Jung pensaba que cada complejo, cada frustración, cada cosa reprimida, no sólo es reprimir una idea y un sentimiento sino que junto con ello una cantidad de energía vital (o energía psíquica) enganchada a eso. Por eso unas amigas que son psicólogas tienden a decir, un poco en broma pero un poco en serio, que la patología atonta. Tener que vivir lleno de síntomas es tener que vivir con muy poca libertad de vida porque estás esclavizado a los síntomas, que implican no sólo la preocupación por el síntoma sino la falta de vitalidad, la falta de atención, todo eso es energía, pero no está, está ahí enganchada en reavivar esas zonas reprimidas que desde lo inconsciente generan síntomas. Y no es tan fácil liberar. Liberar quiere decir que tiene que cambiar la actitud de la persona, desreprimir algo es tener que vivir afrontando, y por lo tanto con un cambio de autodefinición, lo que antes con un síntoma me permitía vivir como si yo no tuviera nada que ver con eso. Desreprimir es tener que afrontar conscientemente: soy aquello que estaba negado. No es simplemente como que saco una moneda que estaba escondida y la pongo adelante, no, desreprimir es que pasa de la trastienda al frente y se vive con ello y se afronta, y se muestra, claro. No será el mismo sujeto el que vive con una represión que aquél en el que la represión no está, será otro.
Imaginémonos, en esta época no, pero en otros tiempos, un homosexual reprimido, que ni siquiera sabe que es homosexual, no lo puede afrontar, lo sabe sin saber, ésa es la característica de lo inconsciente; la característica de lo reprimido no es que no lo sabes, sí es cierto que no lo sabes, pero hay algo en ti que lo sabe pero tú no lo quieres saber, no es lo mismo que no saber que hay un planeta que todavía no se descubrió, supongamos que mañana se descubre un nuevo planeta, no lo sabíamos, sí, pero eso no estaba reprimido, no lo sabíamos ni lo podíamos saber, pero el no saber de lo reprimido es un no saber donde sin embargo algo en ti sí lo sabe, tanto que cuando se desreprime la reacción siempre es ‘si yo en el fondo ya lo sabía’, siempre, nunca es una novedad, nunca es como ¡ay!, apareció un planeta que no había, no, no, emergió algo que de alguna manera sin saberlo lo sabíamos. Pero imaginemos alguien que trata de vivir ante sí y ante los demás como un heterosexual pero evidentemente con serias mermas. Finalmente a partir de culpas mantiene una relación, más o menos aparente, insatisfactoria sin duda, pero que se puede explicar de mil maneras: esta noche estoy cansado, mañana he tenido un mal rollo en el trabajo, etc., y así va pasando el tiempo para rendir lo menos posible, normal, sin deseo es muy difícil, ¿verdad? Finalmente, contra su voluntad, tiene algunos escarceos, que no se tienen que saber porque dañarían su imagen, con lo cual empieza primero el intento de vivir de acuerdo a lo que no es y segundo a la culpa de verse arrastrado en momentos a tocar con lo que no quiere. Claro que tiene que haber síntomas, claro que tiene que haber angustia, claro que toda la energía no está disponible. Hay una cantidad de energía puesta en que no se sepa, en no enfrentar, en no vivir… es como cuando uno miente, cuando uno miente pasa igual, te tienes que acordar todo el tiempo de que has mentido para no meter la pata, ya no estás libre, se acabó la espontaneidad, y eso es pérdida de energía, eso es… la energía que tienes para interesarte por algo no está, porque está puesta en que no aparezca aquello. Desreprimir es tener que afrontar conscientemente cómo son las cosas y tener que tomar una decisión, no vivirlo inconscientemente. Si esta persona afronta y toma la decisión ya no es la misma persona de antes. Por ejemplo puede afrontarlo, dejar a la mujer, cambiar de estilo de vida... ya no es la misma persona, evidentemente... o puede afrontarlo, considerarse un enfermo y tratar de hacer un tratamiento para… como sea, ya no es el mismo que vive como una especie de escisión consigo mismo.
Por eso Jung insistió tanto, que el tema de lo reprimido -y ya estaba en Freud-, tiene una dimensión ética, hay una cuestión de honestidad. No digo ética de cristianismo, digo ética del alma. Vivir en la negación, en la mentira, en el autoengaño y en la fantasía en el sentido de lo ilusorio para no afrontar la realidad es deshonesto. Y normalmente, a la base de una neurosis -piensan ellos-, hay un acto no reconocido, encajonado, en el detrás, de deshonestidad. Pensemos que casi todas las personas llamadas normales somos deshonestas, tenemos una imagen pública, no sólo ante los demás sino ante nosotros mismos, y en esa imagen pública no cabe todo lo que hay en uno, no cabe, todos tenemos los secretitos, y tenemos los secretitos que siguen siendo secretitos pero pueden ser confesables y tenemos los secretitos inconfesables, o sea, que en cierto sentido todos somos hipócritas. Tratamos de llevar una vida de cara a un estándar que no tiene que ver con la verdad de uno mismo. ¿Por qué? Porque afrontar la verdad de uno mismo es tener que afrontar demasiadas cosas, lo otro parece más fácil, pero es más difícil, porque se paga un precio, esto es lo que diría Jung.
