Ya James Hillman notó que “Cuando se nos dice qué es saludable se nos está diciendo qué está bien pensar y sentir. Cuando se nos dice qué es mentalmente enfermo se nos está diciendo qué ideas, conductas y fantasías están mal.”
Lo que “está bien” y lo que “está mal” es patrimonio de “la moral” y, sin duda, la psicología actual -y ante todo, la psicología analítica- está ejercida por moralistas de incógnito (o no tanto…) Al proponer la “terapia” como un ejercicio moral (en nombre del “crecimiento”, “la integración”, “el autoconocimiento”, etc.) no sólo se está practicando una dudosa moral -y tanto más dudosa aún porque se encubre bajo la máscara de “la salud” y del uniforme del “especialista”, “el psicólogo” cuando no “el científico”- sino que se está estimulando el ejercicio heroico de fortalecimiento del ego que “ha de esforzarse” por “hacerlo bien”, dar la talla de lo que “debería ser”.
Ya hace tiempo que Nietzsche diagnóstico que ego (interés) y moral van inextricablemente unidos y que se caracterizan por una incapacidad de aceptación de lo que hay (la existencia), por una imposición, por la exigencia y por el “pasar juicio” -: por la perpetuación del ego y de esa misma moral que no son sino manifestaciones encubiertas de una forma de opresión.
Nietzsche tuvo el coraje de denunciar que “buscar un sentido a la vida, es ya despreciarla. El sentido de la existencia está en ella” (El Anticristo) y por ello afirmó: “consideremos, por último, cuánta candidez hay en decir: el hombre debería ser de esta manera. La realidad nos muestra una maravillosa riqueza de tipos, una verdadera exuberancia en la variedad y en la profusión de las formas. Pero viene cualquier moralista de plazuela y dice: "No, el hombre debería ser de otra manera". ¿Sabe siquiera cómo debería ser él mismo, ese santurrón, que se retrata en la pared y dice: Ecce homo? (Más allá del bien y del mal)
He aquí algunos pasajes de la obra nietzscheana que Heidegger consideró su obra cumbre: “La Voluntad de Poder”:
Esta es la antinomia: En tanto creemos en la moralidad pasamos juicio sobre la existencia.
Los juicios morales de valor son maneras de pasar juicio, negaciones; la moralidad es un modo de dar la espalda a la voluntad de existir.
El nihilismo como un estado psicológico tendrá que alcanzarse en primer lugar, cuando hemos buscado un “significado” en todos los acontecimientos, que no está allí: de modo que el buscador eventualmente se desanima. El nihilismo, por tanto, es el reconocimiento del gran desperdicio de energía, la agonía del “en vano”, la inseguridad, la falta de toda oportunidad de recuperarse y de volver a obtener la compostura -avergonzarse ante uno mismo, como si uno se hubiera engañado a sí mismo demasiado tiempo. Este significado podría haber sido: el “cumplimiento” de algún canon ético elevado en todos los acontecimientos, el orden moral mundial; o el crecimiento del amor y la armonía en la comunicación de los seres; o la aproximación gradual a un estado universal de felicidad; o incluso el desarrollo hacia un estado de aniquilación universal -cualquier meta constituye al menos algún significado. Lo que todas estas nociones tienen en común es que algo ha de lograrse a través del proceso -y ahora se advierte que el proceso no apunta a nada y no logra nada -Así, el desencanto respecto a una pretendida meta de desarrollo como una causa del nihilismo; ya sea respecto a una meta especifíca o, universalizada, a la conciencia de que todas las hipótesis previas respecto a metas que conciernen a toda "evolución" son inadecuadas (el hombre no es ya el colaborador, ni mucho menos el centro, del proceso)
Dadas estas dos advertencia, que el proceso no tiene objetivo y que por debajo de todo proceso no hay una gran unidad en la que el individuo pudiera sumergirse completamente como en un elemento de supremo valor, queda una huida: pasar juicio sobre todo este mundo del devenir como un engaño e inventarse un mundo más allá, un verdadero mundo. Pero en cuanto el hombre descubre cómo tal mundo se ha fabricado sólo a partir de necesidades psicológicas, y cómo no tiene en absoluto ningún derecho a ello, aparece la última forma de nihilismo: la que incluye el descrédito respecto a todo mundo metafísico y se prohibe cualquier creencia en un mundo verdadero. Habiendo llegado a este punto, uno garantiza la realidad del devenir como la única realidad, se prohibe a sí mismo todo tipo de acceso clandestino a ultramundos y falsas divinidades -pero no puede soportar este mundo aunque uno no quiere negarlo.
