“¡Ay! Llega el tiempo en que el hombre no dará ya a luz ninguna estrella. ¡Ay! Llega el tiempo del hombre más despreciable, el incapaz ya de despreciarse a sí mismo. ¡Mirad! Yo os muestro el último hombre. “¿Qué es amor? ¿Qué es creación? ¿Qué es anhelo? ¿Qué es estrella?” - así pregunta el último hombre, y parpadea.
La tierra se ha vuelto pequeña entonces, y sobre ella da saltos el último hombre, que todo lo empequeñece. Su estirpe es indestructible, como el pulgón; el último hombre es el que más tiempo vive.
“Nosotros hemos inventado la felicidad” - dicen los últimos hombres, y parpadean.
Han abandonado las comarcas donde era duro vivir: pues la gente necesita calor. La gente incluso ama al vecino y se restriega contra él: pues necesita calor.
Enfermar y desconfiar considéranlo pecaminoso: la gente camina con cuidado. Un tonto es quien sigue tropezando con piedras o con hombres! Un poco de veneno de vez en cuando: eso produce sueños agradables. Y mucho veneno al final, para tener un morir agradable.
La gente continúa trabajando, pues el trabajo es un entretenimiento. Mas procura que el entretenimiento no canse. La gente ya no se hace ni pobre ni rica: ambas cosas son demasiado molestas. ¿Quién quiere gobernar? ¿Quién aún obedecer? Ambas cosas son demasiado molestas.
¡Ningún pastor y un solo rebaño! (1). Todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien tiene sentimientos distintos marcha voluntariamente al manicomio.
“En otro tiempo todo el mundo desvariaba” - dicen los más sutiles, y parpadean. Hoy la gente es inteligente y sabe todo lo que ha ocurrido: así no acaba nunca de burlarse. La gente continúa discutiendo, mas pronto se reconcilia - de lo contrario, ello estropea el estómago. La gente tiene su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche: pero honra la salud. “Nosotros hemos inventado la felicidad” - dicen los últimos hombres, y parpadean.”
(1) Paráfrasis, modificando su sentido, del Evangelio de San Juan 10:16 "Habrá un solo rebaño y un solo pastor"
Este texto profético -que anticipa tanto al Huxley de “Un mundo feliz” como al Orwell de “1984”, no es inmediatamente transparente, y una lectura superficial puede fácilmente dejar pasar de largo lo esencial. Pues hay que ser desconfiados, y desconfiar considéranlo (los últimos de los hombres) pecaminoso.
Parpadear, o guiñar los ojos: la imposibilidad de la mirada que acaricia, de la atención que se deja cautivar, o, como bien diría Heidegger, la reducción de “saber” (como sophia) a “representación”.
Pero por lo que toca a la psico-logía, ¿no es sorprendente la afirmación de que enfermar y desconfiar considéranlo pecaminoso: la gente camina con cuidado?. Naturalmente, este desconfiar pecaminoso no significa, como para el último de los hombres, recelar unos de otros, afirmarse en la paranoia que presiente en los otros motivaciones ocultas y que lleva a que camine con cuidado. La desconfianza de la que Nietzsche fue un adalid, inaccesible ya para el último de los hombres, consiste en la mostración de los valores, en la denuncia de la “ideología” (sistema de ideas -que sustentan valores) que propicia y fomenta el enfoque en una supuesta “realidad”, en los “hechos” y en la importancia de las motivaciones “personales”. Para el último de los hombres las ideas esconden (se reducen a) apreciaciones personales, sin poder advertir justamente lo opuesto: las apreciaciones personales envuelven ideas (valores, mucho más que personales).
El último de los hombres confía en los hechos, en el conocimiento científico, en la “realidad” consensual y en una felicidad hecha de “objetividad” y de datos certificados que le permiten “saberlo todo” y evitar el sufrimiento (el pathos).
“La patología atonta” suelen decir, medio en broma y medio en serio (esto es, parpadeando) algunos psicólogos. Lejos se está aquí del patologizar como una de las expresiones más auténticas del alma. Es así que Hillman escribe: “La patología es lo futurible; en ella yacen las intuiciones (insights), de ella proviene el movimiento y el cambio” (en Abandoning the Child, Eranos Conference de Agosto de 1971, traducido aquí) . Tanto que el rechazo a lo patológico es característico del rechazo al arquetipo del “niño” y de lo que rompe con la trama de las certezas establecidas: el tiempo en que el hombre no dará ya a luz ninguna estrella. Pero en el mundo de los últimos hombres la enfermedad y lo “anormal” no sólo es un “error” sino incluso una culpa (considéranlo pecaminoso) que tiene consecuencias funestas: atonta. Es decir, impide disfrutar de esa felicidad que han inventado los últimos de los hombres, y que consiste en la fruición en relaciones personales: Han abandonado las comarcas donde era duro vivir: pues la gente necesita calor. La gente ama incluso al vecino y se restriega contra él: pues necesita calor.
Nietzsche desconfía, como no puede hacerlo el último de los hombres que todo lo empequeñece, cuya estirpe es indestructible, como el pulgón; ya que el último hombre es el que más tiempo vive. Lo que el último hombre llama “desconfiar”, como nuestros psicólogos analíticos y los psicólogos “de la profundidad”, consiste en reducir (parpadeando) todo a motivaciones personales, a hechos y a recetas, ya que hoy la gente es inteligente y sabe todo lo que ha ocurrido: así no acaba nunca de burlarse... “En otro tiempo todo el mundo desvariaba” - dicen los más sutiles, y parpadean.
Esta supuesta “inteligencia del parpadeo” cree que la patología “atonta” y que las ideas son modos de “ataque y de defensa”, máscaras que ocultan lo único que cuenta para el último de los hombres: las experiencias personales, los “hechos”, lo “real”. Es por ello que todo lo empequeñece. Sus certezas y sus inquisiciones no le llevan jamás a dudar de su propia importancia, de su antropocentrismo, de su subjetivismo ni de su permanente asesinato de los dioses (Dios ha muerto), puesto que el último de los hombres es incapaz ya de despreciarse a sí mismo.
El último de los hombres ha vuelto pequeña la Tierra, la ha vuelto “a su medida” y ha excluido la patología como si fuera un error que no tiene cabida en el mundo de quienes han inventado la felicidad y tienen todas las respuestas:
“¿Qué es amor? ¿Qué es creación? ¿Qué es anhelo? ¿Qué es estrella?” - así pregunta el último hombre, y parpadea.
El último de los hombres reduce el amor a atracciones químicas y a complejos edípicos (proyección, transferencia es su modo de reducción), la creación a expresión personal, el anhelo a una manifestación “patológica” de infelicidad, ya que los sanos son felices y los felices están sanos (el último de los hombres honra la salud) y la estrella a una suma de corpúsculos atómicos. El hombre no da luz ya a ninguna estrella. El último de los hombres vive en un mundo totalmente “exteriorizado” y “reducido” (reducción = no es más que...) en el que alguien “inteligente” no patologiza, sino que tiene todas las respuestas: ya sea “centrándose”, o mediante un masaje, un “acto de interiorización”, un “ponerse en contacto consigo mismo”o con “los demás”, un “despertar la conciencia del cuerpo”, una meditación y la práctica de asanas y rituales, o un “vivir intensamente las relaciones personales” y así sucesivamente; un poco de veneno de vez en cuando: eso produce sueños agradables. Y mucho veneno al final, para tener un morir agradable..