Ya lo vio Freud, a la base de todo este tipo de cosas hay un tema de -yo diría de deshonestidad- sumisión a una moral, sumisión a una ideología que te pone en contra de ti mismo, conveniencias, concesiones, pactos, para no perder el trabajo tienes que soportar una vida que te es ajena y convencerte de que es soportable y es lo mejor posible… es que lo otro ¿qué implicaría?, implicaría tener que ser un adulto y afrontar la vida seriamente, implicaría tener que preguntar qué estoy haciendo aquí y replantear mi vida, pero esto da mucho miedo, mucho trabajo. Por huir de ese trabajo se cae en otro y Jung insistió mucho, siguiendo a Freud, que el dolor de la neurosis, el dolor de la patología anímica, es doloroso, pero es un dolor que no lleva a ninguna parte, porque es un dolor que aparece por evitar un dolor que enfrentado produciría una transformación. Por lo tanto, la patología es un arreglo que mantiene las cosas como están a cambio de un precio terrible, para evitar el dolor que haría que las cosas no quedasen como están y que llevaría a descubrir algo de ti y del mundo, porque cuando tú cambias el mundo cambia, no están separados, cuando tú cambias tu registro de lo que existe ha cambiado, de repente el mundo se ha llenado de dimensiones que antes no estaban, porque tú no estabas. Cualquiera que haya vivido, voluntaria o involuntariamente, un proceso de conversión, de transformación, sabe que no sólo se ha sentido distinto, ha descubierto un mundo que no sabía que existía. En el mismo acto ha cambiado el sintonizador que hay en ti, y la realidad que antes era tu única realidad porque no tenías dial, al producirse la transformación, al instante, hay otro mundo. O sea que es una transformación del mundo también. Es penoso, y en esto también tenía razón Freud, lo reprimido es lo reprimido porque es penoso, si no fuera penoso no sería reprimido. Pero el dolor que genera tener que vivir en lo imaginario, que implica un grado fuerte de anestesia, una pérdida de interés vital, y como diría Adler, una falta de capacidad de conectar con el todo, y por lo tanto una vida egocéntrica llena de anhelos de superioridad y vaciada de significado, tiene un precio grandísimo. Y lo ves, lo puedes ver, la gente son como cadáveres que se arrastran, creen que no, pero lo ves, gente que está muerta en vida, ‘sepulcros blanqueados’ lo que dijo Cristo, muy blancos por fuera, muy muertos por dentro.
En este sentido el comienzo de la psicoterapia, en este sentido profundo, es un gran cuestionamiento de ideas morales, religiosas y culturales. Ya dijo Freud: la represión tiene que ver con la cultura, la cultura nace de la represión, pero la cultura, además, genera represión. Todo miembro de una sociedad necesita adaptarse a los patrones de esa sociedad, pero esa adaptación implica un sacrificio, sacrificio de todo aquello que en ese individuo vive y no da la talla de los parámetros, hay gente que puede soportar bien esa renuncia, son frustrados pero pueden vivir con la frustración, y hay gente que no puede. Ése es el enfermo, digamos, el que no puede, el que no puede hacer concesiones y seguir como si nada. Más tarde Jung va a decir: el enfermo, en este sentido, es un elegido, es aquél que tiene que hacer un camino, que el otro, en cambio, puede evitar hacer viviendo en medio de frustraciones. El enfermo ya no puede vivir así, y tiene necesariamente, no porque quiera sino porque se le hace imposible la vida, emprender un camino que finalmente le llevará al descubrimiento de sí. Esto cambia la idea de la patología. La patología no sólo es como una especie de castigo o de error sino la oportunidad de una transformación. En Jung cambia todo esto, de repente el enfermo está llamado, es como que el daimón le llamara a vivir en un plano que todavía no conoce ni se puede imaginar pero lo que está claro es que ya no puede seguir donde está. Y el otro, el llamado hombre normal, es alguien que soporta un alto grado de frustración en un estado de adaptabilidad que le mantiene siempre igual. Es interesante, se ha ido mucho más allá de eso, pero bueno, hay que pasar por ahí. Esa es la primera parte por la que hay que pasar, hay algo individual también, hay algo que plantearse en todo esto.