¿Qué ha sucedido en el fondo? El sentimiento de carencia de valor se alcanzó con la conciencia de que el carácter general de la existencia no puede interpretarse por medio del concepto de “meta”, el concepto de “unidad” o el concepto de “verdad”. La existencia no tiene meta ni fin; falta cualquier unidad comprehensiva en la pluralidad de los acontecimientos: el carácter de la existencia no es “verdadero”, es falso. Uno sencillamente carece de cualquier razón para convencerse de que hay un mundo verdadero. En breve: las categorías “meta”, “unidad”, “ser” que usamos para proyectar algún valor en el mundo- las retiramos nuevamente; de modo que el mundo parece sin valor.
La fe en las categorías de la razón es la causa del nihilismo. Hemos medido el valor del mundo de acuerdo a categorías que se refieren a un mundo puramente ficticio. Conclusión final: Todos los valores por medio de los cuales hemos intentado hasta ahora volver apreciable el mundo para nosotros y que han resultado inaplicables y por tanto han devaluado el mundo -todo estos valores son, considerados psicológicamente, los resultados de ciertas perspectivas de utilidad, diseñadas para mantener y aumentar las construcciones humanas de dominio -y ha sido falsamente proyectados en la esencia de las cosas. Lo que aquí encontramos es aún la ingenuidad hiperbólica del hombre: se pone a sí mismo como el significado y la medida del valor de las cosas.
La forma más extrema de nihilismo sería la visión de que toda creencia, todo considerar-algo-verdadero, es necesariamente falso porque sencillamente no hay un mundo verdadero. Así: una apariencia perspectivista cuyo origen yace en nosotros (en tanto continuamente necesitamos un mundo más estrecho, abreviado, simplificado).
Quye es la medida de fortaleza a qué punto podemos admitir ante nosotros, sin perecer, el carácter meramente aparente, la necesidad de las mentiras.
En este límite el nihilismo, en tanto que negación de un mundo verdadero, de ser, podría ser un modo divino de pensar.
Nuestro pesimismo: el mundo no tiene el valor que creíamos que tenía. Nuestra fe misma aumentó tanto nuestro deseo de conocimiento que hoy tenemos que decir esto. Resultado inicial: parece menos valioso, así se lo experimenta inicialmente. Es sólo en este sentido que somos pesimistas; es decir, en nuestra determinación a admitir esta re-evaluación para nosotros mismos sin reserva alguna, y dejar de decirnos cuentos -mentiras- al modo antiguo.
Es así precisamente como encontramos el pathos que nos impele a buscar nuevos valores. En suma: el mundo podría ser mucho más valioso de lo que acostumbrábamos a creer; debemos ver a través de la ingenuidad de nuestros ideales, y si bien creímos que le otorgábamos la interpretación más elevada, podríamos no haber dado siquiera a nuestra existencia humana un valor moderadamente adecuado.
El nihilista filosófico está convencido de que todo lo ocurre es sin sentido y en vano; y de que no debiera haber nada sin sentido y en vano. ¿Pero de dónde procede este “No debiera haber”? ¿De dónde obtiene uno este “significado”, este standard? -En el fondo, el nihilista piensa que la vista de tal existencia yerma, inútil, hace que el filósofo se sienta insatisfecho, vacío, desesperado. Tal visión va contra nuestra sensibilidad más fina en tanto que filósofos. Se reduce a la valoración absurda; para tener cualquier derecho a ser, el carácter de la existencia tendría que dar satisfacción al filósofo.
El mundo repudiado versus uno artificialmente construido como “verdadero, valioso”. -Finalmente: uno descubre de qué material ha construido el “mundo verdadero”; y ahora todo lo que le queda es el mundo repudiado, y uno añade este supremo desencanto a las razones por las que merece ser repudiado. En este punto se alcanza el nihilismo; todo lo que a uno le queda son los valores que pasan juicio -nada más.
