmedro de su grandeza, tales fugitivos. El pensar ingresó en la literatura.”

“La belleza es un destino de la esencia de la verdad, entendiéndose por verdad aquí; la revelación de lo que se está velando. Bello no es lo que agrada, sino lo que está comprendido por aquel destino de la verdad que se cumple cuando lo eternamente no-aparente, y por esto invisible, alcanza la más aparente epifanía. Nos corresponde dejr el verbo poético en su verdad que es la belleza. Esto no excluye, sino que incluye el que pensemos la palabra poética.”

“La esencia de la técnica no es algo humano. La esencia de la técnica está situada dentro de lo que desde siempre y ante todo da que pensar. Por esto sería aconsejable, por ahora, hablar y escribir menos sobre la técnica y pensar más sobre su esencia, a fin de que primero hallemos el camino que conduce hasta allí. La esencia de la técnica penetra nuestra existencia en una manera que apenas sospechamos”

“Ni el obrero industrial ni los ingenieros, ni tampoco los dueños de fábricas y mucho menos el Estado pueden saber dónde está situado el hombre de hoy, al hallarse relacionado de alguna manera con una máquina o las partes de una máquina. Todos nosotros ignoramos todavía qué oficio de mano debe ejercer el hombre moderno en el mundo técnico, el que debe ejercer también no siendo obrero en el sentido de un obrero que maneja una máquina. Tampoco Hegel y Marx pudieron en su hora saber ni inquirirlo pues, también el pensamiento de ellos tuvo que evolucionar todavía a la sombra de la esencia de la técnica, por lo cual no llegaron nunca al campo libre para meditar suficientemente sobre esta esencia. Por importantes que sean las cuestiones económico-sociales,, pòlíticas, morales y hasta religiosas que se discuten en relación al oficio manual técnico, ninguna de ellas toca en punto alguno el meollo del asunto. Este se oculta en la esencia, todavía no pensada, de la manera e índole de todo cuanto cae bajo el dominio de la esencia de la técnica en general. Que sobre esto no se haya pensado hasta ahora, se debe en efecto ante todo a que la voluntad de accionar, que es aquí la voluntad de hacer y obrar, arrolló el pensar”

“Se facilitarían notablemente el trabajo de escuchar con atención si, con el tiempo, se fuesen desacostumbrando de la costumbre que denominaríamos “el pensar por una sola vía”. A nadie se le escapa el dominio que ejerce hoy día esta forma de concepción. La denominación de “una sola vía” ha sido elegida a propósito. La vía se relaciona con los rieles, y éstos con la técnica. Tomaríamos el asunto demasiado a la ligera si adhiriéramos a la opinión de que el dominio del pensar por una sola vía se origina en la comodidad humana. El pensar por una sola vía que en las formas más diversas se va extendiendo más y más, es una de aquellas formas de dominio de la esencia de la técnica que no se sospechan y no llaman la atención, siendo empero necesarias a esta esencia que quiere la absoluta univocidad, y por ende la necesita”

El desierto está creciendo. ESto quiere decir; la devastación se va extendiendo. Devastación es más que destrucción. Devastación es más inquietante que aniquilamiento. La destrucción elimina solamente lo crecido y construido hasta ahora; la devastación, empero, obstruye el futuro crecimiento e impide toda construcción. La devastación es más inquietante que el mero aniquilamiento, el cual también elimina, hasta la misma nada, mientras que la devastación cultiva precisamente y propaga lo obstructor y lo impedidor. El Sahara en el África es solamente una determinada especie de desierto. La devastación de la tierra es igualmente compatible con la consecución del más alto standard de vida de los hombres como con la organización de un uniforme esetado de felicidad de todos los hombres. La devastación puede identificarse con ambos cundiendo por doquier de la manera más inquietante, que es ocultándose. La devastación no es un mero enarenamiento. La devastación es la expulsión de la Mnemosine (Memoria) a alta velocidad. La palabra “el desierto está creciendo” proviene de otro lugar que los juicios corrientes de nuestro tiempo. “El desierto está creciendo” lo dijo Nietzsche hace ya muchos años; y añadió:“¡Desventurado el que alberga desiertos!””

