La de Kathleen Ferrier, extraordinaria contralto inglesa que murió con 41 años de edad, era una voz única. Aquí puede escuchársela en un aria de La Pasión según San Mateo de J. S. Bach, grabada en vivo bajo la dirección de Karajan en 1950, tan solo dos años antes de su muerte. Aunque muchos prefieran versiones más “correctas históricamente” (es decir, con instrumentos supuestamente de la época y con voces de contraltos masculinos), creo que nadie puede superar a Ferrier o a Marian Anderson en esta música, ambas voces robustas de extraordinario poder y singularidad.
jueves, 30 de octubre de 2008
lunes, 27 de octubre de 2008
“Noche transfigurada” de Schoenberg
En la versión de Karajan dirigiendo a la Orquesta Filarmónica de Berlín, he aquí el final.
domingo, 26 de octubre de 2008
Fundamentos de la “interpretación” astrológica
Hasta donde sé, los astrólogos pueden dividirse en tres tipos, según la interpretación que dan a las posiciones astrales:
1) astrólogos que hablan de acontecimientos y circunstancias, de inclinación mayormente predictiva.
2) astrólogos de base “psicológica”, que interpretan las posiciones astrológicas (en astrología judiciaria) como expresión del carácter o la personalidad, y leen los movimientos planetarios como “despliegue del carácter”
3) astrólogos de base "esotérica", que interpretan los temas como una ocasión de "desarrollo" espiritual.
Los hay, por supuesto, que mezclan los tres enfoques.
La clave del “funcionamiento” de la astrología, y con más necesidad aún en el segundo y tercer tipo, reside completamente en la interpretación. Y esta es mi pregunta: ¿puede un astrólogo apropiarse de una "psicología” -esto es: una visión psicológica, que usualmente es la “junguiana” más o menos mal digerida- sin someter a crítica esta psicología pre-supuesta? ¿Puede un astrólogo interpretar “espiritualmente” sin explicitar ni justificar la “visión espiritual” sobre la que se funda su interpretación?
Hasta ahora no he encontrado ningún astrólogo que esté dispuesto a someter a crítica los presupuestos de su interpretación. Por lo cual tengo la creciente convicción de que la astrología -cuando no es ocasión de diversión social o de charla banal- es una herencia cultural de la antigüedad (y que, como tal merecería, ser re-pensada históricamente, con categorías muy diferentes que las actuales; lamentablemente los astrólogos no son muy afectos al pensamiento ni a la apreciación histórica) y que lo que hoy pasa por astrología ha llegado a un punto muerto, sostenido por el más terrible dogmatismo.
viernes, 24 de octubre de 2008
Tiefland, de d'Albert
Con ocasión del reciente Tiefland del Liceu, se han escrito cosas en los foros acerca de esta obra y de d'Albert. Me parece que en general la reacción ha sido considerar a Tiefland una obra interesante, aunque menor. Lo que sin duda es "menor" es su presencia en los teatros, pero no su belleza y su fuerza. Y ya quisiera yo tener la oportunidad de escuchar en vivo Die toten Augen, otra obra de d'Albert que tiene momentos de belleza embriagadora, aunque el argumento sea menos convincente que el de esta obra basada en Terra Baixa de Guimerá.
De todos modos, y para los que aún no la conozcan, he aquí algunas perlas de su partitura:
1) El aria de Pedro (Manelic), del primer acto, “Schau her, das ist ein Thaler”, en la versión de Wolfgang Windgassen de 1954, uno de los números principales:
2) el solo del bajo, Tommaso, en la versión de Kurt Moll (con Eva Marton) tomada de la grabación integral con Janowski. Atención a la orquesta, que en eso D'Albert es germánico:
3) El dúo de Pedro (Manelic) y Marta "Das Essen ist da" del último acto, cantado maravillosamente por Rudolf Schock e Isabel Strauss, de la grabación de finales de los 50:
La profusión melódica es arrebatadora, y retoma temas ya escuchados previamente en la ópera.
De todos modos, y para los que aún no la conozcan, he aquí algunas perlas de su partitura:
1) El aria de Pedro (Manelic), del primer acto, “Schau her, das ist ein Thaler”, en la versión de Wolfgang Windgassen de 1954, uno de los números principales:
2) el solo del bajo, Tommaso, en la versión de Kurt Moll (con Eva Marton) tomada de la grabación integral con Janowski. Atención a la orquesta, que en eso D'Albert es germánico:
3) El dúo de Pedro (Manelic) y Marta "Das Essen ist da" del último acto, cantado maravillosamente por Rudolf Schock e Isabel Strauss, de la grabación de finales de los 50:
La profusión melódica es arrebatadora, y retoma temas ya escuchados previamente en la ópera.
miércoles, 22 de octubre de 2008
Carreras y Ricciarelli en plenitud
José Carreras y Katia Ricciarelli fueron magníficos cantantes que, en parte por decisiones inadecuadas respecto al repertorio, pronto arruinaron sus voces, cantando papeles demasiado pesados para sus bellos instrumentos. Pero en la época de su esplendor ambos destacaron por la belleza de su timbre, así como por su canto apasionado y expresivo. Un ejemplo es este dúo de Roberto Devereux, de Donizetti, grabado en 1979:
martes, 21 de octubre de 2008
Miseria de la psicología
En el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española se indican los siguientes significados de la palabra “miseria”:
1. Desgracia, trabajo, infortunio.
2. Estrechez, falta de lo necesario para el sustento o para otra cosa, pobreza extremada.
3. Avaricia, mezquindad y demasiada parsimonia.
4. Plaga pedicular, producida de ordinario por el sumo desaseo de quien la padece.
5. coloq. Cantidad insignificante. Me envió una miseria.
El sentido en que aquí empleo la expresión combina casi todos los anteriores y, en cierto sentido, se apoya en su interna dialéctica. Porque este es un tiempo de “infortunio” para la psicología, cuya razón principal se debe a su implícita posición como “sierva de la física” o, de modo más general, como “sirvienta del positivismo”. Positivismo, en este contexto, es la doctrina que considera que “lo real” (la “realidad”) son “los objetos naturales” y “los hechos” empíricamente contrastables y, por tanto, determinables espacio-temporalmente. Lo real viene a ser así “el conjunto de los hechos positivos”. Desde esa perspectiva, la naturaleza queda delimitada como el ámbito de hechos positivos determinados por las leyes de la física. Debiera ser claro que esta aproximación a “la naturaleza” tiene ya muy poco que ver con la antigua noción de “physis” en tanto que manifestación, proceso, autorrevelación, llegar a ser, emergencia y aparición del ente.