Las pretendidas curas, psicológicas y morales, no cambian el curso de la decadencia, no la detienen, son fisiológicamente nulas;
Penetración en la gran nulidad de estas “reacciones” presuntuosas; son formas de narcotización contra ciertas terribles consecuencias; no eliminan el elemento morboso; con frecuencia son los intentos heroicos de anular al hombre de la decadencia de reconocer lo mínimo de su nocividad.
Una interpretación se ha derrumbado; pero como era considerada la interpretación, ahora parece comno si no hubiera ningún sentido en absoluto en la existencia, como si todo fuera en vano. Que este “en vano” constituya el carácter del nihilismo actual aún ha de mostrarse. La desconfianza de nuestras valoraciones previas crece hasta que deviene la cuestión: “¿No son todos los “valores” señuelos que empujan la comedia sin acercarla a una solución?” Duración “en vano”, sin meta u objetivo, es la idea más paralizante, particularmente cuando se comprende que uno está siendo engañado y sin embargo carece del poder para no ser engañado.
Pensemos esta idea en su forma más terrible: la existencia tal como es, sin significado ni objetivo, y sin embargo recurriendo inevitablemente sin ningún final de anulación: “el eterno retorno”
(He traducido estos pasajes de: Friedrich Nietzsche, The Will to Power, translated by Walter Kaufmann & R. H. Hollingdale, ed. by W. Kaufmann, Vintage Books, NY:1968)
La insistencia en “pasar juicio” sobre lo que hay (moralizar, censurar, descartar en nombre de algún “deber ser”) es antitético e incompatible con un enfoque fenomenológico (dejar ser, a fin de que se revele y se exprese) tal como la ha practicado Heidegger y, en psicología, más recientemente Hillman. En cierto sentido su enorme crítica al pensamiento “junguiano” clásico parte de la denuncia de su moral encubierta, del rechazo a interpretar los fenómenos anímicos como proceso (con metas y objetivos, un llegar a) y de desestimar lo que aparece en nombre de una supuesta “normalidad” o “salud”.
En mi opinión, el enfoque psicológico que lleva las ideas de Nietzsche (y de Hegel) hasta su extremo se encuentra representado por el pensamiento de Wolfgang Giegerich, como puede comprobarse en su entrevista con Marcus Quintaes.
De cualquier modo, pensamientos como los de Hillman y Giegerich dejan atrás la estricta visión moralista de la escuela junguiana, la práctica de una psicología “del desarrollo” reducida a un enfoque antropocéntrico, así como el imperativo egoico (moral) característico de la psicología analítica menos crítica y más convencional y, por ello, más próxima a la New Age.
Ya hace tiempo que Nietzsche diagnóstico que ego (interés) y moral van inextricablemente unidos y que se caracterizan por una incapacidad de aceptación de lo que hay (la existencia), por una imposición, por la exigencia y por el “pasar juicio” -: por la perpetuación del ego y de esa misma moral que no son sino manifestaciones encubiertas de una forma de opresión.
Nietzsche tuvo el coraje de denunciar que “buscar un sentido a la vida, es ya despreciarla. El sentido de la existencia está en ella” (El Anticristo) y por ello afirmó: “consideremos, por último, cuánta candidez hay en decir: el hombre debería ser de esta manera. La realidad nos muestra una maravillosa riqueza de tipos, una verdadera exuberancia en la variedad y en la profusión de las formas. Pero viene cualquier moralista de plazuela y dice: "No, el hombre debería ser de otra manera". ¿Sabe siquiera cómo debería ser él mismo, ese santurrón, que se retrata en la pared y dice: Ecce homo? (Más allá del bien y del mal)
He aquí algunos pasajes de la obra nietzscheana que Heidegger consideró su obra cumbre: “La Voluntad de Poder”:
Esta es la antinomia: En tanto creemos en la moralidad pasamos juicio sobre la existencia.
Los juicios morales de valor son maneras de pasar juicio, negaciones; la moralidad es un modo de dar la espalda a la voluntad de existir.