¿Es necesario aclarar que Heidegger dio estas lecciones en 1952? Su pensamiento fue así pro-visional, en que tuvo a la vista lo que el futuro inexorablemente desplegaría no a partir de los "hechos" sino a partir de la esencia misma de la técnica, que no es sino el olvido del Ser

lunes, 28 de mayo de 2007

Heidegger: Humano, demasiado humano

Interesante video (en inglés) sobre la vida y la implicación en el movimiento nazi de Martín Heidegger, autor entre otras cosas de “Qué significa pensar” que publiqué recientemente en la página del Centro. Este documental es un ejemplo, una vez más, de que la grandeza de un pensamiento es inconmensurable con los avatares de una existencia particular, y que el pensador existe y subsiste en su obra, y no en su biografía: un enfoque que en nuestro tiempo, aficionado al cotilleo y al personalismo, así como a la historiografía y al culebrón, suele pasar inadvertido.
Como el mismo Heidegger escribiría en “Qué significa pensar”:
Pero nunca será posible superar a un pensador refutándolo y amontonando en torno a él una literatura refutatoria. Lo pensado por un pensador solamente puede superarse reduciendo lo impensado de su pensamiento a una verdad esencial.

miércoles, 2 de mayo de 2007

Seyyed Hosein Nasr: El problema ecológico a la luz del sufismo

(artículo publicado en WebIslam)

Desde el punto de vista de las tendencias más actuales de la teología cristiana, el problema de la presencia de otras religio­nes y el de la presencia de la naturaleza están, en cierto sentido, relacionados, pues en dichas perspectivas teológicas ambos problemas se refieren a realidades separadas de la gracia de la revelación cristiana. No es casualidad que K. Barth y sus seguidores se opongan tan obstinadamente, o al menos se muestren indiferentes, hacia una «teología de las religiones comparadas» y una «teología de la naturaleza». Al ensanchar los horizontes del hombre para abarcar otras formas de revelación debería incluirse así mismo a la naturaleza, ya que desde el punto de vista metafísico ella es también una revelación de Al-lâh que transmite su propio mensaje espiritual y que posee sus propios métodos espirituales (1). Extrañamente, el hombre moderno se enfrenta al mismo tiempo a ambos problemas. Necesita desesperadamente una nueva visión de la naturaleza y de su propia relación con ella para poder sobrevivir, incluso físicamente. Del mismo modo, precisa obtener una comprensión más profunda de las otras religiones para comprenderse mejor a sí mismo, por no hablar de conocer mejor otras colectividades humanas distintas de la suya propia.

En el Islam, la clave necesaria para la solución de ambos problemas ha de buscarse en el sufismo. En el capítulo anterior, nuestra tarea consistía en aplicar las enseñanzas del sufismo al problema que le plantea al Islam la presencia de otras religiones. En el presente ensayo estas mismas enseñanzas han de ser aplicadas a la cuestión de la conquista de la naturaleza, que ha tomado un carácter muy urgente en occidente y también en el Japón, pero que, al menos por el momento, no ha conseguido atraer la atención de la mayor parte de la intelligentsia musulmana, aunque también para ella se convertirá pronto en una cuestión crucial (2). Para examinar este problema ha parecido oportuno tratar de las ciencias orientales en general más que únicamente de la ciencia islámica, dado que en la cuestión de la relación del hombre con la naturaleza hay una profunda armonía entre estas ciencias (3), y también porque la crisis provocada en este campo por la civilización moderna tiene repercusiones de una amplitud mundial.

Es interesante ver cómo la voz de unos cuantos hombres clarividentes de hace sólo una generación hoy se ha conver­tido en la voz de guerra de muchas personas que son lo suficientemente inteligentes para percibir los efectos catastróficos a que puede dar lugar para toda la humanidad la prosecución de los caminos seguidos por la civilización occidental en su tratamiento de la naturaleza durante los últimos cuatro o cinco siglos. Si durante los pasados años unas pocas voces solitarias advirtieron de los peligros a los que conducirían la expansión material indefinida y el llamado «desarrollo» o «progreso», hoy en día un gran número de personas se dan cuenta de que la meta de la «conquista de la naturaleza» que parecía el objetivo más obvio de la civilización moderna, no puede proseguirse por más tiempo. El éxito mismo del hom­bre moderno en la conquista de la naturaleza se ha convertido en un peligro importante. Todos los problemas causados por la actitud unilateral del hombre moderno desde la superpoblación y la polución en masa hasta el descenso de la calidad de la vida humana y la amenaza de su destrucción real, han hecho al menos que las personas capaces de reflexionar se detuvieran un momento y examinaran las premisas en las que se basan la ciencia moderna y sus aplicaciones. De una ma­nera u otra, algo ha ido mal en la aplicación de una ciencia que representa ser un conocimiento objetivo de la naturaleza desligado de toda consideración espiritual y metafísica. La aplicación de tal ciencia parece contribuir a la destrucción de su propio objeto. La naturaleza parece clamar que el conocimiento derivado de ella mediante las técnicas de la moderna ciencia occidental y aplicado de nuevo a ella mediante la tecnología deja a un lado todo un aspecto de su realidad, sin el cual no podría sobrevivir como el todo armonioso y com­pleto que de hecho es. Considerando la gravedad de la situación, debemos abordar ahora este problema crucial —el de las limitaciones de la ciencia occidental y sus aplicaciones sin fin que pretenden «conquistar la naturaleza»— aprovechando las enseñanzas sapienciales de las tradiciones de oriente o lo que en este ensayo podemos llamar la «ciencia oriental» (4).