La psicología, que etimológicamente significa “el discurso -o la razón- de la psique” se acomoda desde su nacimiento como “ciencia” dentro de una supuesta “parcela” de la realidad -del conjunto de los hechos “positivos”-: las llamadas “ciencias sociales” o, lo que es más discutible aún, “ciencias humanas”. Estas vienen a ocuparse de un subconjunto del gran conjunto de los “hechos positivos”: el subconjunto de los hechos relacionados con el ser humano y sus formas de vida y que abarca por tanto a la sociología, la antropología, la historia, y lo que a finales del siglo XIX se delimitó como “ciencias del espíritu” o “ciencias de la cultura”. Pero mientras que grandes pensadores como Dilthey aún insistían en la radical disparidad no sólo metodológica sino de actitud entre “las ciencias de la naturaleza” y “las ciencias del espíritu”, actualmente el estudio de la “realidad humana” se ve cada vez más dominado por un enfoque naturalista. Y de este naturalismo padece la psicología, que aspira a colocarse ante “lo psíquico” del mismo modo en que la física se coloca ante “la naturaleza”: como un observador neutral que intenta “verificar” objetivamente un conjunto de hechos. Las diferencias metodológicas surgirían en todo caso de la especificidad de los “hechos” estudiados, pero nunca de la diversidad esencial del enfoque. En el mejor (y más triste) de los casos, la psicología usa un método “introspectivo” como complemento del método experimental en la ciencia física.
Esta naturalización se puede constatar en la tendencia cada vez mayor a reducir la psicología a “neurociencia” y la psique a epifenómeno de la actividad cerebral. Y el cerebro, ciertamente, es un objeto natural. Pero también puede constatarse en la llamada “psicología profunda” que, supuestamente, se ocupa de “lo interior” y, por definición, “invisible”. Ya el nacimiento del psicoanálisis, con Sigmund Freud, se encuentra bajo la fascinación del positivismo y la aspiración a erigirse en una ciencia entre las demás ciencias. Esta aspiración, aunque matizada, perdura en la psicología de C. G. Jung, quien con frecuencia insistió en atenerse a un enfoque “empírico”. Esta insistencia no es en absoluto consistente con la investigación junguiana, que postula “entidades” tan poco “factuales” o “empíricas” como "lo inconsciente” o “los arquetipos”, “los complejos” o “el proceso de individuación”. Jung por un lado quiso evitar toda “metafísica” (postulación de “realidades” no positivas) pero por el otro se sintió comprometido con “la realidad del alma” a la que, sin embargo, siguió concibiendo desde una perspectiva “naturalista”.
La miseria de la psicología consiste en que en su objeto abarca al sujeto mismo, no como la biología abarca al biólogo en tanto que parte de la realidad biológica, o la medicina abarca al médico constituido por la misma fisiología que estudia, sino de modo mucho más comprometido: la psicología estudia la conciencia, y por tanto el mismo “hacer psicología” se encuentra en cuestión: el hacer mismo de la psicología debiera ser objeto de la psicología. Aquí el estudio en tanto que actividad, el proceso mismo del estudio, es el objeto estudiado, de modo que no puede estar “fuera” de -colocado en frente, objetivamente, no implicado en- lo que estudia. Esta antigua intuición, que el alma es a su vez el objeto y el sujeto mismo de la psicología, intuición claramente formulada ya en un Marsilio Ficino, y también propuesta por Jung, nunca ha sido sin embargo “ejercida” y llevada a sus últimas consecuencias, dentro del contexto psicológico (aunque filosóficamente, ya Hegel profundizó en este empeño). La psicología no se psicologiza, el análisis no se analiza a sí mismo. El psicólogo, hasta hoy, se ha colocado ante la psique como si su propia “explicación” u “observación” fuera independiente de lo explicado y lo observado, es más: como si fuera independiente de la investigación misma. Ilusión que es precio del naturalismo y del positivismo. El “hecho” pareciera así permanecer “fuera” de la conciencia que lo estudia. Pero ¿es esto posible en psicología? ¿Qué precio tiene esta “disociación” -esta neurosis de la psicología (1)- que, si bien se niega programáticamente, sin embargo se practica sistemáticamente?
Dicho de otro modo: ¿puede la psique ser tratada como un “objeto” natural, independiente de la misma inteligencia que se ocupa de este objeto, más aún, independientemente de la misma ocupación? El que se coloque este objeto “imaginativamente” en un cierto “espacio interior” (dejando todo “espacio exterior” a merced de las otras “ciencias”) no cambia la mirada “naturalista” y sus temibles presuposiciones. Se postula así un “espacio” interior tan “natural” y fáctico (es decir: positivo) como el “espacio -o realidad- exterior”, y un sujeto que arbitrariamente se encuentra en el límite de ambos, y se comporta de la misma manera ante uno y otro espacio. Este “sujeto” intocado en la observación, tanto externa como interna, no es otro que “el yo”, "el ego": la “conciencia” del investigador que no se hace cuestión de sí misma. La psique es así “contenida” en un ámbito que pareciera no afectar al ego, que pretende estudiarla con el mismo grado de “neutralidad” con que estudia la “realidad exterior”. Esta supuesta “realidad interior” es así un ámbito cerrado, “embotellado” y separado de la “realidad exterior”, a lo sumo “contenido” en la realidad exterior, pero sólo accesible para una “metodología” específica. El sujeto que estudiaría tal supuesta “realidad interior” permanece así intocado por esa metodología y en una actitud básicamente “ingenua”. Este es el precio que la psicología analítica paga por ser “pre-kantiana”, es decir: pre-crítica. O más llanamente: totalmente acrítica.