El nihilismo como un estado psicológico tendrá que alcanzarse en primer lugar, cuando hemos buscado un “significado” en todos los acontecimientos, que no está allí: de modo que el buscador eventualmente se desanima. El nihilismo, por tanto, es el reconocimiento del gran desperdicio de energía, la agonía del “en vano”, la inseguridad, la falta de toda oportunidad de recuperarse y de volver a obtener la compostura -avergonzarse ante uno mismo, como si uno se hubiera engañado a sí mismo demasiado tiempo. Este significado podría haber sido: el “cumplimiento” de algún canon ético elevado en todos los acontecimientos, el orden moral mundial; o el crecimiento del amor y la armonía en la comunicación de los seres; o la aproximación gradual a un estado universal de felicidad; o incluso el desarrollo hacia un estado de aniquilación universal -cualquier meta constituye al menos algún significado. Lo que todas estas nociones tienen en común es que algo ha de lograrse a través del proceso -y ahora se advierte que el proceso no apunta a nada y no logra nada -Así, el desencanto respecto a una pretendida meta de desarrollo como una causa del nihilismo; ya sea respecto a una meta especifíca o, universalizada, a la conciencia de que todas las hipótesis previas respecto a metas que conciernen a toda "evolución" son inadecuadas (el hombre no es ya el colaborador, ni mucho menos el centro, del proceso)
Dadas estas dos advertencia, que el proceso no tiene objetivo y que por debajo de todo proceso no hay una gran unidad en la que el individuo pudiera sumergirse completamente como en un elemento de supremo valor, queda una huida: pasar juicio sobre todo este mundo del devenir como un engaño e inventarse un mundo más allá, un verdadero mundo. Pero en cuanto el hombre descubre cómo tal mundo se ha fabricado sólo a partir de necesidades psicológicas, y cómo no tiene en absoluto ningún derecho a ello, aparece la última forma de nihilismo: la que incluye el descrédito respecto a todo mundo metafísico y se prohibe cualquier creencia en un mundo verdadero. Habiendo llegado a este punto, uno garantiza la realidad del devenir como la única realidad, se prohibe a sí mismo todo tipo de acceso clandestino a ultramundos y falsas divinidades -pero no puede soportar este mundo aunque uno no quiere negarlo.
¿Qué ha sucedido en el fondo? El sentimiento de carencia de valor se alcanzó con la conciencia de que el carácter general de la existencia no puede interpretarse por medio del concepto de “meta”, el concepto de “unidad” o el concepto de “verdad”. La existencia no tiene meta ni fin; falta cualquier unidad comprehensiva en la pluralidad de los acontecimientos: el carácter de la existencia no es “verdadero”, es falso. Uno sencillamente carece de cualquier razón para convencerse de que hay un mundo verdadero. En breve: las categorías “meta”, “unidad”, “ser” que usamos para proyectar algún valor en el mundo- las retiramos nuevamente; de modo que el mundo parece sin valor.
La fe en las categorías de la razón es la causa del nihilismo. Hemos medido el valor del mundo de acuerdo a categorías que se refieren a un mundo puramente ficticio. Conclusión final: Todos los valores por medio de los cuales hemos intentado hasta ahora volver apreciable el mundo para nosotros y que han resultado inaplicables y por tanto han devaluado el mundo -todo estos valores son, considerados psicológicamente, los resultados de ciertas perspectivas de utilidad, diseñadas para mantener y aumentar las construcciones humanas de dominio -y ha sido falsamente proyectados en la esencia de las cosas. Lo que aquí encontramos es aún la ingenuidad hiperbólica del hombre: se pone a sí mismo como el significado y la medida del valor de las cosas.
La forma más extrema de nihilismo sería la visión de que toda creencia, todo considerar-algo-verdadero, es necesariamente falso porque sencillamente no hay un mundo verdadero. Así: una apariencia perspectivista cuyo origen yace en nosotros (en tanto continuamente necesitamos un mundo más estrecho, abreviado, simplificado).
Quye es la medida de fortaleza a qué punto podemos admitir ante nosotros, sin perecer, el carácter meramente aparente, la necesidad de las mentiras.
En este límite el nihilismo, en tanto que negación de un mundo verdadero, de ser, podría ser un modo divino de pensar.
Nuestro pesimismo: el mundo no tiene el valor que creíamos que tenía. Nuestra fe misma aumentó tanto nuestro deseo de conocimiento que hoy tenemos que decir esto. Resultado inicial: parece menos valioso, así se lo experimenta inicialmente. Es sólo en este sentido que somos pesimistas; es decir, en nuestra determinación a admitir esta re-evaluación para nosotros mismos sin reserva alguna, y dejar de decirnos cuentos -mentiras- al modo antiguo.