Antes que cualquier otra cosa es esencial aclarar qué se entiende por ciencia oriental. Para nuestro propósito aquí significa las ciencias de las grandes tradiciones de Asia, especialmente la china, la japonesa, la india y la islámica. Por extensión, este término podría abarcar otras ciencias tradicionales, pero aquí es suficiente limitarnos a los casos anteriormente citados. Aunque están lejos de ser idénticas, dichas ciencias comparten un principio fundamental, que es considerar las ciencias de la naturaleza a la luz de los principios metafísicos o, desde otro punto de vista, estudiar la naturaleza como un ámbito que está «contenido y abrazado» por un mundo suprasensible que es inmensamente mayor que él. Debido a este principio básico y a muchos otros rasgos que están directa o indirectamente relacionados con él, se puede hablar claramente de la ciencia oriental como de un cuerpo de conocimientos que contiene una visión precisa de las cosas, en contraste con la ciencia occidental tal como se ha desarro­llado desde el Renacimiento y tal como se ha extendido a otros continentes durante el siglo actual.
Además, en este ensayo emplearemos deliberadamente el término «ciencia» más bien que, digamos, el de «filosofía» o «religión», precisamente porque en el presente estudio se con­sidera una ciencia de la naturaleza que es afín en su objeto, aunque no en su método y punto de vista, a la «ciencia» como comúnmente se la entiende en el habla occidental. Durante décadas se ha contrastado la espiritualidad oriental, en formas como el sufismo y el vedanta, con la ciencia occidental, y se ha descrito cómo cada una de ellas obtenía éxitos y daba frutos a su manera. Se ha dicho más de una vez, especialmente por parte de orientales modernos, que oriente debe aprender la ciencia de occidente y que occidente no necesita aprender geología o botánica de oriente pero, como han concedido incluso algunos occidentales, puede sacar provecho de un conocimiento de la religión y espiritualidad orientales.

Podemos ser los primeros en admitir que occidente necesita aprender metafísica y las doctrinas sapienciales tradicionales de oriente si quiere preservar y reavivar algo de su propio patrimonio espiritual. Ésta es una realidad evidentísima que cualquier estudio en profundidad de las religiones comparadas y del estado actual de la mentalidad occidental revelaría.
Muchos han viajado a tierras orientales, especialmente a las que han preservado hasta hoy su patrimonio espiritual, el Japón, la India y el mundo islámico, precisamente por esta razón.
Son menos, sin embargo, las personas que comprenden que incluso con respecto a las ciencias de la naturaleza, oriente tiene algo extremadamente precioso que ofrecer al mundo moderno. Por citar unos pocos ejemplos, la filosofía de la naturaleza y la física islámicas, la alquimia hindú, la medicina japonesa o china, o incluso, podríamos añadir, la geomancia —cuya práctica, conocida como Fung Shui, todavía tiene vigencia en China— tienen algo que decir sobre la situación que ha creado la aplicación de la ciencia moderna en la forma de la crisis ecológica que hoy tanto tememos.

Las ciencias orientales, que los escasos historiadores de la ciencia especializados en este campo, deberían hacer más accesibles y dar a conocer mejor, tuvieron siempre buenos re­sultados justamente por lo que a los modernos les parecen sus fracasos. Por otra parte, la ciencia moderna en cierto sentido se está abocando al fracaso, debido precisamente a su propio éxito —sobre todo por la alianza con la tecnología y el espíritu de conquista de la naturaleza—. Ante este grave dilema, el mundo moderno necesita no sólo la espiritualidad y la metafísica oriental, que evidentemente son la esencia y la base fun­damental de todas las tradiciones orientales y contienen los principios de todas las ciencias tradicionales, sino también la influencia curativa de la concepción del mundo contenida en las ciencias de la naturaleza orientales.
Hasta ahora, el lector culto encontraba poco menos que imposible considerar seriamente la concepción del mundo implícita en las ciencias orientales, y éste es aún el caso en la mayoría de los círculos «intelectuales» de occidente. La ciencia occidental ha «avanzado», cualquiera que sea el sentido en que definamos este ambiguo término, negando todas las otras posibles ciencias de la naturaleza. Su carácter monolítico y monopolístico ha sido parte de la imagen que se ha formado de sí misma, aunque ninguna lógica podría negar la posibilidad de otras formas legítimas de ciencia. El orgullo que ha acompañado al particular tipo de actividad mental denominado «ciencia moderna» es tal que relega al campo de la «pseudo‑ciencia» todo lo que no sea conforme a su concepto de la verdadera ciencia. Esta es la razón por la que hoy en día tantas cosas excluidas de la visión científica oficial de occidente están emergiendo bajo la forma de ciencias ocultas, contra cuya aparición la ciencia moderna no tiene poder en absoluto. El carácter totalitario de la ciencia moderna ha en­gañado a la inmensa mayoría de los hombres que aceptan su punto de vista de una manera incondicional, haciéndoles negar la posibilidad de cualquier otra forma de conocimiento serio, con el resultado de que el interés en cualquier otra cosa que no sea la «ciencia oficial» normalmente se manifiesta con la forma de un ocultismo truncado y mutilado. Por citar las palabras de uno de los poquísimos occidentales que comprenden el significado real de las tradiciones orientales y sus cien­cias: «Es el hombre quien se ha dejado engañar por los descubrimientos e inventos de una ciencia falsamente totalitaria, es decir, de una ciencia que no reconoce sus propios límites y por esta misma razón no puede abordar nada que esté fuera de sus límites» (5).