La psicología se defiende así de volverse consciente de sí misma. Es una psicología “natural” (naturalista), “positiva” (positivista), y olvidada de sí en tanto que “logos” o racionalidad. En este olvido de sí, en esta “aceptación ingenua” de una “realidad de hecho”, una realidad precisamente por ello “no-psicológica”, se funda la miseria de la psicología y es una de las razones por la que eventualmente tiende a extinguirse como tal, o a quedar reducida a un ámbito meramente subjetivo, íntimo y personal (ilusorio), que deja intocado el conocimiento del mundo, que deja intacta la “visión” de la realidad aportada por el positivismo, y que se refugia en la trastienda de una supuesta vida “interior” inoperante, ineficaz e impotente para poner justamente en cuestión sus propios presupuestos. La preocupación de la psicología con los “hechos” psíquicos la preserva en su ceguera y su impotencia para someter a crítica la posición “egoica”, “fáctica” (positiva y positivista), y hacerse cuestión de sí misma como conciencia de la conciencia (y de la inconsciencia).
De este modo la alternativa ante la que se encuentra hoy la psicología es también producto de su miseria no reconocida: o devenir “ciencia empírica” (neurociencia, conductismo, etc.) y abandonar el logos de la psique o ser el reducto de una serie de expectativas new age: la preservación de un mundo interior y subjetivo de realidades personales positivizadas a merced del ego y de su enaltecimiento -su búsqueda de sentido individual-, que deja intocada la convicción en la “verdad” de una realidad externa supuestamente constituída por “hechos positivos”. Es necesario aquí aludir al magnífico artículo de W. Giegerich, “El error básico de la psicología en la oposición entre individual y colectivo”
1. Desgracia, trabajo, infortunio.
2. Estrechez, falta de lo necesario para el sustento o para otra cosa, pobreza extremada.
3. Avaricia, mezquindad y demasiada parsimonia.
4. Plaga pedicular, producida de ordinario por el sumo desaseo de quien la padece.
5. coloq. Cantidad insignificante. Me envió una miseria.
El sentido en que aquí empleo la expresión combina casi todos los anteriores y, en cierto sentido, se apoya en su interna dialéctica. Porque este es un tiempo de “infortunio” para la psicología, cuya razón principal se debe a su implícita posición como “sierva de la física” o, de modo más general, como “sirvienta del positivismo”. Positivismo, en este contexto, es la doctrina que considera que “lo real” (la “realidad”) son “los objetos naturales” y “los hechos” empíricamente contrastables y, por tanto, determinables espacio-temporalmente. Lo real viene a ser así “el conjunto de los hechos positivos”. Desde esa perspectiva, la naturaleza queda delimitada como el ámbito de hechos positivos determinados por las leyes de la física. Debiera ser claro que esta aproximación a “la naturaleza” tiene ya muy poco que ver con la antigua noción de “physis” en tanto que manifestación, proceso, autorrevelación, llegar a ser, emergencia y aparición del ente.
La psicología, que etimológicamente significa “el discurso -o la razón- de la psique” se acomoda desde su nacimiento como “ciencia” dentro de una supuesta “parcela” de la realidad -del conjunto de los hechos “positivos”-: las llamadas “ciencias sociales” o, lo que es más discutible aún, “ciencias humanas”. Estas vienen a ocuparse de un subconjunto del gran conjunto de los “hechos positivos”: el subconjunto de los hechos relacionados con el ser humano y sus formas de vida y que abarca por tanto a la sociología, la antropología, la historia, y lo que a finales del siglo XIX se delimitó como “ciencias del espíritu” o “ciencias de la cultura”. Pero mientras que grandes pensadores como Dilthey aún insistían en la radical disparidad no sólo metodológica sino de actitud entre “las ciencias de la naturaleza” y “las ciencias del espíritu”, actualmente el estudio de la “realidad humana” se ve cada vez más dominado por un enfoque naturalista. Y de este naturalismo padece la psicología, que aspira a colocarse ante “lo psíquico” del mismo modo en que la física se coloca ante “la naturaleza”: como un observador neutral que intenta “verificar” objetivamente un conjunto de hechos. Las diferencias metodológicas surgirían en todo caso de la especificidad de los “hechos” estudiados, pero nunca de la diversidad esencial del enfoque. En el mejor (y más triste) de los casos, la psicología usa un método “introspectivo” como complemento del método experimental en la ciencia física.
Esta naturalización se puede constatar en la tendencia cada vez mayor a reducir la psicología a “neurociencia” y la psique a epifenómeno de la actividad cerebral. Y el cerebro, ciertamente, es un objeto natural. Pero también puede constatarse en la llamada “psicología profunda” que, supuestamente, se ocupa de “lo interior” y, por definición, “invisible”. Ya el nacimiento del psicoanálisis, con Sigmund Freud, se encuentra bajo la fascinación del positivismo y la aspiración a erigirse en una ciencia entre las demás ciencias. Esta aspiración, aunque matizada, perdura en la psicología de C. G. Jung, quien con frecuencia insistió en atenerse a un enfoque “empírico”. Esta insistencia no es en absoluto consistente con la investigación junguiana, que postula “entidades” tan poco “factuales” o “empíricas” como "lo inconsciente” o “los arquetipos”, “los complejos” o “el proceso de individuación”. Jung por un lado quiso evitar toda “metafísica” (postulación de “realidades” no positivas) pero por el otro se sintió comprometido con “la realidad del alma” a la que, sin embargo, siguió concibiendo desde una perspectiva “naturalista”.
La miseria de la psicología consiste en que en su objeto abarca al sujeto mismo, no como la biología abarca al biólogo en tanto que parte de la realidad biológica, o la medicina abarca al médico constituido por la misma fisiología que estudia, sino de modo mucho más comprometido: la psicología estudia la conciencia, y por tanto el mismo “hacer psicología” se encuentra en cuestión: el hacer mismo de la psicología debiera ser objeto de la psicología. Aquí el estudio en tanto que actividad, el proceso mismo del estudio, es el objeto estudiado, de modo que no puede estar “fuera” de -colocado en frente, objetivamente, no implicado en- lo que estudia. Esta antigua intuición, que el alma es a su vez el objeto y el sujeto mismo de la psicología, intuición claramente formulada ya en un Marsilio Ficino, y también propuesta por Jung, nunca ha sido sin embargo “ejercida” y llevada a sus últimas consecuencias, dentro del contexto psicológico (aunque filosóficamente, ya Hegel profundizó en este empeño). La psicología no se psicologiza, el análisis no se analiza a sí mismo. El psicólogo, hasta hoy, se ha colocado ante la psique como si su propia “explicación” u “observación” fuera independiente de lo explicado y lo observado, es más: como si fuera independiente de la investigación misma. Ilusión que es precio del naturalismo y del positivismo. El “hecho” pareciera así permanecer “fuera” de la conciencia que lo estudia. Pero ¿es esto posible en psicología? ¿Qué precio tiene esta “disociación” -esta neurosis de la psicología (1)- que, si bien se niega programáticamente, sin embargo se practica sistemáticamente?
