Tras muchos, muchos años de lectura y meditación en el Libro de la formación o Séfer yetzirá, donde se dice que los treinta y dos senderos de sabiduría, o sea las veintidós letras y los diez números que ordenan el texto bíblico parten del corazón y vuelven a él, el Rabí Gabriel Toledano, descendiente de una vieja familia sefardí expulsada de España decidió-en paralelo a sus estudios de medicina en Montpellier-, explorar a fondo ese misterio subcutáneo que es el latido (1).
Para ello leyó con fervor a Ibn Gabirol de Málaga y a Yehuda Haleví, se adentró en las páginas más abstractas y difíciles del Zohar y repasó con meticulosidad las obras de Miguel Servet y de Harvey. Cuando supo que cada veintidós segundos la sangre completa su circulación por todo el cuerpo no le asombró esa cifra, ni tampoco que el número de latidos por minuto oscilara entre los sesenta y los ochenta, ya que la letra sámaj que posee el primer valor alude a lo secreto, y la pé que encarna el segundo señala la boca ¿No decía la Torá que lo que sale de la boca del corazón proviene? Ciertamente esas letras juntas forman la palabra saf, taza, y ¿qué es el corazón sino la taza en la que se vierte el Ser?
Pero aún y así Gabriel Toledano no comprendía a fondo del por qué del latido, es decir la danza instantánea entre la contracción o sístole y la dilatación o diástole. Lo habló con su maestro, el Rabí Yona Efron de Marsella, quien le dijo que el tamaño del corazón de cada quien equivale al de su puño cerrado, de donde abrir y cerrar la mano es un ejercicio que no sólo concierne y afecta a los dedos. Visitó a Omar Ispahán, un cardiólogo que vivía en las afueras de Burdeos y conocía lo que los grandes maestros sufíes dicen sobre la víscera cordial, y cuando éste le contó que los médicos persas del siglo X descubrieron que las túnicas del corazón poseían la misma inflorescencia que las rosas, una igual disposición en torno al vacío central, percibió en la analogía algo más que el aroma de la dicha. La doctora japonesa Yoko Namura, compañera de estudios en la universidad, interrogada al respecto le dijo que la palabra que en su país nombra al corazón, kokoro, no por mera casualidad tenía la raíz kr detectable en el cordis latino. Tras años de búsqueda la pesquisa de Gabriel Toledano daba frutos, pues incluso en el hrid del corazón sánscrito se detectaba, habida cuenta la cercanía entre los fonemas k y h , una idéntica fuente fonética.
En un vieja libreta escolar el Rabí Gabriel Toledano fue anotando las respuestas recibidas y los datos concernientes al corazón y su latido, abandonando, gradualmente, ya casado y con familia, su propósito de saberlo todo sobre tema tan difícil, hasta que un mediodía, mientras dormía la siesta entre dos pacientes, sintió el peso de la cabeza de su pequeño hijo Marc sobre el pecho, a la par que su voz preguntando:
-¿Qué haces allí pájaro carpintero? El corazón de mi padre no es de madera.
Aunque estaba despierto continuó haciéndose el dormido para oír qué otras ocurrencias salían de los labios del niño.
-¿Quién eres y qué haces, pájaro de mi padre, tan cercano y tan lejano?
-Sólo son latidos-dijo por fin Gabriel a su hijo.
-¿Y te parece poco? Hay muchos Gabrieles en el mundo pero sólo uno es mi padre. Hay muchos ruidos en el cuerpo, pero sólo uno imita al pájaro carpintero.
Mario Satz
de Alrededor de una nuez
(1) La expresión hebrea en el latido o be-peimáh equivale, numéricamente, a or, luz. Y nada puede ser más cierto: la circulación que se inicia el lado derecho del corazón asegura la oxigenación de la sangre, y la circulación que parte del lado izquierdo asegura la circulación por todos los órganos del cuerpo, de tal manera que, y gracias a los latidos, la sangre arterial esta más íluminada que la sangre venosa.
Para ello leyó con fervor a Ibn Gabirol de Málaga y a Yehuda Haleví, se adentró en las páginas más abstractas y difíciles del Zohar y repasó con meticulosidad las obras de Miguel Servet y de Harvey. Cuando supo que cada veintidós segundos la sangre completa su circulación por todo el cuerpo no le asombró esa cifra, ni tampoco que el número de latidos por minuto oscilara entre los sesenta y los ochenta, ya que la letra sámaj que posee el primer valor alude a lo secreto, y la pé que encarna el segundo señala la boca ¿No decía la Torá que lo que sale de la boca del corazón proviene? Ciertamente esas letras juntas forman la palabra saf, taza, y ¿qué es el corazón sino la taza en la que se vierte el Ser?
Pero aún y así Gabriel Toledano no comprendía a fondo del por qué del latido, es decir la danza instantánea entre la contracción o sístole y la dilatación o diástole. Lo habló con su maestro, el Rabí Yona Efron de Marsella, quien le dijo que el tamaño del corazón de cada quien equivale al de su puño cerrado, de donde abrir y cerrar la mano es un ejercicio que no sólo concierne y afecta a los dedos. Visitó a Omar Ispahán, un cardiólogo que vivía en las afueras de Burdeos y conocía lo que los grandes maestros sufíes dicen sobre la víscera cordial, y cuando éste le contó que los médicos persas del siglo X descubrieron que las túnicas del corazón poseían la misma inflorescencia que las rosas, una igual disposición en torno al vacío central, percibió en la analogía algo más que el aroma de la dicha. La doctora japonesa Yoko Namura, compañera de estudios en la universidad, interrogada al respecto le dijo que la palabra que en su país nombra al corazón, kokoro, no por mera casualidad tenía la raíz kr detectable en el cordis latino. Tras años de búsqueda la pesquisa de Gabriel Toledano daba frutos, pues incluso en el hrid del corazón sánscrito se detectaba, habida cuenta la cercanía entre los fonemas k y h , una idéntica fuente fonética.
En un vieja libreta escolar el Rabí Gabriel Toledano fue anotando las respuestas recibidas y los datos concernientes al corazón y su latido, abandonando, gradualmente, ya casado y con familia, su propósito de saberlo todo sobre tema tan difícil, hasta que un mediodía, mientras dormía la siesta entre dos pacientes, sintió el peso de la cabeza de su pequeño hijo Marc sobre el pecho, a la par que su voz preguntando:
-¿Qué haces allí pájaro carpintero? El corazón de mi padre no es de madera.
Aunque estaba despierto continuó haciéndose el dormido para oír qué otras ocurrencias salían de los labios del niño.
-¿Quién eres y qué haces, pájaro de mi padre, tan cercano y tan lejano?
-Sólo son latidos-dijo por fin Gabriel a su hijo.
-¿Y te parece poco? Hay muchos Gabrieles en el mundo pero sólo uno es mi padre. Hay muchos ruidos en el cuerpo, pero sólo uno imita al pájaro carpintero.
Mario Satz
de Alrededor de una nuez
(1) La expresión hebrea en el latido o be-peimáh equivale, numéricamente, a or, luz. Y nada puede ser más cierto: la circulación que se inicia el lado derecho del corazón asegura la oxigenación de la sangre, y la circulación que parte del lado izquierdo asegura la circulación por todos los órganos del cuerpo, de tal manera que, y gracias a los latidos, la sangre arterial esta más íluminada que la sangre venosa.