Los términos de «ciencia» y «pseudo‑ciencia» merecen un examen más detenido. Una ciencia tradicional de los metales y los minerales como la alquimia, o bien una ciencia tradicional de la geografía sagrada o la geomancia, es denominada pseudo‑ciencia en el habla moderna sin que nadie se moleste a examinar los principios que hay detrás de ella. Por ejemplo, es innegable que al aplicar lo que hoy en día se llama ciencia a la ejecución de diferentes proyectos de ingeniería o arquitec­tura, el hombre moderno produce a menudo monstruosidades de fealdad, mientras que aplicando las llamadas «pseudo­ciencias» de la geografia sagrada y la geomancia, los chinos, los japoneses, los persas y los árabes han construido algunos de los más bellos edificios, jardines y paisajes urbanos imaginables. Lo mismo sería válido para las aplicaciones de la química y la alquimia respectivamente.

Ante los frutos de estos dos tipos de ciencia —uno de los cuales es honrado con el nombre de «ciencia verdadera» y el otro denigrado con el de «pseudo‑ciencia»— el hombre siente instintivamente que hay un aspecto de la naturaleza que la llamada pseudo‑ciencia, tal como ha existido en las civilizaciones tradicionales y no en las deformaciones que de ella aparecen hoy en occidente, toma en consideración y que la ciencia moderna oficial ha permitido que se descuidase. Es el elemento cualitativo y espiritual de la naturaleza que constituye la fuente de la belleza reflejada en los jardines persas o japoneses y en las obras de carácter similar basadas en las ciencias orientales; y es precisamente dicho elemento el que falta en las creaciones de la ciencia moderna. Por lo demás, este elemento cualitativo está presente en la misma naturaleza y con toda certeza está ausente en los frutos de la tecnología moderna. Podría, pues, concluirse que el elemento cualitativo, reflejado en la belleza y la armonía que se observa en la naturaleza, es un aspecto ontológico de ésta que ninguna ciencia de la naturaleza puede dejar a un lado salvo a su propio riesgo. Es también por la presencia de este factor de complejidad perteneciente a la cadena o comunidad de vida sobre esta tierra que es el origen de la fuerza y supervivencia de esta comunidad, incluso desde un punto de vista biológico. Por el contrario, debido a la falta de este elemento cualitativo y espiritual, la misma complejidad de la tecnología es de un orden bien distinto, y a resultas de esto se está convirtiendo cada vez más en una fuente de peligro y debilidad para la sociedad tecnológica.

Los que hablan de la fusión de las ciencias de oriente y de occidente deben saber que tal cosa ciertamente no ha ocurrido aún en nuestros días (6). Ni podrá ocurrir mientras la actitud de la ciencia moderna siga siendo la que es. Dicha fusión, de hecho, sólo podría ocurrir si la ciencia moderna se aviniese a dejar de lado su punto de vista monopolístico, de forma que se pudiese desarrollar una ciencia que abarcase los elementos cualitativos y espirituales de la naturaleza así como el aspecto cuantitativo de las cosas. Una ciencia tal debería basarse nece­sariamente en una doctrina metafísica y cosmológica que percibiera la relatividad de lo relativo, y comprendiera que todo el plano material de la realidad no es sino una mota de polvo ante los mundos suprasensibles y supraformales que lo envuelven. También debería combinarse necesariamente con una actitud de contemplación hacia la naturaleza más bien que con el deseo de dominación y conquista. Este deseo es sin duda un resultado directo del hecho de que, a pesar de toda su ciencia de la realidad que le rodea, el hombre sigue siendo totalmente ignorante de ciertos aspectos básicos de esta realidad.