Dicho de otro modo: ¿puede la psique ser tratada como un “objeto” natural, independiente de la misma inteligencia que se ocupa de este objeto, más aún, independientemente de la misma ocupación? El que se coloque este objeto “imaginativamente” en un cierto “espacio interior” (dejando todo “espacio exterior” a merced de las otras “ciencias”) no cambia la mirada “naturalista” y sus temibles presuposiciones. Se postula así un “espacio” interior tan “natural” y fáctico (es decir: positivo) como el “espacio -o realidad- exterior”, y un sujeto que arbitrariamente se encuentra en el límite de ambos, y se comporta de la misma manera ante uno y otro espacio. Este “sujeto” intocado en la observación, tanto externa como interna, no es otro que “el yo”, "el ego": la “conciencia” del investigador que no se hace cuestión de sí misma. La psique es así “contenida” en un ámbito que pareciera no afectar al ego, que pretende estudiarla con el mismo grado de “neutralidad” con que estudia la “realidad exterior”. Esta supuesta “realidad interior” es así un ámbito cerrado, “embotellado” y separado de la “realidad exterior”, a lo sumo “contenido” en la realidad exterior, pero sólo accesible para una “metodología” específica. El sujeto que estudiaría tal supuesta “realidad interior” permanece así intocado por esa metodología y en una actitud básicamente “ingenua”. Este es el precio que la psicología analítica paga por ser “pre-kantiana”, es decir: pre-crítica. O más llanamente: totalmente acrítica.
La psicología se defiende así de volverse consciente de sí misma. Es una psicología “natural” (naturalista), “positiva” (positivista), y olvidada de sí en tanto que “logos” o racionalidad. En este olvido de sí, en esta “aceptación ingenua” de una “realidad de hecho”, una realidad precisamente por ello “no-psicológica”, se funda la miseria de la psicología y es una de las razones por la que eventualmente tiende a extinguirse como tal, o a quedar reducida a un ámbito meramente subjetivo, íntimo y personal (ilusorio), que deja intocado el conocimiento del mundo, que deja intacta la “visión” de la realidad aportada por el positivismo, y que se refugia en la trastienda de una supuesta vida “interior” inoperante, ineficaz e impotente para poner justamente en cuestión sus propios presupuestos. La preocupación de la psicología con los “hechos” psíquicos la preserva en su ceguera y su impotencia para someter a crítica la posición “egoica”, “fáctica” (positiva y positivista), y hacerse cuestión de sí misma como conciencia de la conciencia (y de la inconsciencia).
De este modo la alternativa ante la que se encuentra hoy la psicología es también producto de su miseria no reconocida: o devenir “ciencia empírica” (neurociencia, conductismo, etc.) y abandonar el logos de la psique o ser el reducto de una serie de expectativas new age: la preservación de un mundo interior y subjetivo de realidades personales positivizadas a merced del ego y de su enaltecimiento -su búsqueda de sentido individual-, que deja intocada la convicción en la “verdad” de una realidad externa supuestamente constituída por “hechos positivos”. Es necesario aquí aludir al magnífico artículo de W. Giegerich, “El error básico de la psicología en la oposición entre individual y colectivo”
(1) La expresión está tomada de un artículo de Wolfgang Giegerich, cuyo primer volumen de ensayos reunidos lleva también por título “La neurosis de la psicología”
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sábado, 18 de octubre de 2008
Schubert: Quinteto póstumo para 2 violonchelos
Comienzo del Adagio del Quinteto D 956 op. 163, tal como lo grabara en 1941 el Cuarteto de Budapest
viernes, 17 de octubre de 2008
La cuestión “realidad/irrealidad”: Giegerich vs. Hillman
“Una vez más la cuestión realidad/irrealidad: respuesta a Hillman” es la respuesta que Giegerich dio a las objeciones que Hillman hizo a su artículo “Matanzas”, con el que Giegerich “oficialmente” daba un paso más allá de la psicología arquetipal e inauguraba su propio enfoque de la psicología como la atención a “la vida lógica del alma”.