Es así precisamente como encontramos el pathos que nos impele a buscar nuevos valores. En suma: el mundo podría ser mucho más valioso de lo que acostumbrábamos a creer; debemos ver a través de la ingenuidad de nuestros ideales, y si bien creímos que le otorgábamos la interpretación más elevada, podríamos no haber dado siquiera a nuestra existencia humana un valor moderadamente adecuado.
El nihilista filosófico está convencido de que todo lo ocurre es sin sentido y en vano; y de que no debiera haber nada sin sentido y en vano. ¿Pero de dónde procede este “No debiera haber”? ¿De dónde obtiene uno este “significado”, este standard? -En el fondo, el nihilista piensa que la vista de tal existencia yerma, inútil, hace que el filósofo se sienta insatisfecho, vacío, desesperado. Tal visión va contra nuestra sensibilidad más fina en tanto que filósofos. Se reduce a la valoración absurda; para tener cualquier derecho a ser, el carácter de la existencia tendría que dar satisfacción al filósofo.
El mundo repudiado versus uno artificialmente construido como “verdadero, valioso”. -Finalmente: uno descubre de qué material ha construido el “mundo verdadero”; y ahora todo lo que le queda es el mundo repudiado, y uno añade este supremo desencanto a las razones por las que merece ser repudiado. En este punto se alcanza el nihilismo; todo lo que a uno le queda son los valores que pasan juicio -nada más.
Las pretendidas curas, psicológicas y morales, no cambian el curso de la decadencia, no la detienen, son fisiológicamente nulas;
Penetración en la gran nulidad de estas “reacciones” presuntuosas; son formas de narcotización contra ciertas terribles consecuencias; no eliminan el elemento morboso; con frecuencia son los intentos heroicos de anular al hombre de la decadencia de reconocer lo mínimo de su nocividad.
Una interpretación se ha derrumbado; pero como era considerada la interpretación, ahora parece comno si no hubiera ningún sentido en absoluto en la existencia, como si todo fuera en vano. Que este “en vano” constituya el carácter del nihilismo actual aún ha de mostrarse. La desconfianza de nuestras valoraciones previas crece hasta que deviene la cuestión: “¿No son todos los “valores” señuelos que empujan la comedia sin acercarla a una solución?” Duración “en vano”, sin meta u objetivo, es la idea más paralizante, particularmente cuando se comprende que uno está siendo engañado y sin embargo carece del poder para no ser engañado.
Pensemos esta idea en su forma más terrible: la existencia tal como es, sin significado ni objetivo, y sin embargo recurriendo inevitablemente sin ningún final de anulación: “el eterno retorno”
(He traducido estos pasajes de: Friedrich Nietzsche, The Will to Power, translated by Walter Kaufmann & R. H. Hollingdale, ed. by W. Kaufmann, Vintage Books, NY:1968)
La insistencia en “pasar juicio” sobre lo que hay (moralizar, censurar, descartar en nombre de algún “deber ser”) es antitético e incompatible con un enfoque fenomenológico (dejar ser, a fin de que se revele y se exprese) tal como la ha practicado Heidegger y, en psicología, más recientemente Hillman. En cierto sentido su enorme crítica al pensamiento “junguiano” clásico parte de la denuncia de su moral encubierta, del rechazo a interpretar los fenómenos anímicos como proceso (con metas y objetivos, un llegar a) y de desestimar lo que aparece en nombre de una supuesta “normalidad” o “salud”.
En mi opinión, el enfoque psicológico que lleva las ideas de Nietzsche (y de Hegel) hasta su extremo se encuentra representado por el pensamiento de Wolfgang Giegerich, como puede comprobarse en su entrevista con Marcus Quintaes.
De cualquier modo, pensamientos como los de Hillman y Giegerich dejan atrás la estricta visión moralista de la escuela junguiana, la práctica de una psicología “del desarrollo” reducida a un enfoque antropocéntrico, así como el imperativo egoico (moral) característico de la psicología analítica menos crítica y más convencional y, por ello, más próxima a la New Age.