La importancia de la ciencia oriental para los problemas contemporáneos originados por las aplicaciones de la ciencia occidental en campos muy diversos puede ilustrarse a través del problema de la unicidad y la interrelación entre las cosas. Este simple principio, que yace en el corazón de toda la doctrina sufí, arrojará luz sobre la naturaleza de la propia ciencia oriental, cuyo contenido ni siquiera podemos empezar a analizar aquí. Hasta ahora, la ciencia moderna ha triunfado en gran parte dando la espalda a la interrelación de las diversas partes de la naturaleza y aislando cada segmento de ella a fin de poder analizarlo y disecarlo por separado. Ideal­mente, según la física newtoniana, al estudiar un cuerpo que cae sólo podemos calcular las fuerzas gravitatorias que actúan sobre él conociendo la masa y la distancia de todas las partí­culas de materia del universo material. Pero, dado que es imposible, sólo consideramos ' la tierra como centro de atrac­ción y nos olvidamos de las demás partes del universo material. Como resultado de ello podemos llegar a una cifra precisa aplicando las leyes de Newton al caso simplificado en cuestión. No hay duda de que algo se ha ganado con este método; pero también es verdad que algo muy fundamental se ha perdido y descuidado, a saber, la verdad básica de que la simple caída del cuerpo está relacionada con todas las partículas del universo a través de una fuerza que Platón llamaría eros y Ibn Siná ‘ishq (7).

En otro tiempo, la pérdida de este aspecto de la relación entre las cosas era considerado trivial comparado con los beneficios que aportaba la precisión matemática. Pero ahora que la aplicación de esta ciencia parcial de la naturaleza ha destruido tanto de la propia naturaleza y nos amenaza con calamidades mucho peores, y desde que, además, los ecólogos han descubierto que todo el entorno natural es un conjunto extraordinariamente complejo pero armonioso en el que nada funciona sino es en conexión con las demás partes, se ve claro cuán catastrófico es verdaderamente este tipo de omisión. Sólo ahora, después de todo el daño causado, comprendemos que para sobrevivir debemos poner un freno a la indiscriminada destrucción de nuestro medio ambiente natural y al despilfarro de los recursos que proveen a nuestras necesidades; debemos afrontar el hecho de que nuestras necesidades y las fuentes que pueden satisfacerlas están interrelacionadas con las otras partes de la naturaleza, animadas e inanimadas, de un modo que las actuales ciencias de la naturaleza no han podido captar plenamente debido a las limita­ciones que se han autoimpuesto.

En occidente, un poeta como John Donne pudo escribir hace cuatro siglos en uno de sus poemas devocionales: «Ningún hombre es una isla entera en sí; todo hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra firme; si el mar arrebata un terrón, Europa se empequeñece.» Aunque aquí Donne se está refiriendo a la humanidad, su visión ciertamente no excluía a la creación entera de la que el hombre es una parte. En una época posterior, poetas románticos como Wordsworth podían describir la conciencia del espíritu in­fuso en todas las formas de la naturaleza y por el cual se integran estas formas, conciencia que conduce al hombre a un sentido de lo Infinito como muestran los versos siguientes:

... un sentido sublime de algo mucho más profundamente entrefundido, cuya morada es la luz de soles ponientes, y el océano redondo y el aire vivo, y el cielo azul, y en la mente del hombre; un movimiento y un espíritu que impele todas las cosas pensantes, todos los objetos de todo pensamiento, y se arremolina a través de todas las cosas
(Líneas compuestas unas pocas millas más arriba de la Abadía de Tintern)

Tales opiniones fueron consideradas por la ciencia occidental oficial como simples imágenes poéticas que no tenían nada que ver con la «ciencia», y lo mismo ocurría con las manifestaciones de otros poetas románticos como Shelley y Novalis, quienes escribieron sobre el aspecto espiritual de la naturaleza y la interrelación de sus partes; ¡sólo ahora comprenden los ecólogos cuán científicas eran esas declaraciones poéticas! Pero ni entonces ni hoy podía establecerse una firme base intelectual para las opiniones expresadas poéticamente por Donne, Wordsworth y otros (8), debido a la falta de un conocimiento metafísico apropiado por parte de los científicos modernos y la ausencia de una tradición sapiencial viva que pudiera dar un soporte intelectual a esa poesía. En consecuencia, a través de esos canales no puede descubrirse ningún medio para transformar la ciencia occidental de un modo lo bastante fundamental para permitirle considerar seriamente este sentido de la interrelación entre las cosas, el cual también significa necesariamente los diversos planos de la existencia.