Con la amable autorización de Wolfgang Giegerich presento por primera vez en castellano este agudo artículo, que hasta ahora sólo estaba disponible en inglés en la web de Rubedo
En él puede leerse, entre otras cosas:
“Hillman dice: los Dioses son inmortales. Estoy de acuerdo. Pero considero “inmortal” como un atributo imaginal de los Dioses y no como un hecho literal, del mismo modo que no creo que dos personas que se prometen eterno amor no sean libres de llegar a divorciarse unos años después o que deban considerarse mentirosos si se separan. El mismo Hillman es aquí culpable de “concretismo mal ubicado”. Precisamente porque la psique crea realidad siempre de nuevo, también crea sus Dioses, juntos con toda la experiencia del mundo de un pueblo o cultura. Pero si esta cultura o pueblo han pasado, sus Dioses con toda su inmortalidad también han pasado. Cuando digo que no se puede tener a Zeus sin sacrificios de toros, quiero decir que Zeus no es una “substancia” intemporal con diversos “atributos”. Los Dioses son hilos en trama llamada “nación” o “cultura”, son imágenes en el “poema” mayor que el alma crea en y a través de una cultura histórica dada (con todas sus costumbres, rituales, ideas, organización social y política, su estilo de economía, su estadio de tecnología, etc.). Así como no se puede quitar una imagen individual de un poema e insertarla en otro poema sin distorsionarlo todo, no se pueden extraer los dioses griegos del contexto total del “poema” llamado Antigua Cultura Griega e insertarlos en el mundo moderno. O bien se puede hacerlo, pero entonces, aúnque se pretende que no son meras alegorías, se los reduce al status de alegorías, citas, “schöngeistiges Bildungsgut”, categorías abstractas... Y a la vez se bloquea el camino para ver y honrar al dios o los dioses reales de nuestro tiempo. Esto no implica negar que todavía hoy haya sueños arquetipales y otras experiencias visionarias, en los que pueden aparecer auténticas imágenes de los antiguos dioses. Pero entonces sólo aparecen en la esfera privada, personal, subjetiva, del individuo moderno, al igual que, por ejemplo, la antigua rueca puede reaparecer como parte del hobby privado de alguna persona, si bien es claro que ya no puede ser un factor económico real ni un medio de producción viable. Aquellos dioses no son parte de nuestra vida pública, objetiva ni de nuestro conocimiento oficial, tal como fueron los dioses en tiempos antiguos y arcaicos, cuando la “teología” y el ritual impregnaban la totalidad de la vida, el Estado y el conocimiento integral acerca del mundo. Como dijo Jung, Zeus ya no habita en el Olimpo, es decir, el mundo real. Hillman probablemente tiene razón: los dioses aún “habitan nuestra subjetividad y gobiernan nuestros actos”, pero se olvida de añadir que tales dioses, que se han retirado a nuestra subjetividad, ya no son dioses, sino dioses aufgehobene (trascendidos y superados). Los dioses en los sueños modernos son “abgesunkenes Kulturgut”, así como nuestra psicología personal, privada, es en general la historia pasada del alma en tanto trascendida y superada (“aufgehoben”), y en este sentido no es lógicamente real. La psicología en cuanto psicología del individuo subjetivo es eo ipso atención a lo que por definición es obsoleto (pero no obstante “real” en el sentido ontológico de Hillman; por “obsoleto” no deseo indicar que uno no debiera atender su propia vida onírica y psicología personal, sus síntomas; deseo expresar meramente su status lógico). Los antiguos griegos no tenían una psicología privada, subjetiva, así como no tenían una división entre trabajo y tiempo libro o hobby (en cambio sí tenían esclavos). Estas son adquisiciones de la era moderna e indicadores de que nuestra vida se ha vuelto mucho más compleja lógicamente.”
Con la amable autorización de Wolfgang Giegerich presento por primera vez en castellano este agudo artículo, que hasta ahora sólo estaba disponible en inglés en la web de Rubedo
En él puede leerse, entre otras cosas:
“Hillman dice: los Dioses son inmortales. Estoy de acuerdo. Pero considero “inmortal” como un atributo imaginal de los Dioses y no como un hecho literal, del mismo modo que no creo que dos personas que se prometen eterno amor no sean libres de llegar a divorciarse unos años después o que deban considerarse mentirosos si se separan. El mismo Hillman es aquí culpable de “concretismo mal ubicado”. Precisamente porque la psique crea realidad siempre de nuevo, también crea sus Dioses, juntos con toda la experiencia del mundo de un pueblo o cultura. Pero si esta cultura o pueblo han pasado, sus Dioses con toda su inmortalidad también han pasado. Cuando digo que no se puede tener a Zeus sin sacrificios de toros, quiero decir que Zeus no es una “substancia” intemporal con diversos “atributos”. Los Dioses son hilos en trama llamada “nación” o “cultura”, son imágenes en el “poema” mayor que el alma crea en y a través de una cultura histórica dada (con todas sus costumbres, rituales, ideas, organización social y política, su estilo de economía, su estadio de tecnología, etc.). Así como no se puede quitar una imagen individual de un poema e insertarla en otro poema sin distorsionarlo todo, no se pueden extraer los dioses griegos del contexto total del “poema” llamado Antigua Cultura Griega e insertarlos en el mundo moderno. O bien se puede hacerlo, pero entonces, aúnque se pretende que no son meras alegorías, se los reduce al status de alegorías, citas, “schöngeistiges Bildungsgut”, categorías abstractas... Y a la vez se bloquea el camino para ver y honrar al dios o los dioses reales de nuestro tiempo. Esto no implica negar que todavía hoy haya sueños arquetipales y otras experiencias visionarias, en los que pueden aparecer auténticas imágenes de los antiguos dioses. Pero entonces sólo aparecen en la esfera privada, personal, subjetiva, del individuo moderno, al igual que, por ejemplo, la antigua rueca puede reaparecer como parte del hobby privado de alguna persona, si bien es claro que ya no puede ser un factor económico real ni un medio de producción viable. Aquellos dioses no son parte de nuestra vida pública, objetiva ni de nuestro conocimiento oficial, tal como fueron los dioses en tiempos antiguos y arcaicos, cuando la “teología” y el ritual impregnaban la totalidad de la vida, el Estado y el conocimiento integral acerca del mundo. Como dijo Jung, Zeus ya no habita en el Olimpo, es decir, el mundo real. Hillman probablemente tiene razón: los dioses aún “habitan nuestra subjetividad y gobiernan nuestros actos”, pero se olvida de añadir que tales dioses, que se han retirado a nuestra subjetividad, ya no son dioses, sino dioses aufgehobene (trascendidos y superados). Los dioses en los sueños modernos son “abgesunkenes Kulturgut”, así como nuestra psicología personal, privada, es en general la historia pasada del alma en tanto trascendida y superada (“aufgehoben”), y en este sentido no es lógicamente real. La psicología en cuanto psicología del individuo subjetivo es eo ipso atención a lo que por definición es obsoleto (pero no obstante “real” en el sentido ontológico de Hillman; por “obsoleto” no deseo indicar que uno no debiera atender su propia vida onírica y psicología personal, sus síntomas; deseo expresar meramente su status lógico). Los antiguos griegos no tenían una psicología privada, subjetiva, así como no tenían una división entre trabajo y tiempo libro o hobby (en cambio sí tenían esclavos). Estas son adquisiciones de la era moderna e indicadores de que nuestra vida se ha vuelto mucho más compleja lógicamente.”
Puede leerse el artículo íntegro picando aquí
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miércoles, 15 de octubre de 2008
sábado, 11 de octubre de 2008
Logos: Heidegger y Heráclito
He incluido en la web del Centro el fascinante ensayo de Heidegger, “Logos”, que contiene su interpretación del fragmento 50 de Heráclito, usualmente traducido como:
Si se atiende a la Verdad (Logos), y no a mí, sabio será reconocer que todo es uno
Heidegger descarta todas las interpretaciones académicas así como las del “sano sentido común” que no son sino malinterpretaciones, e intenta re-pensar lo pensado por Heráclito. Este artículo no sólo es fundamental desde una perspectiva filosófica, sino también para comprender en qué sentido un psicólogo profundo como Giegerich hablará de “la vida lógica del alma”, donde lógica tiene que ver con el logos de Heráclito.
