domingo, 17 de agosto de 2008

Henri Michaux: Poesías


LOS CÓNYUGES MALAVENIDOS
Los cónyuges malavenidos constituyen un peligro mágico, y se ha visto caer hechas polvo todas las habitaciones de un pueblo, consumidas por la violencia de los sentimientos hostiles de un marido hacia su mujer, sentimientos que trató quizá él mismo de disimular hasta entonces, cuando, en el momento en que el pueblo desmoronábase en polvo, debió rendirse a la evidencia.

EXTRAER EL "PSHI" DE UNA MUJER
El Mago Ani pretende poder extraer el pshi... de la mujer que ansía (el pshi no es el doble) y atraerlo hacia sí. Es posible abstenerse del pshi durante algún tiempo; la mujer no repara desde luego en esa privación. El Mago entonces acaricia el pshi y poco a poco y aunque no sientiendo más que cosas vagas, la mujer se aproxima al lugar donde se encuentra su pshi. Y cuando más adelanta, mejor se siente, hasta que coincide, sin saberlo, con él. En tal circunstancia, el amor del hombre ha penetrado ya en ella.

EMPUÑAR EL PAISAJE
Los Magos sostienen que, en la mayoría de las gentes que observan un paisaje, se forma una cápsula. Esa cápsula no es tan pequeña como se cree y constituye el médium entre el paisaje y el contemplador. Si el contemplador pudiese arrancar esa cápsula y llevársela consigo volveríase inconmensurablemente dichoso, conquistaría el paraíso en la tierra.
Pero para ello es preciso una delicadeza extrema, una fuerza prodigiosa y saber lo que se hace. Es como arrancar de un golpe un árbol con todas sus raíces. Los espíritus malignos que utilizan por doquier medios nemotécnicos, representaciones gráficas, comparaciones, análisis y brutalidades sobre la materia observada, no solamente ignoran a qué me estoy refiriendo, sino que no pueden darse cuenta de la sencillez maravillosa y casi infantil de esa operación que os conduce con simplicidad al umbral del éxtasis.

LOS MILES DE DIOSES
Lo increíble, lo deseado desesperadamente, desde la infancia, lo aparentemente excluido que pensé que nunca volvería a ver, lo inaudito, lo inaccesible, lo demasiado bello, lo sublime prohibido para mí, ha llegado. HE VISTO A LOS MILES DE DIOSES. He recibido el regalo portentoso. Se me han aparecido a mí, que no tengo fe (sin conocer la fe que tal vez pueda tener). Estaban ahí, presentes, más presentes que cualquier cosa que yo haya mirado jamás. Y era imposible y yo lo sabía, y sin embargo. Sin embargo, estaban ahí, colocados por centenares, unos junto a otros (pero les seguían mil más, apenas perceptibles y muchos más de mil, una infinidad). Esas personas tranquilas, nobles, suspendidas en el aire por una levitación que parecía natural, estaban ahí, ligerísimamente móviles, o más bien animándose sobre la marcha. Ellas, esas personas divinas y yo, solos en presencia. En algo así como el reconocimiento, yo les pertenecía. Pero, bueno -me objetarán- que se creía usted? Respondo: ¿Qué iba a creer SI ESTABAN AHÍ? ¿Por qué me iba a poner a discutir si me encontraba satisfecho? No estaban a una gran altura, pero era suficiente para, dejándose ver, guardar las distancias, para ser respetados por el testigo de su gloria que reconoce su superioridad incomparable. Eran naturales, como es natural el sol en el cielo. Yo no me movía. No tenía que inclinarme. Estaban colocados suficientemente por encima de mí. Era real y era como cosa convenida entre nosotros, en virtud de una alianza previa. Yo estaba colmado por ellos. Había dejado de estar mal colmado. Todo era perfecto. Ya no había ni que reflexionar, ni que sopesar, ni que criticar Ya no había nada que comparar. Mi horizontal era ahora una vertical. Yo existía en altura. No había vivido en vano. La diferencia con todos los acontecimientos anteriores era mi total y feliz consentimiento. No prestaba atención a otra cosa. Me entregaba con la misma intensidad con la que veía. En ese don estaba mi alegría...

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