Para descubrir una visión del mundo en la que el principio de la interrelación de las cosas desempeñe un papel central debemos volvernos hacia las ciencias orientales. Las ciencias tradicionales de la naturaleza existen con el propósito expreso de hacer conocer, más bien que velar, la unicidad de la naturaleza, que deriva directamente de la unidad del Principio divino, tal y como han declarado todos los maestros de la gnosis islámica (9). En el caso de las ciencias islámicas, el sentido de la unidad impregna todas las cosas y todas las formas de conocimiento, al ser la unidad (al‑tawhîd) el eje central alrededor del cual todo gira en la concepción islámica del mundo. También en el hinduismo, las diversas ciencias tradicionales contenidas en los darshânas, aunque exteriormente son independientes, se basan en la interrelación de todas las cosas y representan diversas etapas en el desarrollo del conocimiento. En cuanto a las tradiciones china y japonesa, también en ellas las «diez mil cosas» están relacionadas y pertenecen de hecho a un todo, de modo que toda ciencia de la naturaleza refleja de un modo u otro el cielo y la tierra y, a través de ellos, la unidad que transciende esta polaridad. Sêng‑Chao, un antiguo sabio chino, dijo en una ocasión: «El cielo, la tierra y yo tenemos la misma raíz., las diez mil cosas y yo somos de una misma substancia.» La intuición de la unidad de las raíces de las cosas, que refleja el principio metafísico de la «unidad transcendente del Ser», constituye la matriz de las ciencias orientales de la naturaleza.

En lo que concierne a las civilizaciones tradicionales y a sus ciencias, el Islam ocupa una posición especial por su papel de intermediario entre las tradiciones orientales y occidente. Del mismo modo que, geográficamente, el Islam cubre la zona media del mundo, intelectual y espiritualmente ocupa una posición a medio camino entre el clima mental de occidente y el clima intelectual de la India y del lejano oriente. La referencia que hace el Corán al pueblo islámico como «pueblo del centro» alude, entre otras cosas, a esta verdad.

Las ciencias islámicas, que fueron ávidamente cultivadas durante siete siglos, desde el siglo tres (nueve) al diez (dieciséis), e incluso más tarde, están profundamente relacionadas por una parte con la ciencia occidental en su fase medieval y renacentista y, por otra, con las ciencias de la India y la China. De hecho, la ciencia islámica ha estado relacionada históricamente con dichas ciencias tanto en su génesis como en su desarrollo posterior. El Islam creó una ciencia que debe ser considerada como ciencia, sea cual sea el sentido que demos a este término, una ciencia sin la cual la de occidente no hubiera podido desarrollarse, aunque la moderna ciencia occidental acabara adoptando un punto de vista completamente distinto. Al mismo tiempo, la ciencia islámica no dio origen a una ciencia secular independiente de una visión espiritual del universo. Guardó cuidadosamente las proporciones entre las cosas, dando a lo espiritual y a lo material lo que les correspondía y teniendo siempre presente en su espíritu la jerarquía del ser y del conocimiento, por lo cual se mantuvo la integración de las ciencias de la naturaleza en una sabiduría que transciende todo pensamiento discursivo. Además, muchos de los principales científicos musulmanes eran sufíes, gnósticos (‘ârifs), teósofos, y filósofos tradicionales (hâkims) que siempre desarrollaron las ciencias discursivas y analíticas en el seno de la visión contemplativa de la naturaleza (10). Desde Ibn Sînâ a Nasîr al‑Dîn Tûsî y Qutb al‑Dîn Shîrâzî, todos los cuales fueron grandes científicos y filósofos místicos, encontramos figuras sobresalientes de la historia de la ciencia que al mismo tiempo eran hombres de visión espiritual y que se hubiesen sentido perfectamente a gusto en presencia de los sabios contemplativos de China, Japón y la India.

El Islam desarrolló en su seno diferentes escuelas intelec­tuales, jerárquicamente ordenadas, las cuales cubren un amplio espacio intelectual que va desde el sufismo, semejante en sus doctrinas y métodos a las puras doctrinas sapienciales de las tradiciones india, china y japonesa, hasta la escuela peripatética, que está próxima a la principal tradición filosófica de la Europa medieval, de la que surgió —si bien debido a una comprensión errónea— la moderna filosofía racionalista. Asimismo, debido a la posición central que la doctrina de la unidad ocupa en el Islam, el principio de la unicidad de la na­turaleza sobre el que reposan las ciencias orientales es subrayado con notable persistencia en la ciencia islámica, que lo presenta en un estilo tanto racional como intuitivo. Por lo tanto, quizá es más accesible, para las mentes educadas según esquemas de pensamiento occidentales, que las perspectivas puramente metafísicas y suprarracionales ofrecidas normalmente por las obras de los sabios de la India y el Lejano Oriente. Pero esto es sólo una cuestión de método expositivo y de medios de acceso a la verdad pura. Como ya hemos dicho, las ciencias orientales están esencialmente unificadas en su visión de la naturaleza y en los principios de la ciencia basados en esta visión.