Las palabras “lógica”, “logia”, “legado”, “lección”, “lectura”, “ligar”, “diálogo” (al igual que el sufijo “logía”, como en “psicología", “biología”, “cosmología”, etc.) son otras tantas expresiones que en nuestro idioma remiten al logos, que suele traducirse (inadecuadamente) por “razón”, “verdad”, “ley”, “lenguaje”, “estudio”.
En este ensayo, entre otras cosas, Heidegger apunta:
La sentencia de Heráclito parece comprensible desde todos los puntos de vista. Sin embargo, aquí todo sigue siendo cuestionable. Lo más cuestionable de todo es lo más evidente, a saber, nuestra presuposición de que, para nosotros, los que hemos venido después, para la inteligencia de la que nos servimos todos los días, lo que Heráclito dice tiene, de un modo inmediato, que resultar evidente. Es esto una exigencia que, presumiblemente, no se ha cumplido ni siquiera para los contemporáneos de Heráclito, como tampoco se ha cumplido para sus compañeros de viaje.
***
¿Qué puede hacer la Lógica, logiké (episteme), del tipo que sea, si no empezamos nunca prestando atención al Logos y yendo tras su esencia inicial?
***
Expresión y significado se toman desde hace tiempo como los fenómenos que, de un modo incuestionable, presentan los rasgos del lenguaje. Pero ellos ni alcanzan propiamente la región de la marca esencial inicial del lenguaje ni son capaces en absoluto de determinar esta región en sus rasgos fundamentales. El hecho de que, de un modo inadvertido y muy pronto, como si no hubiera ocurrido nada, decir prevalezca como legen (poner) y, en consecuencia, hablar aparezca como legein, ha dado como fruto una extraña consecuencia. El pensar humano ni se asombró nunca de este acaecimiento ni advirtió aquí un misterio que oculta un envío esencial del ser al hombre, un misterio que tal vez reserva este envío para aquel momento del sino en el que la conmoción del hombre no sólo alcance la situación de éste y a su estado sino que haga tambalear la esencia misma del hombre.
***
¿qué es el oír? … Si nuestro oír fuera ante todo una captación y transmisión de sonidos, y no fuera más que esto, un proceso al que luego se asociaran otros, entonces lo que ocurriría sería que lo sonoro entraría por un oído y saldría por el otro. Esto es lo que de hecho ocurre cuando no nos concentramos a escuchar lo que se nos dice. Pero lo que se nos dice es lo que está-delante que, reunido, ha sido extendido delante. El oír es propiamente este concentrarse que se recoge para la interpelación y la exhortación. El oír es en primer lugar la escucha concentrada. En lo escuchable esencia el oído. Oímos cuando somos todo oídos. Pero la palabra «oído» no designa el aparato sensorial auditivo. Los oídos, tal como los conocen la Anatomía y la Fisiología, en tanto que instrumentos sensoriales, no dan lugar nunca a un oír, ni siquiera cuando entendemos éste únicamente como un percibir ruidos, sonidos, notas. Un percibir tal no se deja ni constatar por medio de la Anatomía, ni comprobar por medio de la Fisiología, ni en modo alguno aprehender por medio de la Biología como un proceso que se desarrolla en el seno del organismo, si bien el percibir sólo vive siendo corporal. De este modo, mientras al considerar el escuchar, tal como hacen las ciencias, partamos de lo acústico, estamos poniéndolo todo cabeza abajo. Pensamos equivocadamente que el activar los instrumentos corporales del oído es propiamente el oír. Y que, en cambio, el escuchar en el sentido de la escucha y de la atención obediente no es más que una transposición de aquel auténtico escuchar al plano de lo espiritual. En el terreno de la investigación científica se pueden constatar muchas cosas útiles. Se puede mostrar que oscilaciones periódicas de la presión del aire que tengan una determinada frecuencia se sienten como notas. Desde este tipo de constataciones sobre el oído se puede organizar una investigación que en última instancia sólo dominan los especialistas en Psicología Sensorial.
En cambio, sobre lo que es propiamente el escuchar tal vez sólo se pueda decir poco que realmente concierna a cada hombre de un modo inmediato. Aquí lo que hay que hacer no es investigar sino, reflexionando, prestar atención a lo simple. De este modo, a lo que es propiamente el oír pertenece justamente esto: que el hombre puede equivocarse al oír, desoyendo lo esencial. Si los oídos no pertenecen de un modo inmediato al auténtico escuchar en el sentido de la escucha (atenta), entonces la cuestión del escuchar y de los oídos es algo muy peculiar. No oímos porque tenemos oídos. Tenemos oídos y, desde el punto de vista corporal, podemos estar equipados de oídos porque oímos. Los mortales oyen el trueno del cielo, el susurro del bosque, el fluir de la fuente, los sonidos de las cuerdas de un instrumento, el matraqueo de los motores, el ruido de la ciudad, sólo y únicamente en la medida en que, de un modo u otro, pertenecen o no pertenecen a todo esto. Somos todo oídos cuando nuestra concentración se traslada totalmente a la escucha y ha olvidado del todo los oídos y el mero acoso de los sonidos. Mientras oigamos sólo el sonido de las palabras como la expresión de uno que está hablando, estamos muy lejos aún de escuchar. De este modo tampoco llegaremos nunca a haber oído algo propiamente. Pero entonces, ¿cuándo ocurre esto? Hemos oído cuando pertenecemos a lo que nos han dicho
***
Desde los comienzos del pensar occidental, el ser de los entes se despliega como lo único digno de ser pensado. Si esta constatación histórica la pensamos en el sentido de la historia acontecida, se verá primeramente dónde descansan los comienzos del pensar occidental: el hecho de que en la época griega el ser del ente se haya convertido en lo digno de ser pensado es el comienzo de Occidente, es la fuente oculta de su sino. Si este comienzo no guardara lo sido, es decir, la coligación de lo que todavía mora y perdura, ahora no prevalecería el ser del ente desde la esencia de la técnica de la época moderna. Por esta esencia, hoy en día todo el globo terráqueo es transformado y conformado en vistas al ser experienciado por Occidente, el ser representado en la forma de verdad de la Metafísica europea y de la ciencia.
