sábado, 21 de agosto de 2010

El pensamiento exterior


Por Enrique Eskenazi



El pensamiento exterior no consiste realmente en pensar, sino en danzar en torno a las cosas a fin de demostrar lo que uno ya sabe de antemano, es elegir posibles caminos para llegar a una meta pre-sabida (ni siquiera puede decirse "preconcebida", ya que tampoco ha habido en ningún caso una concepción -una previa generación conceptual- sino que el concepto, que es característico del pensamiento que "entra" en la cosa misma, brilla por su ausencia) -lo cual es muy distinto de dejarse enseñar por el tema mismo, entrar en el tema con pasión y desapego, penetrar y a la vez ser penetrado en su lógica y dejarse sorprender por lo que se deriva de la lógica viviente del tema mismo.

El pensamiento exterior consiste en jugar con un tema para llegar, como orador, adonde uno ya sabe de antemano que quiere llegar, puede sorprenderse al auditorio e incluso puede hacer conexiones verdaderas: tomar este tema, vincularlo con que en la mitología se asociaba con este otro, vincularlo con un filósofo que hablaba del tema, para finalmente producir el resultado previamente deseado, y tal vez todo eso sea verdad; pero el sujeto mismo de la prueba está afuera, y fuera de ella permanece intacto, intocado, por el tema mismo, y por ello incluso puede saber adónde ha de llegar aún antes de "estudiar" el tema mismo.

Esto es artificial, y también superficial: puede ser muy persuasivo y muy bello retóricamente, pero se usa al tema como un mero pretexto a fin de lucir la destreza del orador, del sujeto, mientras que el tema en sí no ha sido desarrollado, no se ha permitido que se desarrolle por sí mismo, sino que se le han añadido otros temas afines, se le ha asociado con muchos otros tópicos, sin que el tema por sí mismo se asociara, no: es que el orador, el sujeto, ha tomado este tema y lo ha vinculado con éste otro y con aquel otro y con otro más. El sujeto está así siempre "fuera" del tema, manipulándolo y jugando con él, sin ningún compromiso, sin dejarse definir por el tema, como diría Giegerich: sin exponerse sin reservas e incondicionalmente.

Al hacer todo eso no ha confiado, o tal vez ni siquiera ha sospechado, que el tema mismo tiene su propia intención, que atendiendo al corazón lógico del tema éste despliega su telos, su propio qué; pero naturalmente, esto significaría que el sujeto se sometiera al tema de modo que ninguna pasión ni interés personal obstruya el amor por el tema mismo. Pero si yo creo que atender al tema mismo me puede llevar a ideologías que de antemano no me gustan, y quiero que se llegue a la ideología que yo quiero (defender o vender), entonces nunca entraré en el tema, ni me permitiré hacerlo, porque o bien creo que el tema está muerto en sí mismo, o porque lo que quiero es usar este tema para defender algún tipo de programa, lo que en inglés se dice agenda. Puesto que acaso el tema dejado a sí no lleve a estas cosas que previamente ya quiero defender, y como no puedo saber adónde lleva sin penetrar en él, no hay disponibilidad en mí como sujeto a entrar en el tema, sino que por la misma actitud se permanece siempre ya ajeno a él, exterior, y por ello mismo externo.

Entrar en el tema es confiar en la cuestión misma (la cosa misma), lo cual supone abrirse al corazón lógico del tema, lo que implica ser inteligente, sí, pero confiar más en la inteligencia del tema que en las propias pre-cauciones; de lo contrario hay, o un pensamiento externo que disecciona un tema sin que el tema se transforme en nada por sí mismo, o (y esto también es frecuente) hay ideología y no propiamente pensamiento riguroso que supone siempre un compromiso con la verdad del tema, sea ésta la que sea.