Para volver a la necesidad de dirigirse a la ciencia oriental a fin de ayudar a resolver la crisis en que se ha sumido la ciencia occidental, debemos afirmar que la toma de conciencia, por parte de los ecologistas modernos, de que debe estudiarse todo el medio ambiente como una unidad compleja en la que todo está interrelacionado, sólo puede ser completa si también abarca los planos psicológico y espiritual de la realidad y, por tanto, en último término, la Fuente de todo cuanto existe. Por supuesto, está bien comprender que los objetos inanimados están relacionados con los animados y que todas la partes de este mundo corpóreo están interrelacionadas; pero el principio metafísico de la relación mutua entre los estados del ser, según el cual todo estado inferior del ser toma su realidad del estado que está por encima de él, del cual es inseparable, debe ser recordado a cada paso y nunca puede negarse o anularse. Si la esfera terrestre ha caído en el peligro del desorden y el caos, es debido precisamente a que durante varios siglos el hombre occidental ha intentado vivir como un ser puramente terrenal, y ha tratado de desgajar su mundo terreno de cualquier otra realidad que lo transcendiera., La profanación de la naturaleza con su pretendida conquista y el desarrollo de una ciencia de la naturaleza puramente secular no hubiera sido posible de otro modo.

Siendo esto así, no es posible corregir este desorden en el ámbito natural sin erradicar su causa, que no es otra que el intento de considerar el estado de existencia terrenal aislada­mente de todo cuanto lo transciende. Las actuales consideraciones ecológicas pueden superar algunas de las barreras que han creado los estudios separativos y compartímentalizados sobre la naturaleza, pero no pueden resolver los problemas más profundos que involucran al hombre mismo, porque es precisamente el hombre el que ha perturbado el equilibrio ecológico mediante factores de carácter no biológico. La rebelión espiritual del hombre contra el cielo ha contaminado la tierra, y ninguna tentativa de rectificar la situación creada sobre la tierra puede tener pleno éxito sin que la rebelión contra el cielo llegue a su fin. Porque la luz del cielo proyectada sobre la tierra a través de la presencia de sabios y hombres contemplativos que viven dentro del marco de las auténticas tradiciones religiosas de la humanidad es lo único que preserva la armonía y la belleza de la naturaleza y de hecho mantiene el equilibrio cósmico. Hasta que no se comprenda esta verdad, todos los intentos de restablecer la paz con la naturaleza terminarán en el fracaso, aunque puedan tener algún éxito parcial impidiendo que una tragedia en particular se produzca aquí o allá.

Una vez más, sólo la ciencia oriental, basada en principios metafísicos, puede restablecer la armonía entre el hombre y la tierra, al establecer en primer lugar la armonía entre el hombre y el cielo y, de este modo, transformar la actitud ambiciosa y ávida del hombre hacia la naturaleza, que es la base de la explotación temeraria de los recursos naturales, en una actitud combinada y fundamentada en la contemplación y en la compasión. Sólo la tradición puede convertir al hombre, saqueador de la tierra, en «representante de Al-lâh en la tierra» (khalîfat Allâh fl'l‑ard), por usar la terminología islá­mica (11).

Si se preguntase qué hay que hacer a nivel práctico en el contexto actual podría responderse que, en el plano del conocimiento, debe buscarse una ciencia superior de la na­turaleza en la que puedan integrarse las ciencias de la naturaleza cuantitativas. Esto, a su vez, sólo puede conseguirse mediante el conocimiento de los principios metafísicos indispensables sobre los que están basadas en último término estas ciencias. En el plano de la acción, ello significaría ante todo actuar siempre según la verdad, de acuerdo con el principio religioso, cualquiera que sea la situación en la que uno se halle. La pregunta, planteada a menudo con desesperación, de si la actividad tiene todavía algún sentido, no podría tener mejor respuesta que las palabras de F. Schuon: “A esto hay que responder que una afirmación de la verdad, o cualquier esfuerzo en pro de la verdad, nunca es en vano, incluso si no podemos medir de antemano el valor o el resultado de dicha actividad. Además, no tenemos otra elección. Una vez que conocemos la verdad, necesariamente debemos vivir en ella y luchar por ella, pero lo que debemos evitar a toda costa es complacernos en ilusiones. Aun si en este mo­mento el horizonte parece lo más obscuro posible, no debemos olvidar que en un futuro quizás inevitablemente lejano la victoria será nuestra y no puede ser sino nuestra. La verdad, por su misma naturaleza, vence todos los obstáculos: Vincit omnia Veritas” (12).