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¡Qué habría acaecido propiamente si Heráclito -y después de él los griegos- hubieran pensado propiamente la esencia del lenguaje como Logos, como la posada que recoge y liga! Hubiera acaecido nada menos que esto: los griegos hubieran pensado la esencia del lenguaje desde la esencia del ser. es más la hubieran pensado incluso como éste. Porque ò Logos es el nombre para el ser del ente. Pero todo esto no acaeció. En ninguna parte encontramos huellas de que los griegos hayan pensado la esencia del lenguaje de un modo inmediato desde la esencia del ser. En lugar de esto, el lenguaje -y además los griegos fueron en ésto los primeros-, a partir de la emisión sonora, fue representado como phoné, como sonido y voz, desde el punto de vista fonético. La palabra griega que corresponde a nuestra palabra «lengua» se llama glóssa, la lengua (órgano de la boca). El lenguaje es phoné semantiké, la emisión sonora que designa algo. Esto quiere decir: el lenguaje, desde el principio, alcanza el carácter fundamental que caracterizamos luego con el nombre de «expresión». Esta representación del lenguaje, que si bien es correcta, torna a éste desde fuera, a partir de este momento no ha dejado nunca de ser la decisiva (la que da la medida). Lo es aún hoy. El lenguaje vale como expresión y viceversa. Gustamos de representarnos toda forma de expresión como una forma de lenguaje. La historia del arte habla del lenguaje de las formas. Sin embargo, una vez, en los comienzos del pensar occidental, la esencia del lenguaje destelló a la luz del ser. Una vez, cuando Heráclito pensó el Logos como palabra directriz para, en esta palabra, pensar el ser del ente. Pero el rayo se apagó repentinamente. Nadie cogió la luz que él lanzó ni la cercanía de aquello que él iluminó.
Sólo veremos este rayo si nos emplazamos en la tempestad del ser. Pero hoy en día todo habla en favor de que el único esfuerzo del hombre es ahuyentar esta tempestad. Se hace todo lo posible para disparar contra las nubes con el fin de tener calma ante la tempestad. Pero esta calma no es ninguna calma. Es sólo una anestesia; una anestesia contra el miedo al pensar.
Porque el pensar, ciertamente, es algo muy especial. La palabra de los pensadores no tiene autoridad. La palabra de los pensadores no conoce autores en el sentido de los escritores. La palabra del pensar es pobre en imágenes y no tiene atractivo. La palabra del pensar descansa en una actitud que le quita embriaguez y brillo a lo que dice. Sin embargo, el pensar cambia el mundo. Lo cambia llevándolo a la profundidad de pozo, cada vez más oscura, de un enigma, una profundidad que cuanto más oscura es, más alta claridad promete.
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Puede leerse el artículo entero picando aquí
Si se atiende a la Verdad (Logos), y no a mí, sabio será reconocer que todo es uno
Heidegger descarta todas las interpretaciones académicas así como las del “sano sentido común” que no son sino malinterpretaciones, e intenta re-pensar lo pensado por Heráclito. Este artículo no sólo es fundamental desde una perspectiva filosófica, sino también para comprender en qué sentido un psicólogo profundo como Giegerich hablará de “la vida lógica del alma”, donde lógica tiene que ver con el logos de Heráclito.
Las palabras “lógica”, “logia”, “legado”, “lección”, “lectura”, “ligar”, “diálogo” (al igual que el sufijo “logía”, como en “psicología", “biología”, “cosmología”, etc.) son otras tantas expresiones que en nuestro idioma remiten al logos, que suele traducirse (inadecuadamente) por “razón”, “verdad”, “ley”, “lenguaje”, “estudio”.
En este ensayo, entre otras cosas, Heidegger apunta:
La sentencia de Heráclito parece comprensible desde todos los puntos de vista. Sin embargo, aquí todo sigue siendo cuestionable. Lo más cuestionable de todo es lo más evidente, a saber, nuestra presuposición de que, para nosotros, los que hemos venido después, para la inteligencia de la que nos servimos todos los días, lo que Heráclito dice tiene, de un modo inmediato, que resultar evidente. Es esto una exigencia que, presumiblemente, no se ha cumplido ni siquiera para los contemporáneos de Heráclito, como tampoco se ha cumplido para sus compañeros de viaje.
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¿Qué puede hacer la Lógica, logiké (episteme), del tipo que sea, si no empezamos nunca prestando atención al Logos y yendo tras su esencia inicial?
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Expresión y significado se toman desde hace tiempo como los fenómenos que, de un modo incuestionable, presentan los rasgos del lenguaje. Pero ellos ni alcanzan propiamente la región de la marca esencial inicial del lenguaje ni son capaces en absoluto de determinar esta región en sus rasgos fundamentales. El hecho de que, de un modo inadvertido y muy pronto, como si no hubiera ocurrido nada, decir prevalezca como legen (poner) y, en consecuencia, hablar aparezca como legein, ha dado como fruto una extraña consecuencia. El pensar humano ni se asombró nunca de este acaecimiento ni advirtió aquí un misterio que oculta un envío esencial del ser al hombre, un misterio que tal vez reserva este envío para aquel momento del sino en el que la conmoción del hombre no sólo alcance la situación de éste y a su estado sino que haga tambalear la esencia misma del hombre.