En lo que respecta a la naturaleza, aquellos que comprenden el sufismo, o de modo más general, la metafísica y las ciencias orientales de la naturaleza, tienen como deber y mi­sión en relación con la verdad continuar exponiendo su conocimiento, amar la naturaleza y contemplar sus formas sin fin como teofanías de la Omniposibilidad divina. Esta actitud sería la mayor caridad para con el mundo, porque evidenciaría de una forma concreta ante el hombre moderno la posibilidad de otra actitud ante la naturaleza, actitud que necesita desesperadamente para poder sobrevivir aún físicamente. Los hombres de culturas como la islámica, en la que los poetas sufíes, especialmente los de lengua persa, han cantado durante siglos las bellezas de la naturaleza como reflejos de las bellezas del paraíso en el que el ser del hombre se refresca y se renueva, tienen una vocación especial en los tiempos actuales. Lo mismo puede decirse de los japoneses, cuyos notables dones artísticos, combinados con la más profunda compren­sión de la naturaleza, han creado lo que se podría describir como ecos del mundo angélico en medio de las formas de la naturaleza terrenal; los artistas japoneses casi lograron llevar literalmente el paraíso a la tierra. Todos aquellos a los que les ha sido concedida esta comprensión deben permanecer fieles a sí mismos y preservar las ciencias tradicionales de la naturaleza y los principios metafísicos que tan preciosos son para el futuro de sus propias culturas. También deben dar a conocer bien estas enseñanzas a todo el mundo, para que otros que las están buscando puedan sacar provecho de ellas. En esta cuestión vital, como en tantas otras, las culturas tradicionales de oriente pueden rendir el mayor servicio al mundo permaneciendo ante todo fieles, más que nunca, a sus propios princi­pios. Y en esta tarea tienen la garantía del éxito final, pues se basan en la verdad, y como el Corán ha dicho; «La verdad ha llegado y la falsedad se ha desvanecido. La falsedad siempre está condenada a desaparecer» (XVII, 8 l).

Notas
(1). «La naturaleza totalmente intacta tiene en sí misma el carácter de un santuario, y así la consideran la mayoría de los pueblos nómadas y seminómadas, particularmente los indios pieles rojas... Para los hindúes, el bosque es la morada natural de los sabios y hallamos una valoración similar del aspecto sagrado de la naturaleza en todas las tradiciones que tienen, aun indirectamente, un carácter primordial y mitológico.» F. Schuon, Spiritual Perspeclives and Human Facis, p. 46.

(2). Por desgracia, una de las peores características de esta época es que la gente espera a caer en la trampa para tratar de salir de ella. Cuando se habla de la urgencia del problema ecológico y de la necesidad de una mayor previsión en la planificación industrial y econó­mica a los musulmanes más modernizados, especialmente a los responsables de llevar a cabo esos programas, la respuesta estereotipada es que debemos esperar hasta que alcancemos el nivel económico de occidente y entonces pensaremos sobre estos problemas. A esto se puede contestar simplemente que entonces será demasiado tarde para hacer nada eficaz.

(3). Hemos tratado más extensamente sobre este problema en The Encounter of Man and Nature: the Spiritual Crisis of Modern Man. Sobre la concepción sufí de la naturaleza, véase S.H. Nasr, Science and Civilization in Islam, capitulo 13; Nasr, Islamic Studies, capitulo 13; y T. Burckhardt, Clé spirituelle de l’astrologie musulmane, Paris 1950.

(4). Aunque, por supuesto, hay muchas escuelas científicas diferentes en cada una de las tradiciones orientales, sus enseñanzas sobre la significación espiritual de la naturaleza y la relación del hombre con ella son lo bastante próximas como para permitirnos utilizar este término; no se trata de pasar por alto la diversidad dentro de las propias tradiciones orientales.

(5). F. Schuon, «No Activity without Truth», Studies in Comparative Religion, 1969, p. 196.

(6). Véase AK Coomaraswamy «Gradation. Evolution, and Reincarnation, en The Bugbear of Literacy, Londres 1949, p. 122‑30.

(7). Sobre la atracción entre partículas materiales que es conocida como amor o 'ishq. véase lbn Sînâ (Avicena), Risâlah fil’l’ishq, trad. por E.L. Fackenheim, Medieval Studies. vol. 7, 1945, p. 208‑28; y Nasr, An Introduction to Islamic Cosmological Doctrines, p. 261‑2

(8). En cambio, versos sufíes como la famosa frase de Sa’di: «Estoy enamorado de todo el universo porque viene de Él», están apoyados por principios metafísicos rigurosos que hacen de estos poemas no solo bellas expresiones poéticas, sino también explicaciones de la Verdad revestidas de imágenes poéticas.

(9). Véase S.H. Nasr. An Introduction to Islamic Cosmological Doctrines, p. 4 ss.

(10). Hemos tratado por extenso de este problema en nuestro Science and Civilization in Islam.

(11). Véase S,H. Nasr, «Who is Man: the Perennial Answer of Islam», en Man and his World, Toronto 1968. p. 61‑8, también en Studies in Comparative Religion, 1968. p. 45‑56.

(12). F. Schuon. «No Activity without Truth», p. 203.