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¿qué es el oír? … Si nuestro oír fuera ante todo una captación y transmisión de sonidos, y no fuera más que esto, un proceso al que luego se asociaran otros, entonces lo que ocurriría sería que lo sonoro entraría por un oído y saldría por el otro. Esto es lo que de hecho ocurre cuando no nos concentramos a escuchar lo que se nos dice. Pero lo que se nos dice es lo que está-delante que, reunido, ha sido extendido delante. El oír es propiamente este concentrarse que se recoge para la interpelación y la exhortación. El oír es en primer lugar la escucha concentrada. En lo escuchable esencia el oído. Oímos cuando somos todo oídos. Pero la palabra «oído» no designa el aparato sensorial auditivo. Los oídos, tal como los conocen la Anatomía y la Fisiología, en tanto que instrumentos sensoriales, no dan lugar nunca a un oír, ni siquiera cuando entendemos éste únicamente como un percibir ruidos, sonidos, notas. Un percibir tal no se deja ni constatar por medio de la Anatomía, ni comprobar por medio de la Fisiología, ni en modo alguno aprehender por medio de la Biología como un proceso que se desarrolla en el seno del organismo, si bien el percibir sólo vive siendo corporal. De este modo, mientras al considerar el escuchar, tal como hacen las ciencias, partamos de lo acústico, estamos poniéndolo todo cabeza abajo. Pensamos equivocadamente que el activar los instrumentos corporales del oído es propiamente el oír. Y que, en cambio, el escuchar en el sentido de la escucha y de la atención obediente no es más que una transposición de aquel auténtico escuchar al plano de lo espiritual. En el terreno de la investigación científica se pueden constatar muchas cosas útiles. Se puede mostrar que oscilaciones periódicas de la presión del aire que tengan una determinada frecuencia se sienten como notas. Desde este tipo de constataciones sobre el oído se puede organizar una investigación que en última instancia sólo dominan los especialistas en Psicología Sensorial.
En cambio, sobre lo que es propiamente el escuchar tal vez sólo se pueda decir poco que realmente concierna a cada hombre de un modo inmediato. Aquí lo que hay que hacer no es investigar sino, reflexionando, prestar atención a lo simple. De este modo, a lo que es propiamente el oír pertenece justamente esto: que el hombre puede equivocarse al oír, desoyendo lo esencial. Si los oídos no pertenecen de un modo inmediato al auténtico escuchar en el sentido de la escucha (atenta), entonces la cuestión del escuchar y de los oídos es algo muy peculiar. No oímos porque tenemos oídos. Tenemos oídos y, desde el punto de vista corporal, podemos estar equipados de oídos porque oímos. Los mortales oyen el trueno del cielo, el susurro del bosque, el fluir de la fuente, los sonidos de las cuerdas de un instrumento, el matraqueo de los motores, el ruido de la ciudad, sólo y únicamente en la medida en que, de un modo u otro, pertenecen o no pertenecen a todo esto. Somos todo oídos cuando nuestra concentración se traslada totalmente a la escucha y ha olvidado del todo los oídos y el mero acoso de los sonidos. Mientras oigamos sólo el sonido de las palabras como la expresión de uno que está hablando, estamos muy lejos aún de escuchar. De este modo tampoco llegaremos nunca a haber oído algo propiamente. Pero entonces, ¿cuándo ocurre esto? Hemos oído cuando pertenecemos a lo que nos han dicho
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Desde los comienzos del pensar occidental, el ser de los entes se despliega como lo único digno de ser pensado. Si esta constatación histórica la pensamos en el sentido de la historia acontecida, se verá primeramente dónde descansan los comienzos del pensar occidental: el hecho de que en la época griega el ser del ente se haya convertido en lo digno de ser pensado es el comienzo de Occidente, es la fuente oculta de su sino. Si este comienzo no guardara lo sido, es decir, la coligación de lo que todavía mora y perdura, ahora no prevalecería el ser del ente desde la esencia de la técnica de la época moderna. Por esta esencia, hoy en día todo el globo terráqueo es transformado y conformado en vistas al ser experienciado por Occidente, el ser representado en la forma de verdad de la Metafísica europea y de la ciencia.
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¡Qué habría acaecido propiamente si Heráclito -y después de él los griegos- hubieran pensado propiamente la esencia del lenguaje como Logos, como la posada que recoge y liga! Hubiera acaecido nada menos que esto: los griegos hubieran pensado la esencia del lenguaje desde la esencia del ser. es más la hubieran pensado incluso como éste. Porque ò Logos es el nombre para el ser del ente. Pero todo esto no acaeció. En ninguna parte encontramos huellas de que los griegos hayan pensado la esencia del lenguaje de un modo inmediato desde la esencia del ser. En lugar de esto, el lenguaje -y además los griegos fueron en ésto los primeros-, a partir de la emisión sonora, fue representado como phoné, como sonido y voz, desde el punto de vista fonético. La palabra griega que corresponde a nuestra palabra «lengua» se llama glóssa, la lengua (órgano de la boca). El lenguaje es phoné semantiké, la emisión sonora que designa algo. Esto quiere decir: el lenguaje, desde el principio, alcanza el carácter fundamental que caracterizamos luego con el nombre de «expresión». Esta representación del lenguaje, que si bien es correcta, torna a éste desde fuera, a partir de este momento no ha dejado nunca de ser la decisiva (la que da la medida). Lo es aún hoy. El lenguaje vale como expresión y viceversa. Gustamos de representarnos toda forma de expresión como una forma de lenguaje. La historia del arte habla del lenguaje de las formas. Sin embargo, una vez, en los comienzos del pensar occidental, la esencia del lenguaje destelló a la luz del ser. Una vez, cuando Heráclito pensó el Logos como palabra directriz para, en esta palabra, pensar el ser del ente. Pero el rayo se apagó repentinamente. Nadie cogió la luz que él lanzó ni la cercanía de aquello que él iluminó.
Sólo veremos este rayo si nos emplazamos en la tempestad del ser. Pero hoy en día todo habla en favor de que el único esfuerzo del hombre es ahuyentar esta tempestad. Se hace todo lo posible para disparar contra las nubes con el fin de tener calma ante la tempestad. Pero esta calma no es ninguna calma. Es sólo una anestesia; una anestesia contra el miedo al pensar.
Porque el pensar, ciertamente, es algo muy especial. La palabra de los pensadores no tiene autoridad. La palabra de los pensadores no conoce autores en el sentido de los escritores. La palabra del pensar es pobre en imágenes y no tiene atractivo. La palabra del pensar descansa en una actitud que le quita embriaguez y brillo a lo que dice. Sin embargo, el pensar cambia el mundo. Lo cambia llevándolo a la profundidad de pozo, cada vez más oscura, de un enigma, una profundidad que cuanto más oscura es, más alta claridad promete.
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jueves, 2 de octubre de 2008
Mantener el recalentamiento global por debajo de los 2ºC
En este momento los líderes europeos están decidiendo nuestra respuesta al cambio climático. ¿Liderarán la lucha por mantener el calentamiento global por debajo de los 2º C?
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